Evangelina - La Trampa del Vaticano

1918 Words
Vaticano, Catacumbas Bajo los Archivos - 11:34 PM (Hora Local) Evangelina no debería haber regresado al Vaticano tan pronto. Dejó a Marcus Ashford en la Iglesia de San Miguel Arcángel en Chicago hace apenas seis horas, bajo el cuidado de Padre Thomas—un Custodio de Salem con suficiente experiencia para comenzar el entrenamiento básico del detective. Marcus estaría seguro allí por al menos unos días mientras aprendía lo fundamental sobre su linaje. Pero entonces había llegado el mensaje urgente a través de los canales encriptados: los textos en los Archivos Secretos estaban cambiando. Activamente cambiando. Palabras apareciendo en manuscritos sellados durante siglos. Y específicamente, el fragmento de piel de Adamah que ella custodiaba—el testimonio del Primero Olvidado—estaba manifestando nuevo contenido. Evangelina había tomado el primer vuelo disponible desde Chicago. Siete horas en el aire, tiempo que había usado para meditar, para fortalecer sus defensas espirituales. Había aterrizado en Roma a las 9:47 PM hora local. Había tomado taxi directo al Vaticano, usando sus credenciales para pasar seguridad sin inspección. Y había descendido inmediatamente a los archivos más profundos, siguiendo el tirón de su conexión con el fragmento que había custodiado durante ochocientos años. Ahora, de pie frente a la puerta marcada VETITUM MAXIMA, Evangelina sentía algo que su experiencia de ocho siglos identificaba como advertencia. Algo estaba mal. El aire era demasiado quieto. Demasiado pesado. Como si la atmósfera misma estuviera conteniendo el aliento. Pero el fragmento la llamaba desde el otro lado. Podía sentir su presencia, sentir las nuevas palabras pulsando con urgencia que no podía ignorar. Colocó su palma contra la piedra fría. Susurró las palabras en el lenguaje anterior al lenguaje, las sílabas que solo los ángeles recordaban. La puerta se abrió. Y Evangelina supo inmediatamente que había cometido un error terrible. El cuarto estaba tal como lo había dejado. La mesa de piedra en el centro. La vela que había ardido durante mil años. El fragmento de piel de Adamah sobre su pedestal. Pero los símbolos. Las paredes—que deberían haber estado desnudas—estaban ahora cubiertas con símbolos. Cientos de ellos. Todos brillando con luz negra que lastimaba mirar. Los mismos símbolos del Tohu que había visto en los reportes de otras ciudades. Los mismos que ahora marcaban a descendientes de Adamah alrededor del mundo. Evangelina giró para salir, su instinto de supervivencia finalmente superando su curiosidad. La puerta se había cerrado. Y cuando intentó abrirla nuevamente, no respondió a sus palabras de poder. Los símbolos en el marco brillaron con mayor intensidad, sellándola dentro. Una trampa. Habían convertido su propio santuario en trampa. Su espada se manifestó instantáneamente en su mano—tres pies de luz pura y terrible. Trató de cortar a través de la puerta. La hoja rebotó sin dejar marca. —Mierda. Necesitaba contactar a Sammael. Necesitaba alertar a los otros Guardianes. Extendió su consciencia hacia arriba, buscando la red de comunicación angelical. Estática agónica la golpeó como martillo físico. No solo interferencia. Corrupción activa. Alguien había comprometido la red. Y a través de esa estática, Evangelina escuchó algo que la heló: gritos distantes de ángeles muriendo. Permanentemente. ¿Cuántos habían caído ya? ¿Cuántos Clavos de Vacío habían sido forjados mientras ella volaba desde Chicago? Un sonido interrumpió sus pensamientos. Pasos. Múltiples conjuntos. No viniendo de arriba sino de abajo—de pasajes más profundos que no deberían existir bajo este cuarto sellado. Pero claramente existían. Y claramente habían sido preparados para esto. Evangelina retrocedió al centro del cuarto, su espada levantada, su forma verdadera presionando contra los límites de su disfraz humano. Sus seis alas comenzaron a desplegarse en dimensiones perpendiculares. Sus ojos se multiplicaron. Una sección de la pared se deslizó hacia un lado—mecanismo oculto que no había estado ahí antes. Cuatro figuras emergieron de la oscuridad. La primera era un hombre de mediana edad en traje caro. Cabello plateado. Sonrisa que revelaba dientes demasiado blancos. Ojos completamente negros. Andromalius. El mismo Duque del Consejo. —Sister Evangelina. Qué amable de tu parte responder a nuestra invitación tan rápidamente. Honestamente pensé que tomaría al menos otro día atraerte desde Chicago. Entonces había sido deliberado. El mensaje sobre los textos cambiantes. Todo diseñado para traerla aquí. Para separarla de Marcus, de cualquier aliado potencial. Las otras tres figuras eran Carniceros—demonios menores pero no menos peligrosos. —No negocio con demonios. —Por supuesto que no. Oficialmente. Pero extraoficialmente, todos negocian cuando la alternativa es aniquilación permanente. Chasqueó sus dedos. Uno de los Carniceros sacó algo de un estuche de cuero. Un fragmento de hueso blanco como mármol, aproximadamente ocho pulgadas de largo, afilado en un extremo como daga. Un Clavo de Vacío. Evangelina había visto fotografías. Había estudiado el fragmento en Chicago. Pero ver uno en persona, sostenido con intención clara de usarlo... El miedo fue visceral. Primitivo. —Hermoso, ¿verdad? Este en particular ya ha matado a dos ángeles. Un Mensajero en París. Un Principado en Londres. Funciona perfectamente. Miró a Evangelina. —Tengo una propuesta simple. Información sobre otros Guardianes—sus ubicaciones, sus debilidades—a cambio de tu libertad. Incluso removeremos los sellos. —Prefiero dejar de existir. —Sí, sospechaba que dirías eso. Pero aquí está la cosa: no estamos preguntando solo por nosotros. Andromalius hizo otro chasquido. Algo más emergió del pasaje. Algo que hizo que incluso los Carniceros retrocedieran. Era humanoide pero completamente equivocado. Demasiado alto. Demasiado delgado. Piel como arcilla seca. Ojos completamente blancos sin pupilas. Un Adamah Rishon. Uno de los Primeros. —Conoce a Shamash. Lo que queda de él después de donar la mayoría de su esqueleto a la causa. Pero suficiente permanece consciente. El Adamah habló con voz como piedras siendo molidas. —Guardián. Hermana de luz. Sirvienta del tirano. Tú estabas allá. En el Jardín. Antes de que nos sellaran. Te vi observando mientras Él nos juzgaba insuficientes. Se acercó, dejando huellas de ceniza. —Tú no hablaste en nuestra defensa. —No tenía autoridad para hablar. Era joven. Recién manifestada. Sin voz en las decisiones. —¿Y ahora? ¿Hablarías en nuestra defensa ahora? Evangelina consideró la pregunta honestamente. —No sé. Lo que te hicieron fue cruel. Innecesario quizás. Pero liberarte ahora, usarte como armas... eso no es justicia. Es venganza. Y la venganza nunca termina bien. Shamash la estudió con esos ojos blancos terribles. —Honesta. La mayoría habría mentido. Esta podría valer la pena convertir en lugar de matar. —¿Convertir? Ambicioso. Continúa. —Únete a nosotros. No al Infierno. Pero únete a los Olvidados. Ayúdanos a desmantelar la creación defectuosa. En el nuevo orden no habrá jerarquías. No habrá amos o siervos. Solo existencia pura en caos puro. Por un momento—solo un momento—Evangelina consideró la oferta. Porque no estaba completamente equivocado. La jerarquía celestial era rígida. Inflexible. Durante ochocientos años había seguido órdenes que la incomodaban. Pero el caos que Shamash ofrecía no era libertad. Era aniquilación. El fin de toda existencia estructurada. Todo—toda vida, todo amor, toda belleza—sería deshecho. —No. No importa cuántas fallas tenga esta creación, es preferible a la alternativa que ofreces. Shamash asintió como si hubiera esperado esa respuesta. —Entonces te convertirás en Clavo. Lástima. Los tres Carniceros comenzaron a acercarse, formando triángulo. Andromalius retrocedió. Evangelina desplegó sus alas completamente. Seis alas de luz pura en dimensiones que ojos humanos no podían procesar. Su forma verdadera emergió—ya no manteniendo ilusión humana. Era gloriosa y terrible. Ojos multiplicados cubriendo su forma. Luz que ardía con intensidad que convertiría carne humana en ceniza. —Si debo caer, llevaré al menos uno de ustedes conmigo. Atacó. El combate fue brutal. Evangelina era Guardián entrenada. Su espada cortó al primer Carnicero antes de que pudiera reaccionar. Pero los otros dos eran más cuidadosos. Y Shamash se unió. El Adamah se movía con velocidad imposible. Donde tocaba, la luz de Evangelina se oscurecía. La batalla se movió a través del cuarto. Evangelina mató al segundo Carnicero con corte que lo decapitó. Pero Shamash la agarró desde atrás. Evangelina gritó—no de dolor sino de furia—y liberó pulso de luz pura. Shamash fue lanzado contra la pared con fuerza que agrietó piedra. Pero se levantó inmediatamente. Matarme es imposible, ángel. Yo ya estoy muerto. Mi cuerpo es solo un recipiente vacío. El tercer Carnicero atacó mientras estaba distraída. Sus garras—envenenadas—rasgaron su hombro izquierdo. Evangelina giró, su espada cortando hacia arriba. El Carnicero se dividió. Pero el daño estaba hecho. Veneno espiritual se extendía por su forma. Tropezó, cayendo de rodillas. Andromalius aplaudió. —Impresionante. Tres de cuatro. Mejor de lo esperado. Pero no suficiente. Shamash se acercó, sosteniendo el Clavo de Vacío. —Esto dolerá. Incluso para ti. Porque no es solo muerte. Es borrado. Levantó el Clavo. Evangelina cerró sus ojos, enviando última oración silenciosa hacia arriba. No por salvación—sabía que no venía. Sino por perdón. El Clavo descendió. Y se detuvo. Sonido de metal contra metal resonó. Evangelina abrió sus ojos. Una espada—de acero común—había bloqueado el Clavo. Y sosteniendo esa espada había un hombre que no había estado ahí un segundo antes. Alto. Treinta y tantos años. Abrigo largo. Ojos brillando con poder no completamente humano pero tampoco completamente angelical. Uno de los Nephilim. Pateó a Shamash hacia atrás con fuerza brutal. —Lo siento por llegar tarde. Tráfico fue un infierno. Bueno, no literalmente. Miró a Evangelina. —¿Puedes ponerte de pie? —¿Quién eres? —Alguien que decidió que esconderse ya no era opción. Llámame Zek. Y acabamos de convertirnos en aliados temporales. Andromalius había dejado de sonreír. —Un Nephilim. ¿Cómo rompiste los sellos? Zek sonrió. —No los rompí. Los atravesé. Los Nephilim existimos en espacios entre dimensiones. Perks de sangre mezclada. Shamash se levantó, su forma agrietada pero funcional. —Dos contra uno. Probabilidades mejoran. ¿Llamo refuerzos? Andromalius consideró. —No. Dejémoslos ir. Por ahora. Un ángel y un Nephilim obligados a trabajar juntos. Será interesante ver cómo esa alianza se desarrolla. Especialmente cuando ella descubra que él es fugitivo buscado por el Cielo. Y cuando él descubra que ella tiene órdenes de ejecutar Nephilim a la vista. Sonrió. —Mucho más entretenido que matarlos. Y eventualmente, uno traicionará al otro. Se desvaneció en las sombras, Shamash siguiéndolo. Dejando a Evangelina y Zek solos, ambos heridos, ambos conscientes de que acababan de formar la alianza más frágil imaginable. Evangelina miró a Zek. Zek la miró de vuelta. —Entonces. Esto es incómodo. A pesar de todo—el dolor, el veneno, el terror—Evangelina se rió. Era risa ligeramente histérica. Pero era risa. —Incómodo. Sí. Esa es una palabra para esto. Se apoyó contra la pared. —Voy a necesitar ayuda saliendo de aquí. El veneno me está debilitando. —Y yo voy a necesitar que no me mates cuando estemos fuera. ¿Trato? Evangelina lo consideró. Debía ejecutarlo. Era protocolo. Pero él acababa de salvar su vida. —Trato. Temporal. Zek estrechó su mano. —Temporal funciona. Juntos comenzaron el ascenso fuera de las catacumbas. Ninguno notó la cámara oculta. Y ninguno notó que en el cuarto sellado detrás de ellos, el fragmento de piel de Adamah brillaba con mensaje nuevo: "Fase Dos completa. El ángel y el híbrido unidos. Exactamente según lo planeado. Cuando se traicionen—y lo harán—ambas facciones se debilitarán."
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