Samanta Fernández
17 de febrero de 2009, 11: 12 pm.
Volvía a despertarme con el mismo dolor de cabeza que tuve en un principio al haber ingresado en la clínica, hasta me volví a preguntar las mismas preguntas de cuando llego a estar inconsciente. Pude recuperar la vista claramente y observé a Ignacio sentado de mi lado, me había sorprendido verlo dormido sentado, traté de llamar su atención pero me sentía con pocas fuerzas, estaba muy debilitada. Me senté en la cama y quise llamar su atención despertándolo y lo llamé por su nombre, pero creo que tiene el sueño muy pesado.
-¡Ignacio! – elevo más la voz.
Tome mi almohada y lo lancé hacia él, de esa forma pude despertarlo.
-Ah – abre los ojos.
Él se me quedo observando de arriba hacia abajo. No evite medio sonreír al verlo tan preocupado por mí, quería abrazarlo pero no podía salir de mi cama, así que él se adelantó en hacerlo.
-¡Qué alegría de que estés bien! – me rodea con sus brazos.
-Ah, ¿Qué me había pasado?
-Bueno, habías sufrido de una recaída, es normal en tú enfermedad, tuviste un ataque de insuficiencia cardiaca – me acaricia las mejillas – pero ahora estas bien, dentro de lo que cabe.
-¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?
-Sólo dos días… No te preocupes, estarás mejor, yo me encargaré de eso – me asegura.
-Gracias.
-No me lo agradezcas, no quería perderte, entre en una crisis cuando te había visto sin vida por uno instantes. Tú corazón hacia dejado de latir, tuve que aplicarte electro-shock para que revivieses, tres veces lo había hecho – levanta las cejas – en verdad que no quería perderte.
-Tú al contarme esto, todavía me cuesta creerlo – me impresiono.
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-Todavía te encuentras algo delicada, pero quiero sepas que haré todo lo posible para que te recuperes y llegues a retomar tú vida de vuelta – posa sus manos sobre mis hombros.
-Lo sé, eres muy insistente en lo que te llegues a proponer… Te conozco hace tiempo.
-Me gusta lo que escucho – me sonríe - ¿Cómo te sientes?
-Algo mareada – me acuesto en la cama.
-Bueno, descansa, voy a ir notificar tú avance con mi grupo – se levanta de la cama.
-Bien, dormiré entonces.
Lo veo salir de mi habitación, aunque, lo noto muy tenso y preocupado, pero me imagino que es por haber estado tan grave en estos últimos momentos. Cerré mis ojos y me deje llevar por mi cansancio, me sumergí en mi sueño a pesar de haber despertado hace unos momentos, pero estando muy debilitada, por lo menos, Ignacio no desistió hasta verme mejor, se podría decir que nuestro tiempo estando juntos no es el más indicado, pero esto me demuestra que en realmente él me quiere, sin importar del problema que estoy padeciendo.
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Samanta Fernández
18 de febrero de 2009, 09: 35 am.
-Samanta, ¿Cuándo piensas irte a Suiza? – me pregunta mi madre.
-No lo sé, creo que después de que me recupere, aunque, quisiera quedarme por más tiempo en España.
Mis padres decidieron visitarme, después de haberse enterado de la recaída que tuve, ellos vinieron a verme como estaba.
-Nos tienes muy preocupados con la enfermedad que padeces, pensábamos que te recuperarías rápidamente con el tratamiento tan caro que recibes – dice mi padre.
-Bueno, sin importar el tipo de tratamiento que reciba un paciente, sé que el dinero no compra la salud, ya saben…
-Sí, lo tenemos presente – mi madre se sienta – eres fuerte, mi hija, recuerda que lo hacemos.
Sé que mi madre cuando está muy sentimental, es porque está muy preocupada.
-Lo sé, yo también lo hago.
-Tengo que irme – se levanta de la silla – ya te hemos visitado, espero que te recuperes – me besa la frente.
-Está bien, vuelvan pronto.
-Vámonos – le dice a mi padre.
-Está deprimida – me susurra mi padre e indica a mi madre.
En realidad, esto se convirtió esto en un momento tenso, pero a la vez era emotivo, debido a que sé que ellos están angustiados por mí, pero esto se sale de mis manos. No puedo creer a que esto me esté pasando a mí, justamente en mi vida, aunque, lo he padecido hace tiempo, pero sólo tuve un ataque, ya al ser este el segundo me hace pensar que no sobreviviré algún día, quizás muera de lo que yo padezco y eso lo sabe la mayoría.
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Samanta Fernández
04 de marzo de 2009, 07: 00 am.
Habían pasado dos semanas y me pude recuperarme del todo, me sentía con más energías y ganas de salir a la calle, quizás me den de alta en estos días, eso espero y de esa forma retomaría mi vida. El libro que había escrito, estaba esperándome en casa para ser publicado, tengo que conseguir alguna editorial que esté dispuesto en ayudarme, pero sólo he llegado a interesarlos como redactora, pero ha llegado el tiempo de cambiar de rumbo, ya que, si llego a morir, me gustaría dejar algo físico en este mundo, aparte de mis actos y mis otros trabajos editoriales.
-Hola, ¿Cómo estás?
Ignacio entro de buen humor en la habitación, muy diferente como estaba hace unos cuantos días. Al parecer como había mejorado mi estado de salud, también mejoró el estado de ánimo de él.
-Estoy bien, normalmente no vienes a esta hora a verme – le digo.
-No tengo ni un paciente por atender en la mañana, así que vine a verte, antes de que me ocupase con cualquier trabajo – se acerca hacía a mí – te ves mejor, antes estabas más pálida.
-Sí, digo lo mismo… ¿Cuándo me podrán dar de alta? – digo esperanzada.
-Bueno, creo que en tres días es mejor, aunque, verdaderamente te vas a recuperar es en dos meses, por eso deberías de tomar reposo y debo de administrarte los medicamentos, que debes de cumplirlo obligatoriamente, sino no lo haces puedes sufrir de otra recaída.
-Está bien, seré responsable con mi salud, en ahora en adelanta – aseguro.
Él me observa indeciso, quizás tiene algo que decirme, pero lamentablemente no puedo descifrar lo que dice su mente.
-¿Qué harás después de que te vayas de la clínica? – se sienta a mi lado.
-Bueno, retomaría mi trabajo aquí en Sevilla… ¿Por qué la pregunta?
-¿No quisieras devolverte a Suiza? – ajunta las manos.
-En realidad no, por los momentos no lo haré, recuerda que te había mencionado que quería publicar mi libro en España. Si llego a tener esa oportunidad, claro.
-Ah, sí, recuerdo a que me lo habías comentado – mira hacia al suelo.
-Me pregunto porque me has hecho la pregunto, ¿Algo te preocupa?
-Ah, solo quería saber que decisión ibas a tomar – esquiva mi mirada.
-No, creo que es una excusa lo que me estás diciendo – me siento en la cama.
-¿Los fármacos te hicieron algo? – me arquea una ceja.
-No, no son los fármacos… Es simplemente sentido común – me cruzo de brazos - ¿Te sientes inseguro?
-¿Inseguro? ¿De qué hablas? – me sonríe.
-Sí, recuerda que te conozco, creo que hasta más a ti mismo…
-Bien, te haré caso – recuesta su espalda en el respaldo de la silla – no quisiera a que te fueras de la clínica, pero a la vez no quiero a que estés enferma.
No evite levantar las cejas, no comprendía lo que realmente quiere decirme.
-Tengo la misma sensación de cuando era más joven, en ese instante cuando te ibas del país hace unos años para que estudiaras en Suiza… Es miedo a que te vayas de aquí, y no regreses más. Que tengas otros compromisos y otros amores – espera atentamente mi respuesta.
-Creo que ya lo hice hace mucho tiempo, ya estoy aquí en España, contigo y con mi familia… Tampoco quisiera olvidarte o alejarme de ti, creo que ya tenemos por entendido que estamos predestinados en estar juntos.
-¿Eso es lo que piensas? – me sonríe.
-Si… Me gusta estar contigo, me cuidas y haces todo lo posible para que lo esté.
-Bueno, seguiré haciéndolo – se acerca hacia a mí.
Cada vez que él tiene ganas de mostrarme afecto, me observa como si fuese su débil presa y eso me hace sentir más sonrojada.
-¿A qué juegas? ¿Al gato y el ratón? – le digo.
-Ah, sí, quizás… Pero creo que con una sortija en tú mano, te verías mejor que antes – me sonríe.
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Ignacio se sentó en la cama, saco una caja de sortija de su bolsillo de la bata de doctor. Este es el momento especial para cualquiera mujer, donde dos personas se unen en matrimonio y sus vidas cambian radicalmente.
-Yo había conseguido esta sortija en una tienda esta mañana, lo elegí especialmente para ti.
Él iba a abrir la caja para demostrar su contenido, pero tuve que detenerlo, no estaba correcto lo que estaba haciendo, no me parecía el momento adecuado para avanzar a esa etapa.
-Espera, no la abras aun – digo.
-¿Qué pasa?
-No nos apresuremos, apenas estuvimos un mes juntos, pero es demasiado rápido lo que estás haciendo – trato de usar mi voz apacible.
-¿Estás segura?
-Sí, la cuestión es que vivamos el momento, despacio es mejor… ¿Me entiendes?
-Ah, sí, claro, no debí de hacerlo – se resigna.
Lo abracé rápidamente, antes de que sus pensamientos lo hicieran sentir más inferior… Lo puedo deducir, debido a que cuando éramos más jóvenes, siempre llegaba a motivarlo y hacerlo sentir más feliz, amaba ese trabajo, ya que lo recuerdo, como ahora lo estoy haciendo.
-Sabes, lo que ahora soy me ha vuelto más seguro de sí mismo, pero cuando no lo hacía te recordaba siempre a ti… Me servía como combustible, créeme, me funcionaba la mayoría de las veces.
-Ah, me gusta lo que escucho.
-Cuando te de alta, quiero que vayas conmigo a Inglaterra – me dice.
-¿Inglaterra? – dejo de abrazarlo.
-Sí, recuerda que tengo que viajar por allá, sólo que no me ido cuando porque estabas muy grave, me hubiese preocupado mucho por ti. Aunque, te has mejorado, podemos irnos de viaje y sigues con la medicación.
-Me gustaría ir, pero tengo mis propósitos aquí en España.
-Yo te puedo ayudar, si quieres, pero quisiera también a que me acompañases en Inglaterra – me toma de la mano.
-Bueno, quiero publicar mi libro por mis propios medios.
-Intenta en Inglaterra, ¿Quién sabe? Quizás allá tienes suerte – levanta la comisura de sus labios.
-Sabes muy cómo convencerme – le sonrió.
-Entonces, ¿Vienes conmigo? – amplia más su sonrisa.
-Si llego a decir no, voy a apagar su sonrisa bella – me río de sí misma – entonces, tendré que ir contigo – me levanto de hombros.
De un momento inesperado, Ignacio me toma por la cintura y me jala hacia él, me dio un beso de los buenos, de los que saboreas intensamente los labios y quieres permanecer allí por un largo rato, hasta la respiración se vio afectada, nos acelerábamos por sentir más contacto y él me acariciaba la barbilla. Un lindo encuentro de labios nos hizo aumentar el afecto entre sí.