El amigo secreto, parte 3

2441 Words
—¡Te pasaste, yegua!  —reclamó Gabriel ofendido. La crítica salió en un chillido muy poco varonil. Se cruzó de brazos y miró en otra dirección para no mostrar su vergüenza a Andrea. Estaba muy molesto; no quería dar pie a más burlas. Su amiga no escarmentaría si no lo veía, de verdad, enfadado. Fijó su atención en el resto de sus compañeros que, de a poco, comenzaban a ocupar sus asientos. Saludó a quienes le ofrecieron la mano y, recibió complacido y con una sonrisa, los besos de las muchachas.  La pista de baile continuaba repleta, los altavoces no habían disminuido su volumen y seguían poniendo a tono el ambiente con más temas fiesteros, pero los alumnos de la Carrera de Arquitectura, tenían una actividad importante que realizar. La que requería que todos estuvieran presentes. —No te enojes, mi rubio pechocho… —La pelirroja acarició su pierna en un intento de calmarlo, recostó su cabeza sobre el brazo de Gabriel, pero este le hizo el quite. Soltó un suspiro—. Solo trataba de ayudarte. —Yo no necesito… —Además, es solo un trago, no se va a dar por aludido; a menos, que esté interesado. —Los ojos de Andrea brillaron con la esperanza de aquello. Gabriel suspiró. La muchacha tenía razón: era solo un trago. Quizá, había exagerado. Sus nervios se exaltaban demasiado delante de Juan; tendía a ponerse demasiado susceptible, también. Desde muy joven había reconocido su atractivo: medía un metro ochenta, su cabello era castaño claro y sus ojos de un celeste muy intenso; herencia de su abuela materna. Desde que se había lanzado al mundo de las citas, jamás le habían faltado ligues. Pero estaba aburrido de todas esas relaciones vacías, cuyo único fin era el de disfrutar del sexo y la compañía del otro. Quería algo más; ¡anhelaba algo más! Necesitaba alguien que lo apreciara y que no solo lo deseara por su buena apariencia; alguien con sus mismos intereses; alguien que lo necesitara… Alguien, en quien apoyarse cuando se sintiera inseguro y que le regalara el amor que tanto anhelaba su alma. —Ok, está bien… —Se volvió hacia Andrea con su expresión todavía grave—. Pero no necesito tu ayuda, así que corta el rollo o, de verdad, me voy a enojar contigo. —¡Promesa, promesa! —Exclamó ella, poniendo su mano en el corazón. La otra, sin embargo, mantenía los dedos cruzados en su espalda. No sería tan evidente la próxima vez, pero de que haría todo lo posible por juntar a su amigo con el moreno; lo haría—. Notaste como Juan coqueteó contigo… Gabriel volvió a suspirar.  Estaba claro, que la muchacha no dejaría el tema. —Mmm… ¡Claro!  —aseguró sin darle importancia a las palabras de Andrea. —Pensé que no vendrías esta noche. Me alegra que hayas podido llegar —continuó la joven, imitando la vos de Juan—. Te miraba con hambre… —Sus ojos esperanzados brillaron, una risita maliciosa salió de sus labios—. Con el tipo de mirada que anuncia: “Te voy a dar duro, hasta que se te olvide el nombre…” El muchacho se carcajeó. El tono grave que utilizó para imitar a Juan, más los gestos exagerados de galán de telenovela, la hacían ver ridícula y graciosa. —¡Es tu oportunidad, mi querido bombón! —No creo que sea tan así… —contradijo él. —¡Dios! ¡Es que no piensas espabilar! Gabriel se encogió de hombros. Había notado cierta chispa de coquetería en la mirada del moreno; incluso, su sonrisa brillante había estado más seductora de lo usual… En realidad, jamás lo había visto sonreír de forma brillante. Sin embargo, no quería hacerse demasiadas ilusiones. —No seas un cobarde, Gaby. Esta es tu oportunidad… La única y la última —recalcó Andrea—. La semana que viene comienzan los exámenes, después las vacaciones de verano. ¡Es nuestro último año, Gabriel! A partir del próximo semestre todos vamos estar enfocados en nuestras tesis, o buscando una oportunidad en el campo laboral. Para cuando te des cuenta, habrás terminado tu carrera. No volveremos a ver a la mayoría. Si lo dejas pasar, lo vas a lamentar... ¡Y yo no pienso pasar mi precioso tiempo de verano siendo tu paño de lágrimas! —enfatizó severa. —Tienes razón. —murmuró el chico, más para sí mismo que para la muchacha. Juan era un misterio. Sabía, por conversaciones de sus compañeras de carrera, quienes le habían sonsacado información, que se había trasladado desde Antofagasta a Concepción a principios de este año; matriculándose en la universidad, recién a inicios del segundo semestre. El muchacho era hermético en lo que a su vida personal se refería. No daba muchos antecedentes de su familia ni de cómo era su relación con ellos. Solo conocía, porque le había escuchado comentar a él mismo en una ocasión, que sus padres se dedicaban al turismo; administrando una posada, o algo por el estilo. —Aquí tienen. Juan volvió a sobresaltar a Gabriel. El muchacho se movía como una pantera; ya eran dos veces que apenas había notado que lo tenía cerca. Este habló casi en su oído cuando se acercó a ellos para entregar los tragos que se había ofrecido comprar. —Gracias, Juan. Eres un encanto. —El muchacho sonrió—. Si no tienes ligue para esta noche, recuerda anotarme en tu lista. —Andrea le guiñó un ojo—. Sería tonta si desaprovechara la oportunidad de pasarme la noche entera encerrada en esos brazos tan… —palpó uno de los bíceps de Juan. Este se dejó manosear, divertido con el descaro de la joven—. ¡Dios! ¡Juanito, estás como quieres…! —Ladeó la cabeza y miró a su amigo—. ¿No crees tú, Gabriel? El aludido no dijo nada, pero la chica no se perdió el brillo poco disimulado de lujuria que apareció en sus ojos claros. Juan se carcajeó. Miró de Gabriel a Andrea regalándoles una sonrisa seductora, y respondió a su compañera: —Ya veremos. Se enderezó y se marchó para ubicarse en su puesto. Nikole, la organizadora del evento, estaba llamando la atención de todos para que volvieran a sus asientos. Ya eran casi las doce y la parte más importante del festejo estaba a punto de comenzar. Gabriel lo observó irse. La espalda de Juan era ancha y sus hombros gruesos. Gracias a su camisa ajustada, se le remarcaban todos los músculos de aquella zona. Se lamió los labios. Una vez se sentó, el otro chico tomó la botella de cerveza que estaba sobre la mesa y, antes de beberla, miró en su dirección y gesticuló un: Salud. «¿En serio está coqueteando conmigo». Gabriel no sabía cómo tomar el repentino interés de Juan. —Parece que alguien va a tener su “Noche Buena”, esta Navidad —canturreó Andrea, volviendo su atención a ella. —¡Corta el rollo, incordio! —Anota lo que te estoy diciendo, Gabriel. —La muchacha lo apuntó con el dedo—. De que se te hace; se te hace esta noche. Alzó las cejas de forma sugestiva y entonó un villancico, en cuyo estribillo decía: “Noche de paz, noche de “amor…” Poniendo especial énfasis en la palabra amor. Varios de sus compañeros se le unieron en el canto. Gabriel movió la cabeza y suspiró. Luego rezó una plegaria: «Ojalá, Andrea tenga razón». Minutos más tarde, el último de los alumnos de la carrera de Arquitectura se sentó en su asiento. En todo ese tiempo, Gabriel platicó y bebió a gusto con los muchachos que se ubicaban a su lado; mirando de vez en cuando a Juan, quien hacía lo mismo. El sonido de palmas chocando, llamó la atención de todos los presentes. Nikole, la organizadora del evento, estaba de pie sobre su silla, intentando atraer la atención de todos. —¡Ya son casi las doce! —anunció la muchacha. Las chicas se sobaron las manos y dejaron lo que estaban haciendo para poner atención a lo que la otra muchacha decía. Andrea también estaba expectante, apretujó el brazo de Gabriel y le hizo callar. —Estoy tan contenta de que todos se hicieran un tiempo para venir —continuó Nikole—. Quiero brindar por este veinticuatro de diciembre y desearles unas felices pascuas... —Elevó su copa. El grupo entero la imitó sosteniendo sus bebidas en alto—. Sé que muchos tenían planes para pasar las fiestas con sus familias. Les agradezco que se hayan tomado un tiempo y decidieran venir de todas formas. Gabriel agitó el contenido de su cerveza; a él no lo esperaba nadie en casa. Su abuela no festejaba la navidad; no creía en ella. A estas horas, debería estar durmiendo luego de haber asistido, por compromiso y para socializar, a todos los eventos que realizaba el Centro del Adulto mayor para estas fechas. Sus padres, por otro lado, debían de estar celebrando en casa de algún compañero de trabajo o cenando en algún restaurante; ajenos por completo a los planes de su hijo. Andrea palmeó la pierna del muchacho y le hizo señas con la mano para que agachara la cabeza. Cuando lo tuvo a su altura, le rodeó el cuello con uno de sus brazos y le beso la mejilla. —¡Feliz navidad, Gabriel! —susurró en su oído. —¡Feliz navidad, cosa flaca! Miró a Juan quien también se veía un poco abatido. El muchacho se encontraba lejos de sus padres y su familia, echándolos en falta, seguro. «Al menos, yo tengo a Andrea», pensó para sí. Su incordio nunca lo dejaba pasar las penas solo; mucho menos las fiestas. Ella y sus padres se habían convertido en miembros más de su familia. Rodeo con su brazo la cintura de la muchacha y la volvió a besar en la mejilla. —Te amo, flacucha hedionda. —Yo también, rubio apestoso y teñido. —Sabes que esto es natural... —Agitó con la mano su melena lacia—. Envidia; eso es lo que te da. Ambos se carcajearon. Nikole chocó su copa con los compañeros que tenía más cerca; el resto, imitó su gesto. Gabriel chocó su botella contra el baso fino de Andrea, y coreo un: Salud. De repente, un pensamiento le hizo enderezar la postura y mirar alerta a Juan. «Lo más probable es que regrese a su ciudad natal, nada más terminada la carrera». Se pateó mentalmente por no haber pensado en ello. Un dolor agudo se instaló en su pecho. Andrea tenía razón, esta era la última oportunidad que tenía el muchacho de confesar lo que sentía al moreno. —¡¡Ey, ey, ey!! —gritó Nikole cuando las conversaciones comenzaron a propagarse por todo el grupo, una vez más—. No se me alboroten, que aún no he terminado… —El bullicio cesó y la atención de los presentes volvió a ella—. Este es nuestro último año de carrera… Estoy muy contenta de haberlos conocido a todos. —Un atisbo de humedad se apreció en sus ojos. Su voz también se quebró un poco—. Sé que hemos tenido nuestras diferencias —De forma automática, todas las miradas se centraron en Sergio. El muchacho se encogió en su silla y tomó un sorbo de su trago—; pero, a fin de cuentas, somos seres humanos y tenemos derecho a equivocarnos. Muchos de los ojos de reproche continuaron en Sergio. Este suspiró, se levantó de su silla con el vaso largo en la mano y se dirigió al grupo: —¡Yo también los echaré de menos, pendejos! —Elevó un poco más su vaso, luego agregó—: Incluso, a los maricones. Al finalizar, su mirada se dirigió a Gabriel. Los chiflidos se alzaron de inmediato; las protestas de las chicas, tampoco se hicieron esperar. Gabriel se encogió de hombros. No se podía esperar menos de Sergio homofóbico Bawer. El chico era incapaz de pronunciar palabras amables hacia los del colectivo LGBT... No. En realidad, hacia casi nadie. Por ello, no mucha gente le tenía estima. Mientras lo observaba, sentado en su silla, recibiendo las críticas de sus compañeros con su actitud obstinada de siempre, las mejillas rojas y el ceño fruncido, Gabriel le dio vuelta a las palabras que había pronunciado. En esta ocasión, al contrario de otras tantas veces, sus palabras estuvieron exentas de sarcasmo. El hecho que declarara que los extrañaría a todos, “incluso a los maricones”, y que en su rostro se apreciara una leve sombra de tristeza, lo hicieron recapacitar. Como agua pasada, quería dejar correr el rencor acumulado todos estos años y olvidar aquella animadversión que los uniera desde un principio. Comenzó a reír, se carcajeó tan fuerte que todos los presentes detuvieron sus diatribas para mirarlo extrañados. Se levantó de su asiento, e imitando a su compañero, levantó su botella en alto y ofreció un brindis: —Nosotros los maricones, también te extrañaremos, Rey. —Guiñó un ojo y le lanzó a Sergio un sonoro beso; quien, se sonrojó por completo.   Aquello hizo que el ánimo se relajara y que todos estallaran en carcajadas. El aludido se encogió aún más en su silla; chicos y chicas, entre risas y bromas, lanzaron besos en su dirección. Aprovechando que la alegría había vuelto al grupo, Nikole se paró una vez más sobre su silla y llamó la atención de todos. —¡Ya, mis chiquis, alborotadores! —palmeó sus manos, como poniendo en orden a un grupo de infantes—. ¡¡Llegó el momento del evento principal!! Las muchachas gritaron y aplaudieron, emocionadas. Andrea dio saltitos en su asiento, impaciente por saber que obsequio le regalaría su amigo secreto. Gabriel, en cambio, no demasiado expectante y ni un poco intrigado, se rio de la agitación de la muchacha. Sus ojos se desviaron hacia Juan. Su cerebro, aprensivo, planeaba la mejor estrategia para apartar al moreno de su grupo y confesarle, de una vez por todas, las emociones que llevaba sintiendo por él desde que se inscribiera en la carrera. Le apremiaba explicarle como hacía latir de forma acelerada su corazón; como lo volvía torpe; como cada una de sus palabras lo llenaba de alegría o incertidumbre. Debía ser hoy; no había espacio para más dudas. Gabriel sabía, que no habría una segunda oportunidad. 
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