Marcus - Primera Lección

1736 Words
Chicago, Iglesia de San Miguel - 6:15 AM Marcus despertó con el olor a café y pan tostado. Por un momento confuso, pensó que estaba en casa. Que todo había sido una pesadilla especialmente vívida. El cadáver de Kellerman. Los símbolos imposibles. La voz en la oscuridad. La marca en su mano. Entonces miró su palma derecha. El símbolo seguía ahí. Líneas que se curvaban en ángulos equivocados, pulsando levemente con ritmo que no coincidía con su corazón. No había sido pesadilla. Se sentó en el catre donde Sister Evangelina lo había dejado unas horas antes. El sótano de la iglesia era sorprendentemente cómodo para ser un búnker secreto. Había varios catres, una pequeña cocina, estantes con suministros. Como si este lugar hubiera sido diseñado para albergar personas durante largos períodos. La puerta del sótano se abrió. Un hombre descendió las escaleras—no Sister Evangelina sino alguien nuevo. Sesenta y tantos años, cabello gris, sotana negra de sacerdote. Llevaba una bandeja con café y pan tostado. —Buenos días, Detective Ashford. Soy Padre Thomas. Sister Evangelina tuvo que atender un asunto urgente en Roma. Me pidió que comenzara su entrenamiento. Marcus aceptó el café con gratitud, y tomo un sorbo largo. Era fuerte, n***o, exactamente lo que necesitaba. —¿Entrenamiento para qué exactamente? —Para sobrevivir. Para entender qué eres. Y eventualmente, si eliges, para luchar. Padre Thomas se sentó en uno de los otros catres, sus movimientos cuidadosos como si le dolieran las articulaciones. —Sister Evangelina te explicó lo básico, sí? Tu linaje. Los Adamah Rishon. La marca. —Me dijo que soy descendiente de los primeros humanos fallidos de Dios. Que mi sangre es valiosa. Que todos me quieren muerto o capturado. Marcus dejó la taza. —Pero no me dijo cómo se supone que debo vivir así. Cómo se supone que sigo siendo detective. Cómo explico esto a Sarah, a mi capitán, a cualquiera. —No puedes. La respuesta de Padre Thomas fue simple, directa, devastadora. —Tu vida anterior terminó en el momento en que fuiste marcado. Cuanto antes aceptes eso, mejor. Intentar aferrarte a tu identidad anterior solo te hará vulnerable. Marcus sintió furia subiendo por su garganta. —Entonces, ¿qué? ¿Simplemente abandono todo? ¿Mi trabajo? ¿Mi apartamento? ¿La gente que conozco? —Si quieres que permanezcan vivos, sí. Padre Thomas se inclinó hacia adelante, su rostro serio. —Los demonios que te marcaron no se detendrán contigo. Irán tras cualquiera cercano a ti. Compañeros. Familia. Amigos. Los usarán como anzuelo, como rehenes, como diversión. He visto esto antes, Detective. Muchas veces. Sacó su teléfono, deslizando a través de imágenes. —Este era Daniel Rivera. Descendiente de Adamah que descubrimos hace cinco años en Miami. Insistió en continuar su vida normal. En dos semanas, su esposa fue poseída. En tres semanas, sus dos hijos desaparecieron. En un mes, él mismo fue capturado. Pasó a la siguiente imagen. —Lo encontramos seis meses después. O lo que quedaba de él. Habían extraído su sangre gota a gota, cosechado fragmentos de hueso, mantenido vivo todo el tiempo porque su linaje lo hacía más difícil de matar que a humanos normales. Guardó el teléfono. —Separarte de tu vida anterior no es castigo, Detective. Es protección-para ti y para ellos. Marcus se puso de pie, caminando hacia el rincón del sótano donde el fragmento de Clavo de Vacío seguía suspendido en su contenedor. —¿Y qué se supone que haga? ¿Esconderme aquí para siempre? —No. Aprendes. Entrenas. Te vuelves peligroso en lugar de vulnerable. Padre Thomas se acercó, parándose junto a Marcus frente al fragmento de hueso. —Tu linaje te hace valioso, sí. Pero también te da ventajas. La sangre de Adamah lleva... propiedades. Fuerza incrementada, no tanto como Nephilim pero más que humanos. Sanación acelerada. Resistencia a ciertos venenos y posesiones. Y algo más importante. —¿Qué? —Puedes ver. Realmente ver. Los símbolos en las paredes de la oficina de Kellerman. Las verdaderas formas de los Susurradores. Esto no es solo porque fuiste marcado. Es porque tu sangre te permite percibir dimensiones que humanos normales no pueden. Padre Thomas señaló el fragmento de Clavo. —Míralo. Realmente míralo. Con tu mano marcada levantada. Marcus levantó su palma derecha, mirando el fragmento a través de sus dedos extendidos como Sister Evangelina le había enseñado. El fragmento de hueso cambió. Ya no era solo hueso blanco. Era... más. Capas sobre capas de realidad superpuestas. Podía ver el hueso físico, sí, pero también podía ver algo más—líneas de energía oscura fluyendo a través de él, patrones que parecían extenderse en direcciones que no deberían existir. Y podía ver algo más. Algo que lo hizo retroceder instintivamente. Dolor. Sufrimiento. Ecos de la consciencia del Adamah cuyos huesos habían sido forjados en esta arma. Como si parte de su ser todavía estuviera atrapado en el objeto, gritando silenciosamente. —¿Qué demonios es eso? —Lo que Sister Evangelina probablemente no mencionó. Los Clavos de Vacío no son solo armas. Son prisiones. Cuando forjan los huesos de un Adamah en Clavo, parte de su consciencia queda atrapada. Eternamente. Experimentando la destrucción que causa el Clavo una y otra vez. Padre Thomas bajó la mano de Marcus. —Por eso es tan importante que no te capturen. No solo te matarían. Te convertirían en instrumento de sufrimiento eterno. Marcus sintió náusea. Miró su mano marcada con nuevo horror. —¿Cómo detengo esto? ¿Cómo hago que me dejen en paz? —No puedes. No completamente. Pero puedes volverte suficientemente peligroso que el costo de capturarte supere el beneficio. Puedes aprender a luchar. A esconderte. A usar tus ventajas. Padre Thomas caminó hacia una de las paredes donde las armas imposibles colgaban. —Estas son herramientas que hemos recolectado a través de siglos. Algunas son reliquias bendecidas por santos. Otras son artefactos recuperados de civilizaciones antiguas. Algunas fueron forjadas específicamente para combatir seres sobrenaturales. Tomó una espada del estante. No era particularmente impresionante—hoja de acero de aproximadamente tres pies, empuñadura simple envuelta en cuero gastado. —Esta fue bendecida por San Miguel Arcángel hace ochocientos años. Ha matado a catorce demonios que sabemos, probablemente más. No es tan poderosa como las armas que los Guardianes pueden manifestar, pero para un humano—incluso uno con linaje Adamah—es una de las mejores herramientas disponibles. Se la ofreció a Marcus. —Tómala. Marcus extendió su mano, dudando. En el momento en que sus dedos tocaron la empuñadura, sintió algo. Calor. No doloroso sino... reconfortante. Como si la espada estuviera reconociendo algo en él. —La marca en tu mano. Levántala cerca de la hoja. Marcus hizo lo que se le indicaba. La marca en su palma comenzó a brillar, y en respuesta, símbolos aparecieron a lo largo de la hoja de la espada—símbolos que no habían estado visibles un momento antes. —Tu linaje Adamah hace que las armas bendecidas respondan más fuertemente. No tan fuerte como para un ángel, pero mucho más que para un humano normal. Esta espada en tus manos es más peligrosa de lo que sería en las mías. Padre Thomas tomó otra arma—una daga esta vez, más pequeña, fácil de ocultar. —Llevarás esto también. En esta vida, nunca estás desarmado. Nunca. Marcus sostuvo ambas armas, sintiendo su peso, su equilibrio. Nunca había sido particularmente hábil con armas blancas. Su entrenamiento policial había cubierto lo básico, pero había confiado principalmente en su Glock. Como si leyera sus pensamientos, Padre Thomas habló: —Tu arma de fuego todavía funciona contra amenazas sobrenaturales menores. Balas bendecidas son aún mejores. Pero contra cualquier cosa realmente poderosa—Guardianes, Duques, Nephilim—necesitarás estas. Pasó la siguiente hora enseñándole a Marcus lo básico. Cómo sostener la espada apropiadamente. Cómo cortar, no apuñalar, contra la mayoría de las entidades sobrenaturales. Cómo usar su marca para sentir presencias cercanas. Marcus era torpe al principio, su cuerpo no acostumbrado a los movimientos. Pero gradualmente, algo comenzó a hacer clic. Como si su cuerpo recordara algo que su mente consciente nunca había aprendido. —Bien. Tu linaje está ayudando. Los Adamah fueron creados para ser guardianes del Jardín. El combate está en tu sangre, solo necesita ser despertado. Padre Thomas llamó una pausa, pasándole a Marcus una botella de agua. —Ahora viene la parte difícil. Necesitas aprender a ocultar tu marca. No físicamente—eso es imposible. Pero puedes aprender a... atenuar su brillo. Hacerla menos visible para cosas que cazan por tu tipo de energía. —¿Cómo? —Concentración. Meditación. Es como... imagina que tu marca es una luz. Ahora imagina bajando el atenuador. No apagándola—eso tampoco es posible—pero reduciéndola de faro a vela. Marcus lo intentó durante veinte minutos, frustrándose cada vez más. Podía sentir la marca, podía sentir su pulso, pero no podía imaginar cómo controlarla. —No lo estoy logrando. —No lo lograrás hoy. Esto toma semanas de práctica. Pero necesitas comenzar ahora. Padre Thomas verificó su reloj. —Tienes cuatro horas antes de que Sister Evangelina regrese. Necesitas decidir para entonces: ¿te escondes aquí, refugiado bajo nuestra protección? ¿O entrenas, te vuelves activo en esta guerra? Marcus miró la espada en su mano. Miró su palma marcada. Pensó en su vida anterior—su trabajo, su apartamento, su rutina. Todo perdido ahora. Podía lamentarlo. Podía enojarse. Podía desear que las cosas fueran diferentes. O podía adaptarse. Sobrevivir. Volverse peligroso en lugar de vulnerable. —Quiero entrenar. Quiero aprender a luchar. Padre Thomas asintió, algo parecido a aprobación en sus ojos. —Bien. Entonces comenzamos de verdad. Porque en aproximadamente tres días, Sister Evangelina querrá llevarte a tu primera misión real. Y necesitas estar listo. —¿Qué tipo de misión? —El tipo donde podrías morir. Pero también el tipo donde podrías salvar vidas. Hay otros como tú, Detective. Otros descendientes de Adamah siendo marcados, cazados, capturados. Y necesitamos encontrarlos primero. Padre Thomas le pasó la espada de nuevo. —Una vez más. Muéstrame tu postura. Y esta vez, recuerda: no estás tratando de ser perfecto. Estás tratando de ser lo suficientemente bueno para sobrevivir. Marcus tomó posición, la espada sintiéndose un poco menos torpe en sus manos esta vez. Su vida anterior había terminado. Su nueva vida—cualquiera que fuera—acababa de comenzar.
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