—¡Seay! —gritó mamá—. ¿Cariño? ¿Estás bien?
"¡Bien!" respondió Seay.
Mamá hizo pucheros en la puerta. "Estoy preocupada por ti".
Seay abrió la puerta.
Ambos permanecieron allí desnudos, mirándose con cariño. La erección de Seay se balanceaba frente a él. Mamá la miró. Seay la miró. Sus ojos, solo sus ojos. Maldita sea, sus ojos y nada más, bastaban. Era de otro mundo.
—Seay —susurró mamá—. Por favor, dime si te he molestado. Si esto es demasiado, iremos más despacio, te lo prometo.
"Estoy... aguantando", asintió Seay.
"¿Lo eres? O sea, claro", se sonrojó. "Eres increíble, ¿lo sabías?" Volvía a mirarle la polla. Cuando la pilló mirándolo, simplemente le sonrió y volvió a mirarlo fijamente. "¡Caramba! De verdad que eres el hijo de tu padre".
"Sí", se rió Seay.
"Oye", sonrió con sufi
