Sueños

1340 Words
Todo se volvió luz y sombra, como si la realidad se fragmentara en pedazos de vidrio que caían lentamente alrededor de ella. Trató de decir el nombre de Elián, pero su lengua se sintió pesada, ajena. Sus rodillas cedieron. La última imagen nítida que percibió fue el rostro de Elián acercándose con una expresión que jamás había visto en él miedo puro. —Elisa. Su voz resonó como si viniera de dos lugares diferentes. La oscuridad cayó sobre ella. Cuando se desmayó, él la sostuvo antes de que tocara el suelo. Su cuerpo, ligero y cálido, se derrumbó sin resistencia en sus brazos. Elián cerró los ojos un instante, apretando la mandíbula con fuerza, luchando contra algo que rugía dentro de él. —No —susurró en un tono inaudible incluso para sí mismo—. No ahora. La levantó con facilidad, como si fuera más liviana de lo que realmente era, o como si él fuera más fuerte de lo que ella imaginaba. La acercó a su pecho con una suavidad casi desesperada, temiendo que dejara de respirar, que se rompiera entre sus brazos como un objeto frágil. Elián empezó a caminar por el pasillo, ignorando las miradas alarmadas de los empleados que se cruzaban con él. Sus pasos eran rápidos, precisos, pero su expresión era un torbellino de rabia contenida, miedo y algo más oscuro que no permitía emerger del todo. Recostó lentamente a Elisa en la cama. Una hebra de su cabello cayó sobre su rostro y él, sin pensar, apartó la mechita con los dedos, como si necesitara verla respirar libremente. Como si eso confirmará que seguía allí, con él, viva. Se quedó contemplándola un segundo más. La piel de ella tenía un brillo sutil en el lugar donde su sangre había sido extraída. Una marca que él no había querido dejar… pero había dejado igual. “Demasiado pronto”, pensó. “Demasiado fuerte.” Intentó separarse, alejarse para protegerla de sí mismo. Pero entonces ella gimió suavemente, como si algo la atravesara. Su cuerpo se tensó. Las sábanas se arrugaron bajo sus manos. Sus labios se abrieron como si quisiera respirar y no pudiera. Elián sintió un rayo helado atravesar su pecho. —Elisa… Sus ojos permanecieron cerrados, pero la tensión en su rostro revelaba que no estaba descansando. Estaba atrapada en algún lugar entre la conciencia y algo más profundo. Algo que él conocía. Algo que él temía. Se quedó a su lado, aun cuando sabía que lo mejor sería marcharse. Pero no pudo. No cuando él era la causa del sufrimiento de Elisa. Mientras Elisa en sus sueños corría. No sabía por dónde. No sabía por qué. Solo sabía que debía correr o sería alcanzada. Sus pies golpeaban un suelo de mármol que resonaba como un latido ajeno —Elisa. Una voz la llamó, suave, profunda, que vibró en el fondo de su pecho como una nota musical. Elián estaba allí. Pero no era el Elián que conocía. Este Elián tenía los ojos completamente negros, como pozos sin fondo. Su piel parecía brillar ligeramente bajo una luz que no existía en ese lugar. Y su expresión… su expresión era hambre y tormenta. —Ven —dijo él. Elisa sintió una mezcla de alivio y terror. Dio un paso hacia él. Cuando estaba a un metro de distancia, él extendió una mano. Y las sombras detrás de él se agitaron. Elián, en la realidad, la vio apretar los dientes. Sus manos se cerraron en puños. Se inclinó hacia adelante, preocupado. —Elisa, escúchame… —susurró, sin saber si podía oírlo. Pero algo dentro de ella sí lo escuchaba. Elisa tuvo otro sueño, estaba de pie en un salón amplio. Las paredes tenían vitrales rojos que dejaban pasar una luz sangrienta. En el centro había una mesa larga cubierta por un mantel blanco, pero el mantel estaba empapado de un líquido oscuro que goteaba por los bordes. Retrocedió. No era vino. Era sangre. Sangre que caía en un charco enorme en el piso. Y de ese charco surgían manos. Manos que la tomaron por los tobillos. —¡No! —gritó Elisa, intentando liberarse. Pero cuanto más luchaba, más la arrastraban hacia la mesa. De repente, alguien la tomó del brazo y tiró de ella hacia arriba, alejándola. Elián. Su rostro estaba más pálido que nunca, sus ojos ardían en un rojo profundo que nunca había visto despierta. —No te acerques a esa mesa —susurró él—. No estás lista. —¿Lista para qué? —preguntó Elisa, temblando. Él la observó con una tristeza inmensa. —Para saber qué eres para mí. Las manos de sangre volvieron a aparecer detrás de él, y la sombra de una figura enorme se alzó, una criatura hecha de huesos y oscuridad. Elisa gritó. Elián giró hacia la criatura con un rugido que no pertenecía a un humano. En la realidad, Elisa arqueó la espalda como si algo estuviera tratando de sacarla de la cama. Elián sujetó sus muñecas para evitar que se hiriera. —Estás dentro del vínculo… —susurró él, horrorizado—. No debería haberse abierto tan pronto. Pero el vínculo ya estaba latiendo entre ellos. La estaba llamando. La estaba desgarrando. El último sueño de Elisa fue diferente. Elisa estaba sentada sobre una manta en un prado iluminado por una luna enorme. A su lado, Elián estaba recostado, con los ojos cerrados, como si durmiera. El viento movía su cabello y lo hacía parecer… humano. Ella extendió una mano y tocó su mejilla. Él no la detuvo. No se movió. Pero su respiración se aceleró bajo el tacto. —Elián… Sus ojos se abrieron lentamente. Su mirada era suave. —No tengo sueños así —dijo él, en un susurro—. No se me permite. Ella frunció el ceño. —¿Por qué? Él la observó con una mezcla de ternura y dolor. —Porque mis sueños siempre destruyen lo que tocan —respondió—. Pero tú… tú traes luz incluso aquí. Se incorporó un poco, acercándose. —Elisa —dijo más bajo—. No debí dejar que tu sangre… hiciera esto. Ella lo miró, sintiendo que podía tocarlo, podía besarlo, podía… La luna se oscureció de golpe. Una sombra cubrió todo el cielo. Elián se tensó. —Despierta —le ordenó él, desesperado—. ¡Elisa, despierta! Las sombras se abalanzaron sobre ambos. Elisa despertó con un grito desgarrador. —¡NO! Las sábanas estaban empapadas de sudor. Sus manos temblaban como si aún sintiera las manos de sangre sujetándola. Y Elián estaba ahí. A su lado. Sujetándola por los hombros. Su rostro era un poema de angustia. —Elisa, mírame. Estás a salvo. Ella lo miró, con lágrimas en los ojos, pero no sabía si lloraba por miedo… o porque verlo ahí, tan cerca, tan humano, la desgarraba de una forma que no entendía. —Tuve… sueños… —sollozó—. No eran solo sueños. Yo… yo estaba ahí. Él cerró los ojos con dolor. —Lo sé. —Eran tuyos… ¿verdad? Él permaneció inmóvil un largo segundo. Luego asintió, apenas. —Sí. Eran míos. Y tuyos. El vínculo abrió una puerta que no puede cerrarse fácilmente. Elisa sintió escalofríos. —Elián… algo quiere destruirme dentro de tus sueños. Él apretó la mandíbula. —No era momento para la segunda entrega —dijo alejándose de ella—. Debemos alejarnos un tiempo Ella lo tomó de la muñeca, desesperada. —No. —Estás viendo partes de mí que ningún humano debería ver jamás. —Vi otra cosa también. Algo… bonito. Algo que parecía imposible en ti. Él la miró, con el alma expuesta. —Eso es lo que me aterra más. El silencio cayó sobre ambos. Elisa respiró hondo, aun temblando. —Entonces dime la verdad, Elián… ¿Qué significa este vínculo para ti? Él la observó, acercándose lo suficiente como para que ella sintiera el calor de su cuerpo. —Significa —dijo con voz baja y devastada— que puedes destruirme.
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