Aquel sábado soleado, Dasha decidió llevar a su hija Lida a dar un paseo. La pequeña, emocionada, no sospechaba que su madre había retomado contacto con Richard Montenegro y que, en secreto, lo escondía en una hacienda aislada que ella misma había encontrado para él.
Gracias a Lida, sin saberlo, Dasha se mantenía al tanto de todo lo que sucedía en la mansión de Ale. La niña, inocente y confiada, le contaba cada detalle que vivía, sin filtros.
Mientras caminaban por un parque lleno de flores y risas de otros niños, Lida saltaba de un lado a otro contando lo feliz que estaba.
—¿Y Natalia? —preguntó Dasha con su tono dulce, mientras le ofrecía un helado—. ¿Sigue en casa?
—Sí —respondió la niña sin dudar—. Ya duerme con papi. Los vi abrazados. Y papi me dijo que íbamos a tener un hermanito
