Seay sujetó a mamá por las caderas y se la metió hasta el fondo. Ella apoyó la frente en la pared y gimió, dejando que se le quebrara la voz. "Qué rico, qué rico", sollozó. "Seay, te amo muchísimo dentro de mí, nena".
"Lo sé", gruñó, y le agarró las tetas con ambas manos. Ella sollozó de nuevo, con más fuerza, y se estremeció de risa.
Ella apretó sus manos, tocándose a su vez. "Me haces sentir tan feliz", rió. Luego suspiró. "Solo voy a envejecer, ¿sabes? Pero siempre seré tu madre. Siempre seré tu mamá".
"Nunca dejaré de amar esto", le susurró Seay al oído. Luego lo mordió.
Mamá se estremeció y sintió una oleada de calor preclímax. Estaba cerca. Su mente y su corazón se sentían desgarradoramente claros. Este era su bebé. Su único y verdadero hijo. Su Seay. Podía sentir el calor en su
