Ay, cama. Dulce cama. Dios, cómo amaba mamá esta cama en particular. Olía a ella y a papá. Olía a amor, a descanso, y al dulce aroma a mostaza de la nostalgia. No había ningún olor dentro de la cabaña que le recordara más a la cabaña misma que el olor de la cama. Las sábanas eran de franela. Era horrible. Pero era lo que tenían en la cama del lago. Un campesino del puerto deportivo le había dicho que la franela era la única opción sensata para dormir cómodamente en medio de los cambios de humor nocturnos del lago. Al principio las odió. Todavía las odia. Pero también las amaba muchísimo. Los apretó con fuerza. Los mordió con los dientes. Mordió la tela y aspiró aire caliente. Olfateó sin parar, casi como un perro. Sentía lo mejor de todo sentir ese intenso aroma en la nariz mientras se t

