El amigo secreto, parte 2

2995 Words
—¿Por qué aun no has conseguido mi trago? —se quejó Andrea. Gabriel llevaba varios minutos viendo el ir y venir de los meseros sin conseguir captar la atención de ninguno. Al parecer, no tendría más opción que pararse e ir hasta la barra para conseguirlo. —Supongo que tendré que ir hasta la barra…   —¿Te vas a declarar? –preguntó la muchacha de repente, olvidándose de su queja anterior. —¡¿Yo?! ¿Em…? No lo sé. —¿Por qué no? —Bueno…. Ummm…. ¿Quién se declara en estos días? Prefiero pasar a la acción. —Eso significa que no vas a hacer nada —Andrea lo miró con suspicacia. —Bueno… Nada… Así como nada, no creo. Esperaré a que estemos solos y le invitaré un trago. —¿Un trago? ¡Por Dios, Gabriel! ¡¿Desde cuando te has vuelto tan marica?! Reaccionas como toda una virgen delante de Juan... —La muchacha se cruzó de brazos y lo señaló con el dedo—. Lo que tienes que hacer es invitarlo a bailar... Sabes que puedo unirme a ustedes si te preocupa que algún homofóbico les quiera buscar bronca. Después, lo arrastras hasta los baños y le comes la boca a besos… Cero rollos. Andrea se encogió de hombros y enarcó una ceja, desafiando a Gabriel a que rebatiera la simplicidad del asunto. Este se sobó la nuca y soltó unos cuantos suspiros. —Es complicado —murmuró—. Y si no está interesado en mí. —No pierdes nada con intentar —le aconsejó ella—. Sabes que tienes lo tuyo; ningún hombre gay se resiste a tus encantos cuando te lo propones. —Ese es el problema: no sabemos si Juan es gay. Esa era la gran duda. Las miradas curiosas, no del todo interesadas, que le dedicaba todo el tiempo lo tenían en la más completa incertidumbre. El joven era muy difícil de leer e inmune a sus encantos. No es como si Gabriel los desplegara a propósito cuando estaba cerca del moreno, pero muchas veces le habían dicho que con solo sonreír de forma tímida ya tenía a los chicos bajo sus pies. Sin embargo, frente a este, su timidez no era fingida; muy por el contrario, se volvía excesiva e irritante; incluso, para Gabriel mismo. Aquello, lo llenaba de miedo y lo detenía de realizar cualquier avance. Avergonzarse frente a Juan era algo que lo marcaría de por vida. —Y yo te vengo diciendo, desde el día que lo conocimos, que lo es —espetó Andrea—. Te come con la mirada cada vez que no lo estás viendo. —Son ideas tuyas —alegó Gabriel, justificando su cobardía—. Jamás ha propiciado ningún acercamiento ni me ha insinuado nada. —No te has quedado el tiempo suficiente después de clases para que él propicie cualquier cosa. —Tengo que trabajar, tú lo sabes. —Lo que yo sé… —acusó Andrea apuntando al rostro de Gabriel— es que tu vida social se ha vuelto inexistente desde que Juan se trasladó a nuestra universidad. Has estado todo el semestre suspirando por el moreno sin conseguir… ¡Sin decidirte a hacer ningún avance con él!   —Pero… —Si a Juan le desagradaras ya lo hubieras sabido. Todos y, digo, tooodos en el salón saben que te gusta. Se te nota con solo mirarte a la cara. Además, tienes que confesarte, sí o sí, esta noche. Gabriel la miró extrañado. ¿Desde cuándo a su amiga le urgía tanto que consiguiera pareja? —Hemos apostado con las chicas que hoy te salta la liebre—aclaró ante la mirada inquisitiva del chico. Una sonrisa pícara se asomó en sus labios—. ¡No me puedes fallar, Gaby! ¡Ni se te ocurra hacerme perder mi mesada! —¡Dios! ¡Ustedes las mujeres son un peligro cuando se unen para cotillear! Gabriel alzó las manos al cielo y miró el techo del club, en una pose muy dramática. Andrea ensanchó su sonrisa y encogió sus hombros sin demostrar un ápice de culpa. —Sigo diciendo que no es seguro que sea gay —volvió a rebatir—. Si lo fuera, ya lo habría anunciado. Además, todos en la facultad están al tanto de mis preferencias. Si estuviera interesado, como tú dices, ya me hubiera insinuado algo. —-¿A lo mejor es extremadamente tímido? —aventuró Andrea. —Gabriel la miró incrédulo—. Puede que no haya salido y tema ser el blanco de algunos homofóbicos. —¿Cómo Sergio? —Gabriel se lo pensó, luego desechó la idea. Era imposible que tuviera miedo del acoso; no, con ese cuerpo—. No lo creo. Mide casi dos metros y está sobrado de músculos. Podría voltear a cualquiera que pretendiera ofenderlo… Mejor voy a la barra por tu trago. La falta de alcohol está sacando tu personalidad entrometida y casamentera. Cada vez te pareces más a mi lela Lucía y, para serte sincero, te prefiero achispada y medio tonta —se burló—. Te vez más bonita con las mejillas rojas, la boquita cerrada y riéndote de todas las estupideces que soltamos los varones... Como debe ser. —¡Maricón machista! —se quejó ella fingiéndose ofendida. Le pegó un puñetazo en el brazo. Gabriel se sacudió con el dorso de la mano su bíceps como si estuviera deshaciéndose de unas cuantas pelusas. Esto solo incitó el lado pendenciero de Andrea—. ¡Se te queda la patita atrás, y te gusta que te den por el culo! El muchacho estalló en carcajadas:    —¡¡Ja, ja, ja!! Tus insultos están muy pasados de moda… ¡Ja, ja, ja! —se secó las lágrimas que se agolpaban en las esquinas de sus ojos y volvió a reír—. En serio, juntarte con mi abuela te está volviendo una ancianita. Se te han pegado todas sus palabras y sus frases. —¡Fleto, mariposón…! —atacó de nuevo la muchacha, sacándole la lengua. Gabriel soltó otra carcajada. Uno de los camareros del club pasó cerca de ellos, el muchacho le hizo señas para que se acercara. El joven miró en su dirección e hizo un asentimiento con la cabeza, luego dobló a su izquierda y se detuvo frente a una de las mesas de ese sector.  Uno a uno, depositó los vasos altos y las dos botellas que llevaba sobre la bandeja en la que los transportaba; al terminar, se agachó para oír lo que le decía uno de los clientes y se devolvió por donde había venido. —Al parecer, no tendré más remedio que ir a la barra de licores —murmuró.   —Y más encima, agüenoao. —despotricó Andrea. La muchacha tenía un solo defecto: se encendía como pólvora y no le gustaba perder. Así que Gabriel sabía que tendría que prepararse para más diatribas y quejas por parte de ella—. Y para que sepas, yo admiro mucho a tu lela Lucía. No cualquier abuela se dedica a buscarle novios a su nieto. —¡Ni me lo recuerdes! —Gabriel puso los ojos en blanco—. El problema es que mete mucho la pata. Sus mejillas se sonrojaron al recordar todos los intentos de emparejamientos que había propiciado su abuela luego de enterarse de que era gay. La anciana era demasiado atípica para haber nacido dentro de una familia tan conservadora. Quizás, era su veta romántica. Ella aseguraba que el mundo sería mejor si la gente se preocupara más por andar conquistando pareja, que otros países. Había tenido un matrimonio armonioso, que había durado décadas. Si su abuelo no se hubiera muerto por culpa de una infección pulmonar, andarían todavía como tortolitos saliendo en citas cada fin de semana. Gabriel también tenía muy buenos recuerdos del hombre mayor; el que murió cuando el chico tenía diez años. Estaba seguro, hubiese recibido la misma aceptación de su parte, si hubiera estado vivo cuando salió frente a su familia. Se preguntó, porqué su padre había salido tan frio y terco, cuando había sido engendrado por dos personas tan maravillosas. —Sí, es muy cierto —coincidió Andrea sacando al chico de sus reflexiones—. ¿Recuerdas cuando se propuso emparejarte con aquel instructor de aerobics que daba clases los sábados en el Centro del Adulto Mayor? —Ella aseguraba que era gay, sólo porque tenía el trasero redondo y demasiado levantado. —Y bien que tenía razón —se carcajeó la muchacha—. El pobre hombre no encontraba manera de sacársela de encima para que no se enterara la directiva de la asociación y, así, no terminara perdiendo su trabajo. —Mi abuela se las hizo ver verdes al pobre. Cada vez que tenían un descanso de las sesiones de ejercicio, se pegaba a su costado enumerándole todas mis cualidades… —Y cuando íbamos a buscarla a la sede después de sus clases, inventaba cualquier excusa para dejarte esperando en la sala, acompañado del instructor. —Estaba decidida a que conectáramos… ¡Qué vergüenza! —se quejó el chico, moviendo la cabeza de forma reprobatoria—. Tenía sólo diecisiete años y el veinticinco; yo era demasiado tímido como para atreverme a juguetear. —Pero bien que se te quitó la timidez unos meses después… —Andrea alzó las cejas de forma sugestiva. Las mejillas de Gabriel enrojecieron más. El recordar aquel tiempo y todas las primeras veces que compartió con ese muchacho, hizo que hasta sus orejas se tiñeran de rojo. «Lástima que lo nuestro no hubiera durado mucho», murmuró para sí mismo: «Teníamos intereses demasiado diferentes». Continuaron recordando otras tantas metidas de pata de la anciana, como algunos aciertos; riendo a carcajadas, cuando el alocado comportamiento de la abuela del chico lo ameritaba. Varios de sus compañeros de asiento se unieron a ellos. Algunos la conocían; otros, intrigados y sorprendidos, morían de ganas de hacerlo. Gabriel apoyó su cabeza en el hombro de Andrea y continuó su conversación animada. Para él era tan fácil relajarse al lado de la pequeña pelirroja. Cuando era un niño sentía admiración y una especie de encandilamiento por ella. Siempre fue su mujer ideal: cariñosa, generosa y con un gran sentido del humor. Además, tenía una figura menuda, pero hermosa, y un rostro simétrico; la feminidad hecha mujer. Era como la hermana pequeña que nunca había tenido. Gracias a ella y a su abuela Lucía, no se sentía tan solo en este mundo. —Gabriel, ¿cuándo llegaste? La voz profunda de Juan sacó al muchacho de su reflexión, sobresaltándolo. Aquello obligó a la pareja de amigos a apartarse. El cuerpo del chico se estremeció, los latidos de su corazón se aceleraron y su estómago se contrajo de los nervios. No había notado que el moreno se había acercado a ellos; ni mucho menos, que este estaba ubicado detrás de él. El otro muchacho estaba acuclillado en medio de ambos asientos y se sujetaba con ambas manos del respaldo de cada silla. La mano que se apoyaba arriba de la espalda de Gabriel, rozaba su cuello producto del balanceo involuntario de sus piernas, haciendo que los bellos de su nuca se erizaran y su cuerpo se sintiera acalorado. Su rostro se puso aún más rojo. Maldijo para sí, el haber nacido con una piel tan blanca; la cual se pintaba de escarlata por el más mínimo cambio en sus emociones. Evitó mirarlo; no quería mostrarle al otro muchacho cuán abochornado se sentía. —¡Juanito! —exclamó a Andrea ladeando el cuerpo para saludar al muchacho. Por el rabillo del ojo, Gabriel la vio inclinarse, sujetar el rostro de Juan y plantar sonoros besos en cada una de sus mejillas—. Precioso, me has dejado con la boca abierta. ¡Mírate! Si pareces otra persona. ¿Por qué tenías escondido tan hermoso cuerpo? ¡Estás para lamerte entero! Gabriel casi se atraganta con su saliva. Sintió vergüenza ante el descaro de su amiga. Juan, en cambio, soltó una carcajada. La muchacha miró a Gabriel e hizo un gesto con la cabeza para que saludara al chico. Cuando este permaneció tieso en su silla, sin hacer ningún movimiento, movió la cabeza de forma reprobatoria. —¿Estás de cacería? —preguntó Andrea, devolviendo la atención de Juan hacia ella. Los ojos del otro chico estaban fijos en la nuca de Gabriel. «Y Gabriel asegura que el moreno no está interesado en él». Andrea suspiró. Estaba claro que su amigo no haría ningún movimiento, nunca. Se había vuelto tan tímido por culpa de su enamoramiento por Juan, al extremo que era exasperante de ver. Decidió, que tenía que tomar medidas extremas; si no, el chico perdería esta preciosa oportunidad; y ella, su mesada. —Tienes que bailar conmigo esta noche. He visto lo bien que te mueves. Me encantaría bailar unos temas bien apretaditos contigo. Juan sonrió de forma seductora y le guiñó un ojo. A pesar de no estar interesada en el moreno, la muchacha se sonrojó. Era innegable que el muchacho se veía muy, pero muy atractivo hoy. Juan se rio. —¡Claro, que sí! Tendrás que esperar tu turno, eso sí. La lista es larga; aunque… —El moreno dirigió su mirada la espalda de Gabriel—. tengo reservados todos los lentos… Eso espero. —murmuró al final, volviendo su atención a Andrea. La muchacha miró confundida a Juan, pero pronto vino el entendimiento. —¡Ahhh…! ¿Sí? Su compañero de carrera le guiñó un ojo. Ambos miraron a Gabriel, pero este seguía ignorando al moreno, pretendiendo que no lo había visto llegar. Su atención estaba al otro lado del área de mesas, intentando ubicar al camarero que se había ofrecido atenderlos. A Andrea le dieron ganas de abofetearlo. Juan, en cambio, sonrió y rozó de forma disimulada la nuca del chico. —Hola, Gabriel —lo saludó, a lo que este no tuvo más remedio que voltear el rostro para mirarlo—. Llegué a pensar que no vendrías esta noche. Me alegra que lo hicieras. Juan le dedicó una sonrisa amplia, que hizo que el rubor en la cara de Gabriel volviera a encenderse. La mano de este, que continuaba afirmándose en el respaldo de su silla y rozaba su cuello de forma ocasional, enviaba descargas eléctricas que descendían por toda su columna. Enderezó su postura, huyendo del toque del otro muchacho. —Emm… Yo…Se… Se me hizo tarde en el trabajo —balbuceó. Juan inclinó su cuerpo hacia adelante para conseguir escuchar lo que el otro chico decía, lo que permitió que este aspirara su esencia masculina. El rostro del moreno quedó a escasos centímetros del de Gabriel, quien tuvo una buena vista de sus rasgos varoniles. Los ojos pardos de este, se apreciaban de un verde intenso producto de la luminiscencia del antro; sus pupilas se agrandaban y se achicaban cada vez que la luz se reflejaba en ellas; sus tupidas cejas, al igual que su barba, estaban recortadas y se veían prolijas; su nariz recta tenía el tabique levantado, seguro producto de alguna caída; su blanca dentadura brillaba bajo las luces de neón y sus labios finos se habían convertido en una delgada línea mientras sonreía. Notó también, que el otro muchacho tenía una fina cicatriz pegada a la comisura del labio inferior, la cual bajaba por la barbilla y se perdía bajo el mentón. Aquello le causó curiosidad; pero más que eso, hizo que el atractivo de Juan se multiplicara a sus ojos. Aquel detalle salvaje en un rostro tan masculino, hincharon su sensible hombría. Por unos momentos, Gabriel se sintió en el cielo. Poder apreciar de tan cerca al individuo que se había convertido en protagonista de todas sus fantasías nocturnas y comprobar que los rasgos que para él siempre se habían visto atractivos, podían verse aún mejor, hicieron que esbozar una sonrisa radiante. Se lamió los labios de forma inconsciente. Si fuera lo bastante valiente, se aprovecharía de este momento y se agacharía para tomar esa boca que había soñado besar por tanto tiempo; pero no lo era. Se aclaró la garganta, consciente de que había estado perdido en su ensoñación y se acomodó en su asiento intentando esconder el bulto que se había formado dentro de sus pantalones. —¿Te gusta lo que vez? —Juan no se la dejó pasar. Se acercó otro poco e hizo la pregunta en un tono que solo Gabriel pudiera escuchar. El muchacho se sonrojó hasta las orejas. —¡¿Qué…?! —La exclamación salió bastante parecida a un graznido. El moreno retrocedió y volvió a su posición original. Una sonrisa de suficiencia asomó en sus labios; la cual, consiguió disimular con rapidez. —Preguntaba si les gustaría que fuera a la barra por unos tragos. —¡¡Sí!! —Andrea contestó por los dos. —Les traigo algo, ¿entonces? De nuevo, la muchacha respondió por ambos. —Un Mojito para mí y, para Gabriel, un Sexo en la playa. Gabriel cabeceó para asentir, pero luego de procesar las palabras de Andrea, sus ojos se agrandaron y el horror se reflejó en su rostro. Le dedicó una mirada asesina. Primero que nada, a él no le gustaban los tragos dulces. La pelirroja lo sabía. Segundo: aquello era una clara alusión a lo que al muchacho le gustaría que el moreno hiciera con él… La muchacha había escogido ese coctel para molestar a Gabriel y para hacer evidente el interés del chico ante Juan. —Una cerveza, nada más. Gracias. No miró a Juan cuando respondió, sus ojos estaban fijos en Andrea; su rostro se apreciaba molesto. 
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