La olas acariciaban la orilla dejando la espuma blanquecina a su paso, como si fuera un pincel que borraba las huellas de los recién llegados, que se movían con la intención de que aquello quedara así, enterrado en la arena mojada, como un recuerdo de una aventura pasajera.
-¿Cuanto más tengo que caminar? Si querias darme un beso ya te hubiera dejado.- le arrojó Lola con su espontaneidad, esa que ocultaba sus verdaderos sentimientos disfrazándolos de indiferencia.
Le gustaba jugar diferentes roles acorde a las ciudades, a veces era una tímida y vergonzosa pueblerina y otras, como esa noche, una lanzada, algo alocada. No le importaba el rostro que tuviera enfrente, el final siempre era el mismo. Una mariposa de papel sobre la almohada junto al perfume del shampoo con el que lavaba su cabello. Eso era todo lo que tenía para ofrecer, no era que lo hubiera hecho en cada ciudad, pero si alguien le gustaba y le apetecía pasarla bien, conocía el papel. Sexo cuidado y si te he visto no me acuerdo.
León sonrió deteniendo su marcha, en verdad esta joven era algo distinto, pensó y sin querer perder el tiempo se acercó colocando sus manos alrededor de su cintura, justo en el lugar en el que su piel quedaba al descubierto.
-Ah, ah, ah… querido. Ya perdiste tu oportunidad.- lo interrumpió ella apartandolo con las palmas de sus manos mientras negaba con su cabeza.
-Si la iniciativa es mía, no vale.- le explicó a sus incrédulos ojos que no terminaban de entender porque aquellos ojos le resultaban tan familiares.
Creyó que llevaba mucho tiempo sin charlar con un argentino, creyó que la nostalgia de su país y esas mejillas rozagantes le estaban jugando una mala pasada, pero prefirió no detenerse en eso. Lo cierto era que con cada paso le gustaba un poco más y eso era lo único que le importaba. Conocía como moverse, si tenía que esperar un poco estaba dispuesto a hacerlo, al final siempre lograba lo que buscaba. Cuando las mujeres se mostraban dispuestas él sabía seguir las pistas, todas, hasta el final. Hasta ese momento en el que les ofrecía un desayuno y no sugería nada más. Así era él, un espíritu libre como lo había sido su madre y no podía hacer nada con eso.
De niño había vivido en las playas más exóticas, había sido cargado en una mochila, había aprendido a surfear antes que a caminar prácticamente y eso estaba tatuado en su pasado, no lo podía olvidar.
Aunque sus años junto a Enzo y Emma lo habían intentado ordenar, en el fondo nunca se había sentido cómodo. Lo había intentado, había cursado cuatro largos años de la carrera de medicina para seguir sus pasos, pero luego se había encontrado apabullado, apagado, sin pasión y eso lo había llevado a replantearse su vida. Las pérdidas a veces sirven para frenar y dar de nuevo y eso era lo que había hecho, había decidido dejarlo todo, al fin y al cabo, ya no le encontraba el sentido y por eso, había llegado allí, a ese paraíso surfer a pasar sus días en el mar, sin ataduras, sin horarios, ganando lo justo para vivir y abrazado a la pasión que la adrenalina del mar le provocaba.
-Ya casi llegamos y… si hubiese querido besarte ya lo hubiera hecho.- le respondió alejándose de ella con una arrogancia que supuso ridícula a los ojos de Lola, quien se rió con genuina alegría.
-Cuanta humildad… entonces ¿sos instructor de surf o estás de vacaciones?- le preguntó ella apresurando el paso para alcanzarlo.
-Las dos, creo, cuando necesito soy instructor y cuando no, vivo de vacaciones.- respondió León, señalando la dirección a seguir.
-Cuánta libertad, asumo que no tenes familia, entonces.- le respondió ella, era raro, normalmente no le interesaba nada más que el cuerpo de los hombres con los que frecuentaba, pero él tenía algo atrayente, algo indescifrable que la llevaba a querer saber más.
-¿Por qué? ¿Pensas que no se puede ser libre y tener familia? - le preguntó, curioso.
-Mmmm.. Es difícil, creo que cuando alguien te importa tanto como la familia, no terminas de ser vos mismo, porque temes lastimarlos, es difícil arrastrar a quien se ama a una vida que no comparte.- le respondió ella mucho más sincera de lo que había sido en el pasado con ella misma.
León se detuvo para observarla, definitivamente tenían una conexión que no había sentido antes, era extraño oír lo que pensaba él mismo en los labios de otra persona, sobre todo si esa persona era tan hermosa.
-¿Qué pasa? ¿No estás de acuerdo?- le preguntó sin terminar de descifrar su expresión y él negó con su cabeza mientras fruncía los labios.
-No puedo estar más de acuerdo, pero nunca había encontrado a alguien que lo definiera tan bien. - le respondió con sinceridad y la sonrisa que recibió como respuesta lo dejó todavía más perplejo.
-¿Falta mucho para llegar?- le preguntó ella sacándolo de su estado de embobamiento y él se obligó a responder.
-No, casi llegamos.- le dijo avanzando un poco más para acceder a un rincón de la costa, en lo alto de la playa que dejaba ver toda la bahía iluminada en contraste con la oscuridad del mar.
-¡Wow! Tenías razón, esto es increible.- dijo Lola sacando su cámara con prisa para comenzar a disparar.
-Esa es otra frase que no suelo escuchar con frecuencia.- respondió divertido mientras ella continuaba sacando fotografías sin parar.
-No veo por qué, si sos tan humilde…- respondió ella sin mirarlo, recordando la forma en la que había asumido que la besaría cuando quisiera.
León sonrió de forma genuina, le gustaba como tenía ese efecto en él, sin artilugios ni coquetería, ni siquiera lo estaba mirando y lograba hacerlo reír, eso era algo nuevo.
-Me encantaría volver de día.- agregó Lola y él respondió dubitativo.
-Mmm.. No creo que sea buena idea.- dijo, justo cuando unos haces de luz se movían desde lejos y algunos gritos los alertaban.
-La sesión terminó, hora de correr… eh… ¿cómo es tu nombre?- le preguntó tomándola de la mano, para tirar de ella, mientras ella intentaba no perder nada de su cámara.
-Lola y recordarme que si logramos escapar te mate.- le dijo divertida, pero lejos de alegrarlo aquel nombre lo congeló. Si bien seguía corriendo arrastrandola por el terreno, su mente había viajado años atrás, a una playa como esa, en la que corrían por diversión, a un adolescencia incipiente, en la que le había robado el primer beso de su vida, uno que, muy a su pesar, no había logrado superar.
-Esperá, esperá.- le pidió Lola agitada, devolviendolo a la realidad y él lo recordó todo, deteniéndose con un temor irracional en sus ojos, que lo llevaron a atraparla con un brazo y colocar su otra mano sobre su pecho después.
-¿Te duele el corazón? ¿Estás bien?- le preguntó y ella lo apartó sin entender.
¿Cómo sabía de su afección? ¿Acaso había visto su cicatriz? ¿Qué está pasando?, no entendía nada, pero comenzaba a tener mucho miedo.
-¿Qué? ¿Cómo sabes que yo..?- dijo achinando sus ojos en busca de respuestas.
-Solo sé, que es hora de que me devuelvas mi beso.- le dijo y antes de que ella pudiera reaccionar, unió sus labios con devoción, avanzado con pausa como si se tratara de un lugar sagrado que no quería profanar, con la necesidad de revivir cada segundo del primer y mejor beso de su vida. Y como si el tiempo hubiera hecho milagros, el beso creció tanto que los elevó.
Sus lenguas danzaron a un ritmo imposible de imitar, era sutil y profundo a la vez, como si conocieran el camino, como si lo hubieran ensayado mil veces en su mente, uniendo sus cuerpos como si pudieran quebrarse y marcando sus latidos en el mismo compás.
León deslizó sus manos entre la tela de su blusa y la yema de sus dedos se detuvo en la cicatriz, la recordaba, la necesitaba, incluso más que a sus apetecibles pechos, pero ella no lo dejó continuar. Como si se hubiera despertado de un sueño lo empujó para alejarlo.
-No puede ser..- dijo aun agitada estudiando esos ojos, que ahora reconocía sin problema.
-Soy León, Lola, no puedo creer que no nos hayamos reconocido antes.- le dijo feliz, pero ella no sonrió.
-No puedo, yo… no quiero esto.- dijo asustada, alejándose con pasos rápidos, intentando perderse en la oscuridad de la playa.
-¡¿Lola?!- gritó León, desconcertado.
-¿Lola? ¡Esperame!- insistió.
-No me sigas.. No puedo con esto.- gritó ella sin detenerse.
El pasado era algo a lo que no quería regresar, eso era lo único de lo que siempre había estado segura.