Seay, sin embargo, no sacó la polla de inmediato. Su mente estaba acelerada. Su corazón latía con fuerza. Estaba asustado. Pero también estaba... bueno. Duro como la pata, de hecho.
"¿Hablas en serio?" balbuceó.
"Sí." Apuesto por un centavo. Apuesto por una polla.
"¿Como? ¿Hasta el final?"
"Ya casi..."
"Bueno."
"T-tú también lo harás, ¿verdad?"
—E-vale. Sí. De acuerdo. Eh... —Seay dudó, dudó, dudó. Intentó enviar el mensaje a sus manos para que volvieran a bajarle los pantalones cortos. Sus manos no se movieron. Estaban a sus costados, mirándolo como diciendo: «¿Fue un accidente? ¿Querías pulsar ese botón? Sabes que nuestra hermana está aquí, ¿verdad?».
"Está bien", le sonrió Tracy.
La vio sonreírle. Vio sus pechos. Le gustaban muchísimo. Sus pezones habían cambiado, habían evolucionado, francamente, habían florecido. Ahora se endurecían, supuso, cuando ella estaba excitada. Como él. Pasaron de suaves y marrones a duros y marrones con puntas rosadas. ¡Y esa gran peca marrón a un lado de su teta! ¡Se acordaba de esa peca! ¡Ay! También había crecido.
"Vale", repitió, y esta vez no le dijo ni una palabra a sus manos. Simplemente las levantó y las usó, como si fueran cualquier parte de él, para bajar sus pantalones cortos. Lo hizo rápido para no tener tiempo de sufrir la increíble sensación de exponer su erección plena y furiosa a su propia sangre. De repente, ahí estaba. "¿Totalmente fuera?", le preguntó, a punto de quitarse los pantalones cortos.
"Claro", se encogió de hombros, más o menos. Tenía los hombros algo firmes, lo que le permitía encorvarse y bajar libremente.
"Vale", asintió Seay y se quitó las sábanas de las piernas para quitarse los pantalones cortos. Y ahora estaba desnudo. Tiró... no, espera, dejó caer... sí, eso estaba mejor... dejó caer los pantalones cortos al suelo con naturalidad, como siempre. Como siempre haría si se quedaba en calzoncillos con su hermana cerca. Así era. ¿Y qué si estaba desnudo? ¿Y qué si ella lo miraba? ¿Y qué si estaba extremadamente cachondo viendo a su hermana gemela alcanzar rápidamente su primer orgasmo delante de él? Estaba tan cerca. El olor era tan denso, y el sonido de sus dedos resbaladizos y pegajosos entrando y saliendo de su coño adolescente, empapado y hambriento, lo estaba volviendo loco. Tenía la polla tan dura.
"Espera", balbuceó. "Tengo que ponerme al día".
"S-sí", se rió entre dientes, "sí lo haces. Date prisa".
"¡Dios mío, qué raro!", rió él también con voz entrecortada. Se recostó y se contuvo. Intentó simplemente empezar a masturbarse, pero fue imposible. Cerró los ojos. Desconectó de su hermana lo mejor que pudo. Imaginó que sus húmedos y jugosos ruidos eran solo sus juegos con la boca. Imaginó que lo estaba provocando. Intentando convencerlo de que se estaba masturbando desnuda en la cama frente a él, a solo tres metros, cuando en realidad solo estaba sentada allí haciendo sonidos tontos y escupidos con las mejillas. La imaginó completamente vestida. La imaginó demasiado abrigada. Lista para el invierno.
La imaginó con ese suéter verde suave que a veces usaba en Navidad. Con copos de nieve rojos. Era un suéter horrible. Era un suéter horrible. Y precisamente por eso le parecía tan sexy. Imaginó que los copos de nieve se estaban derritiendo, porque su hermana tenía demasiado calor, demasiado calor, demasiado excitada. Podía oler su olor corporal. Estaba asquerosa. Necesitaba una ducha. Prácticamente podía oler su coño desde allí.
"¡Oh, joder!", espetó Tracy. El orgasmo le había subido al abdomen sin previo aviso. Estaba loca, desquiciada, completamente excitada. Intentar normalizar la desnudez entre gemelas estaba resultando mucho más excitante de lo que esperaba. ¡Rayos! ¿Había calculado mal? ¿O así se suponía que debía sentirse la normalización?
Y ahora ella se corría. Él podía oírlo. Abrió los ojos y miró. No podía evitarlo. Era como oír un chirrido de neumáticos y un golpe fuera de la ventana de tu habitación. No dejaste de abrir las persianas y mirar. La miraste con lujuria. Miraste directamente su cuerpo tembloroso, estremecido y brillante por el sudor. Era demasiado. Tracy tenía una pierna estirada, la otra doblada, con su trasero, sus caderas, meciendo su sexo con fuerza contra su mano trabajadora. Su otra mano estaba en su pecho, agarrando su propio seno, pero no solo apretándolo, tocándolo, provocando su pezón extáticamente lindo, como si estuviera fingiendo ser su propia amante.
"Joder, joder, joder, joder...", gimió, y su trasero rebotó ruidosamente en los muelles de la cama. "¡Mareeeeee, estoy tan cachondaaa!"
"¡Tracy!" ladró Seay.
"Me corro", susurró. "¡Me corro, joder, me corro, Seayyy-yy-nggh!"
—¡No puedes decir mi nombre así! ¡Dijimos que no hablaríamos así!
—Te... te... te necesito —jadeó, y le habló sin siquiera mirarlo, suplicándole incluso con los ojos cerrados, como si el rayo de luz del mediodía que amarilleaba la habitación fuera demasiado cegador—. Necesito que... que te calles la boca. Y d-déjame hablar como n-necesito hablar.
"¡Dijiste que nos masturbáramos juntos! ¡N-no dijiste que nos habláramos SUCIO!"
"¡No lo soy!", gimió, rió, cantó y golpeó las sábanas con una mano con garras. Ahora lo miraba. No tenía los ojos desorbitados. Tenía la mirada clara. Le sonrió radiante. "No te estoy diciendo cosas sucias. Solo estoy feliz. ¿De acuerdo? Me alegro de estar de vuelta. Aquí. Contigo. N-no más ropa ridícula."
"La ropa de C no es tonta", mintió Seay. De hecho, se estaba masturbando mientras ella lo miraba. Ni siquiera ocultaba su curiosidad. Miraba directamente su puño. Su polla. Su capacidad para darse placer. Lo miraba fijamente, con el pecho aún agitado, las caderas aún convulsionadas, las piernas aún abiertas, el sexo aún empapado. Lo miraba a él. A su m*****o. Miraba su cara, su pecho y sus brazos.
"¿Puedo ir a verlo?" preguntó.
"¿N-no?" dijo.
Salió de la cama. Se arrastró, desnuda, a gatas, hacia él. No intentaba parecer sexy. Simplemente, lo era.
Seay no estaba en sus cabales. Observaba a su hermana desnuda gatear hacia él a cuatro patas mientras se masturbaba. Ella no dejaba de mirarlo, primero su pene, luego su cara y luego otra vez, como si estuviera viendo a dos personas enfrascadas en una acalorada discusión. Esperaba ver cómo lo que él hacía abajo le hacía sentir arriba. Sentía su rostro fruncirse, hacer una mueca, casi suplicando por el placer que se obligaba a sentir.
¿Estaba de acuerdo con esto? ¿Seguía siendo consensual? ¿Preferiría parar?
"¡Dios mío!", susurró Tracy. Estaba justo a su lado. Podía oler su aliento. Olía a cereal Trix con leche. También podía oler el almizcle de su v****a. La envolvía como una neblina. Sudaba muchísimo. Estaba muy metida en esto. Estaba muy, muy, muy excitada por aquello que intentaba decirle que no era s****l ni raro, sino normal y un regreso a la fraternidad plena y sincera.
"Esto es raro", dijo.
"¿Te gusta?"
"¿N-no?"
"Ay", hizo un puchero. "¿Qué te parece ahora?" Tomó su mano izquierda, la que no se masturbaba, y la sujetó contra su pecho derecho. Desplegó sus dedos atónitos, ahuecó suavemente su mano entre las suyas y dejó/obligó a que sostuviera su dulce pechito. ¡Ay! Su hermana tenía un pecho tan bonito. ¡Y ahora lo compartía! ¡Qué encanto!
—Yo... yo no... creo... —Seay titubeó. Pero la abrazó. La apretó. Le palpó el pezón. Estaba duro, caliente, rígido y húmedo.
"¿Esto ayuda?" preguntó Tracy.
"Sí", susurró Seay.
"Bien."
Y por un momento, simplemente lo dejó hacer lo que tenía que hacer. No habló. Eran tan gemelos que sabía cuándo callarse. Una verdadera experta en provocar sabía cuándo relajarse. Que el chico paseara a su perro. Que el chico tuviera su pastel. Que el chico toqueteara el pecho caliente y sudoroso de su hermana.
Seay no sabía cómo sentirse.
Bueno, no. Sabía exactamente cómo sentirse. Sabía exactamente lo bien que se sentía y cómo hacerlo sentir aún mejor. Y cuanto mejor se sentía, peor se sentía él.
Tenía su mano izquierda sobre el pecho de su hermana.
Su derecha estaba trabajando su polla, arriba y abajo y arriba y abajo y arriba y abajo.
Y su hermana estaba sentada junto a él, desnuda, observándolo. Simplemente lo miraba fijamente, sonriendo, jadeando, sudando, y sin decir nada.
Y eso fue lo que lo hizo bien.
Su silencio.
Su capacidad de simplemente sentarse allí, sin tener que hablar, ni moverse, ni hacer nada en absoluto.
Le apretó la teta con más fuerza. Jugó con su tolerancia al dolor. Ella hizo una mueca, pero no gritó. No la había apretado lo suficiente. Se preguntó cómo se sentiría, además de doloroso. Se preguntó dónde estaría ese límite para ella. ¿Antes o después de la línea de la «normalidad»?
"Me corro", dijo.
"E-vale", se sonrojó. Observó su rostro. Luego observó su polla. Su mano iba absurdamente rápido. Rápido como un dibujo animado. Parecía que debería doler. ¿En serio, así les gustaba a los chicos? ¿Debería esperarse que le hiciera esa paja, eh... eventualmente, a alguien más, a un novio, quienquiera que fuera? Ni hablar. Imposible. Tendría que practicar. No tenía la fuerza. La resistencia. El... puro fervor masculino. ¡Caramba, míralo! Su Seay. Tenía una polla tan hermosa, ¡madre mía!
Y entonces empezó a escupir semen. Salpicó sobre su pulgar. Disminuyó la velocidad de bombeo. Ahora lo ordeñaba. Su propia polla también parecía convulsionarse, la cabeza ondulaba sutilmente, casi nadando, como si intentara ir hacia la luz; ¿quizás esa misma luz cegadora e invisible contra la que Tracy había estado apretando los ojos antes? Dejó de mirar de un lado a otro, del rostro al pene. Se quedó mirando solo el pene. Observó cómo los chorros de semen salían disparados de la polla de Seay hacia su abdomen, en su feliz rastro. Incluso cuando pasó del pulgar al puño y subió por sus dedos y a lo largo de su eje, siguió ordeñando. Algo en esto le pareció a Tracy un poco homoerótico, y sin embargo, claramente parecía normal para su hermano. Probablemente le estaba dando demasiadas vueltas. Había visto porno, por supuesto. Pero eso no se parecía en nada, cero por ciento, en absoluto, a lo que estaba presenciando aquí. Podía olerlo.