La ambulancia cruzó la ciudad bajo la lluvia, con la sirena encendida y el corazón de Ales desgarrado. Natalia iba semiinconsciente, envuelta en mantas, con la piel pálida y los labios agrietados por la deshidratación. Él no soltó su mano ni un segundo, y cuando por fin llegaron a la clínica privada, se encargó de que la atención fuera inmediata. —Ningún policía se le acerca todavía. Nadie la toca sin mi autorización. Está claro, ¿verdad? —dijo con una autoridad que no dejaba espacio para réplica. La internaron sin hacer preguntas. Ales firmó cada documento, autorizó cada análisis, y cuando los médicos pidieron hacer un examen completo, incluyendo revisión forense, él solo asintió en silencio, tragando el nudo de rabia que le ahogaba el pecho. Natalia no hablaba. No lloraba. Solo tembla

