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El Rey de la Mafia

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intro-logo
Blurb

Leandro Cipriani o como muchos le dicen " El Demonio Italiano", es el hombre más frío que pudo haber existido, sin corazón, no siente compasión por nadie, en su mundo solo existe él y nadie más. No cree en el amor.

Pero un día conoce a una hermosa chica que le corta la respiración. Él se encapricha y la desea a ella. Y lo que él quiere lo obtiene. Porque él es "El Rey de la Mafia".

Anna Mancini es una chica hermosa, tímida, humilde, de diecisiete años. Una chica de escasos recursos. Despreciada por su madre y hermana, se ve obligada a trabajar para poder pagar sus estudios. Pero un día como cualquier otro su vida da un giro inesperado, es secuestrada por una banda de mafiosos.

- ¿Q-quién eres? - ella tartamudeó

- Yo soy " El Rey de la Mafia " o como todos me llaman " El Demonio Italiano"

- ¿Qué quieres de mí? - preguntó Anna

- Te quiero a ti como mi mujer y tú desde hoy me perteneces - dijo él

TRILOGÍA MAFIA

LIBRO 1: El Rey de la Mafia

LIBRO 2: La Princesa de la Mafia

LIBRO 3: El Príncipe de la Mafia

*Cada historia es independiente, no se necesita de las otras para entenderlas*

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Capítulo 1
Frustrada de la vida que me tocó terminé de hacer todos los quehaceres de la casa. Como si yo fuese una criada y no alguien más de la familia. Abrí la puerta de mi habitación y la cerré con fuerza y me lancé a la cama. Enterré mi cara en la almohada y sin poder contenerme más comencé a llorar. Después de tantos años no podía creer que mi madre fuera tan bárbara conmigo. Estaba indignada con ella, a lo largo de mis diecisiete años de vida he tratado de complacerla para llamar su atención, para que me de una mirada llena de amor y orgullo, pero lamentablemente no lo he logrado. Todas aquellas miradas sólo son dadas a mi hermana mayor, Stephanie. Ella es el orgullo de mi madre, por ser la hija de su amado esposo. Y según sus propias palabras la más hermosa. Mi hermana tenía un cabello rubio lacio, una esbelta figura y una piel bronceada. Sus ojos verdes eran hermosos y llamaban la atención de la gente. Yo, por mi parte nunca la envidie, como mi hermana mayor que era siempre traté de agradarla para que jugara por lo menos unos minutos conmigo pero nunca lo hizo. Me despreciaba por ser la hija bastarda de su madre. Era por eso que mi madre me odiaba, por ser el fruto de una infidelidad de su parte, me acusaba de ser la razón por la que su esposo la había abandonado. Sin ánimos me levanté de la cama, caminé hacia el baño para darme una ducha, tal vez así lograba recoger los ánimos suficientes para ir al instituto. Una vez bañada, regresé a mi habitación para poder vestirme. Opté por un simple vestido veraniego color verde y unas sandalias negras, aplique maquillaje lo más natural posible para poder ocultar las ojeras que yacían bajo mis párpados. El cabello lo amarré en una coleta alta. Ya estando lista observé mi reflejo en el espejo, observé a detalle cada parte de mi. Cabello castaño, ojos azules y de piel blanca. Mi figura era esbelta al igual que la de mi hermana, y eso había que agradecérselo a nuestra madre, Silvia. —¡Anna! —exclamó mi madre desde algún lado de la casa. En silencio salí de la habitación y caminé en dirección hacia dónde había oído la voz de mi madre. —Madre. Ella me volteó a ver con su mirada fría. —Esta noche saldré y tu hermana irá con su padre al salir de clases. Te lo digo para que no vayas a estar molestando con tus llamadas. —dijo borde. —Está bien. Después de esa pequeña conversación con mi madre salí de casa. Cerré los ojos con fuerza al ver el autobús pasar. Ahogué un grito de frustración porque ahora me tocaría caminar hasta el instituto. Mientras iba de camino pensaba en lo ordinaria que era mi vida, nunca había tenido un novio por el hecho de que no disponía del tiempo necesario. Mi vida era tan monótona, consistía en asear la casa y ocuparme de otros deberes por la mañana, por la tarde ir al instituto y por la noche ir al trabajo. Trabajaba de mesera en un restaurante lujoso de la ciudad. En el instituto era una chica bastante aplicada y gracias a eso es que ahora estudiaba en el mejor instituto de toda Roma. Me había ganado una beca, pero me hallaba en la necesidad de trabajar para solventar mis otros gastos. Iba tan sumergida en mis pensamientos que no me fijé que venía alguien y choqué con este, perdí mi equilibrio y caí al suelo. —¡Ay! —me quejé —Demonios —escuché murmurar a otra persona, levanté la mirada para poder observar al responsable de mi caída. Me quedé hipnotizada al ver la hermosura de aquel hombre, era bastante apuesto. Este me miró y me tendió la mano para poder ayudarme a levantarme, sin pensarlo la tomé y me puse de pie. —¿Se encuentra bien, Señorita? —preguntó mirándome con sus verdosos ojos. —Si, disculpe venía distraída y no me fijé. —Debería prestar más atención, Señorita... —Anna, mi nombre es Anna. —Bonito nombre, el mío es Leandro. —Gracias... —musité observando su esculpido rostro. —Que tenga buena tarde, Anna. —dijo apartando su mano de la mía, no recordaba que no la había soltado, me avergoncé y sentí mi rostro caliente. —U-Usted igual, Leandro —dije con nerviosismo él sólo me dedico una sonrisa y se marchó. Dejando escapar un sonoro suspiro continué mi camino al instituto con deseos de volver a ver ese hombre.

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