La tarde era templada, pero Ales sentía un peso frío en el pecho mientras aparcaba frente a uno de los edificios que habían pertenecido a su tío difunto esposo de doña Aurora. El inmueble, ahora parte de su herencia, albergaba a varios inquilinos y al lado, una casa antigua estaba siendo remodelada por ella misma. Aurora había decidido quedarse en Praga tras el secuestro de su hija, y ahora parecía decidida a construir algo propio, lejos de la sombra de España. Ales no había querido avisar. No deseaba darle tiempo para preparar respuestas. Lo que buscaba no era una versión perfecta, sino la verdad que pudiera entreverse en los gestos, en las pausas, en las palabras espontáneas. Aurora abrió la puerta con una sonrisa tranquila. Se la veía bien. Llevaba un vestido liviano y el cabello suel

