Marcus - El Despertar

2331 Words
Chicago, Lincoln Park - 5:43 AM Marcus Ashford no había dormido. Después de que la escena del crimen fuera finalmente procesada, después de que el cuerpo de Richard Kellerman fuera llevado a la morgue, después de que Sarah Chen fuera a casa con instrucciones de descansar, Marcus había conducido sin rumbo por Chicago durante dos horas. Su mano derecha ardía. El símbolo grabado en su palma pulsaba con ritmo constante que no coincidía con su propio corazón. Cada pulso enviaba oleadas de frío a través de su brazo, subiendo por su hombro, extendiéndose hacia su pecho. No era dolor, exactamente. Era algo peor: una inquietud constante. Como tener un segundo corazón latiendo fuera de sincronía. Marcus había intentado todo para quitarse la marca. La había frotado con jabón hasta que su piel quedó roja y cruda. Había intentado cubrirla con vendas, pero el símbolo brillaba a través de cualquier material. Había considerado brevemente cortarla, pero algo en su instinto le dijo que eso sería inútil y posiblemente catastrófico. La marca no estaba sobre su piel. Estaba en él. "Tiene aproximadamente seis horas antes de que vengan a reclamarlo." Las palabras de la mujer—Sister Evangelina—resonaban en su mente. Eso había sido hace cuatro horas. Lo que significaba que tenía aproximadamente dos horas restantes. Dos horas antes de que viniera... ¿qué? ¿Demonios? ¿Ángeles? Marcus se detuvo en un semáforo en rojo, mirando su mano marcada en el resplandor tenue del amanecer. El símbolo parecía más oscuro ahora, las líneas más definidas, como si estuviera desarrollándose, madurando. Su teléfono sonó. Marcus casi lo ignoró, pero el tono era su ringtone personal. Miró la pantalla. Número desconocido. Contestó con cautela. —¿Hola? —Detective Ashford. Lamento contactarlo tan temprano. Sé que ha tenido una noche difícil. Una voz masculina. Suave. Educada. Con apenas un toque de acento que Marcus no podía ubicar. —¿Quién es usted? —Alguien que puede responder sus preguntas. Alguien que puede explicar qué significa esa marca. Alguien que puede ofrecerle protección de lo que viene. Marcus sintió su agarre en el volante tensarse. —¿Cómo sabe sobre la marca? Una risa suave. —Detective, hay solo unos pocos cientos de personas en todo el mundo que pueden ver esas marcas cuando se las pone. Todos trabajamos para alguien. La pregunta es: ¿para quién quiere trabajar usted? —No quiero trabajar para nadie. Quiero que me dejen en paz. —Me temo que esa opción ya no está disponible. En el momento en que fue marcado, se convirtió en jugador en un juego muy antiguo. Puede elegir su equipo, o puede ser una pieza que ambos lados intentan capturar. El semáforo cambió a verde. Marcus no se movió. Un auto detrás tocó la bocina. —La mujer que llamó antes—Sister Evangelina—dijo que fuera a una iglesia. —Ah, sí. La Hermana. Representa ciertos intereses. Intereses que querrían usar su linaje especial para sus propios fines. Pero hay otra opción. Una que le ofrece más que solo esconderse esperando a que termine la guerra. —¿Qué opción? —Reúnase conmigo. Una hora. En neutral. El Parque Millennium, frente a Cloud Gate. Mucha gente alrededor. Completamente seguro. Solo conversación. —¿Y si me niego? —Entonces las cosas que vienen por usted en aproximadamente noventa y siete minutos lo encontrarán sin preparación. Sin aliados. Sin comprensión. Es una manera terrible de morir, Detective. Marcus cerró sus ojos, su cabeza palpitando. —¿Cómo sé que puedo confiar en usted? —No puede. Pero puede confiar en esto: yo no lo marqué. Yo no inicié esta situación. Solo estoy ofreciendo contexto y elección. La línea se cortó. Marcus se quedó sentado, motores pitando detrás de él, el sol comenzando a asomarse sobre el horizonte del lago Michigan. Dos opciones. Dos llamadas. Dos extraños ofreciendo ayuda que probablemente venía con precio. Sister Evangelina y su iglesia. Este hombre sin nombre y su reunión en el parque. O la tercera opción: ignorar ambos, ir a casa, intentar continuar su vida. Excepto que Marcus sabía que no lo era. Había visto los símbolos. Había sentido la presencia en la oscuridad. Había escuchado la voz que conocía su linaje completo. "Tu tatara-tatara-abuelo era un Adamah Rishon." Marcus finalmente presionó el acelerador. Tomó una decisión mientras manejaba. Iría a la iglesia. Sister Evangelina había llamado primero. Había sonado menos obviamente manipuladora. Y había algo más. El conocimiento era su negocio como detective. Pero el instinto—el instinto que lo había mantenido vivo en nueve años—le decía que cuando tu mundo se desmoronaba, refugio primero, preguntas después. La Iglesia de San Miguel Arcángel en Lincoln Park era un edificio de piedra gótica que había estado ahí desde 1869. Marcus había pasado frente a ella cientos de veces sin prestarle atención. Ahora, mientras se estacionaba, notó detalles que nunca había visto. Las gárgolas en las esquinas no eran decorativas. Eran protectoras. Miraban hacia afuera con vigilancia eterna, posiciones diseñadas para tener vista de todos los accesos. Las ventanas de vitral no mostraban escenas bíblicas estándar. Mostraban batallas. Ángeles con espadas de fuego luchando contra cosas hechas de sombra. Y sobre la puerta principal, tallado sutilmente en la piedra, había símbolos. No el símbolo de su mano, pero relacionado. La misma sensación de ángulos equivocados. Marcus levantó su mano marcada instintivamente. Los símbolos en la piedra comenzaron a brillar. Luz dorada que pulsaba en sincronía con la marca en su palma. Antes de que pudiera tocarla, la pesada puerta de la iglesia se abrió sola, con un suave chirrido. Una mujer salió. Cincuenta y tantos años, cabello gris recogido bajo un velo n***o. Hábito de monja completo. Rostro que había sido hermoso una vez. Pero sus ojos. Sus ojos eran demasiado brillantes. Demasiado intensos. —Detective Ashford. Llegas justo a tiempo. Por favor, entra rápidamente. Marcus no se movió. —Necesito respuestas primero. ¿Qué soy? ¿Qué significa esta marca? ¿Por qué yo? Sister Evangelina miró hacia la calle, escaneando como si buscara amenaza. —No tenemos tiempo para explicaciones completas ahora. Pero lo básico: llevas linaje de los Adamah Rishon, los primeros humanos que Dios creó antes de Adán y Eva. Ese linaje ha estado dormido durante generaciones, tan diluido que era casi imperceptible. Casi. Se acercó un paso, bajando su voz. —Pero los demonios que te marcaron lo despertaron. Ahora brillas como faro para cualquier cosa con ojos para ver. Ángeles. Demonios. Cosas más antiguas. Todos pueden sentirte. Y todos te quieren por diferentes razones. —¿Qué razones? —Tu sangre. Puede ser usada para fortalecer armas que matan ángeles permanentemente. Puede ser usada en rituales que debilitan sellos entre dimensiones. Puede ser usada para rastrear otros descendientes. Eres valioso de maneras que no entiendes. Marcus sintió náusea. —¿Y ustedes? ¿Los ángeles? ¿Qué quieren de mí? Sister Evangelina encontró sus ojos directamente. —Protección. Entrenamiento. Y eventualmente, elección. Puedes ayudarnos a defender contra lo que viene. O puedes ser refugiado que mantenemos seguro. Pero no serás forzado. No serás usado como herramienta. —¿Cómo sé que estás diciendo la verdad? —No puedes. Pero tienes aproximadamente treinta minutos antes de que llegue tu primer cazador. Y puedo prometerte que ellos no ofrecerán conversación primero. Como si sus palabras lo hubieran conjurado, Marcus sintió algo cambiar en el aire. Una presión. Como antes de una tormenta. Miró calle abajo. Tres figuras caminaban hacia la iglesia. Se veían normales a primera vista—dos hombres y una mujer en ropa casual. Pero Marcus levantó su mano marcada. Miró a través de sus dedos. Y vio sus verdaderas formas. No eran humanos. Eran sombras con forma vagamente humanoide. Oscuridad que se movía con propósito. Y alrededor de ellos, el aire mismo parecía marchitarse. —Susurradores. Demonios menores. Rápidos. Venenosos. Tres juntos es más peligroso de lo que esperaba tan temprano. Miró a Marcus. —Última oportunidad, Detective. Dentro, puedo protegerte. Aquí afuera, estás solo. Marcus miró a los tres Susurradores acercándose. Miró la iglesia. Miró su mano marcada. —¿Qué necesito hacer? —Cruza el umbral. Una vez dentro de suelo consagrado, no pueden seguir sin invitación. Marcus corrió hacia las escaleras. Los Susurradores vieron su movimiento y aceleraron, sus formas volviéndose menos humanas. Diez pies de las escaleras. Los Susurradores estaban a veinte pies detrás. Cinco pies. Podía escucharlos, un silbido como vapor escapando. Sus pies tocaron el primer escalón. Uno de los Susurradores se lanzó, moviéndose con velocidad antinatural, su forma de sombra extendiendo apéndices como tentáculos hacia el tobillo de Marcus. Sister Evangelina se movió. Marcus no vio exactamente qué hizo. Fue demasiado rápido. Pero de repente había luz—luz dorada y brillante—y el Susurrador gritó. No era un sonido que una garganta humana pudiera hacer. Era como metal raspando contra metal. El Susurrador se retiró, humo alzándose de donde la luz lo había tocado. —¡ADENTRO! Marcus cruzó el umbral. Inmediatamente sintió una diferencia. Como pasar de aire pesado a una habitación con aire acondicionado. Como si algo que había estado presionando contra él se hubiera retirado. Los tres Susurradores se detuvieron al pie de las escaleras. No cruzaron el primer escalón. Solo se quedaron ahí, sus formas retorciéndose con frustración visible. Sister Evangelina retrocedió lentamente, manteniéndose entre ellos y Marcus, la luz dorada todavía brillaba alrededor de sus manos. —Esta iglesia fue consagrada hace ciento cincuenta y seis años por un santo. Fue reforzada durante la Plaga de Chicago por tres Guardianes. Ha resistido diecisiete ataques demoníacos documentados. Sonrió sin humor a los Susurradores. —No van a cruzar este umbral. Los Susurradores silbaron su frustración. Entonces, como si hubieran recibido orden simultánea, se retiraron. Sus formas se disolvieron de nuevo en sombras ordinarias, escapándose por los callejones. En diez segundos, habían desaparecido. Sister Evangelina observó durante un largo momento. Luego la luz alrededor de sus manos se desvaneció. Cuando se dio vuelta hacia Marcus, parecía cansada. —Eso fue solo una exploración. Probando nuestras defensas. Los próximos serán más fuertes. Marcus se reclinó contra la puerta, su corazón golpeando, adrenalina convirtiendo sus manos en puños temblorosos. —¿Qué demonios fueron esas cosas? —Te lo dije. Susurradores. Relativamente débiles individualmente, pero peligrosos en grupos. Y el hecho de que enviaran tres sugiere que quien te marcó te considera prioridad. Caminó más profundo en la iglesia. —Ven. Necesitas ver algo. Algo que te ayudará a entender exactamente en qué guerra acabas de ser reclutado. Marcus la siguió por el pasillo principal entre bancos de madera pulida. La iglesia estaba vacía, silenciosa excepto por el eco de sus pasos. Sister Evangelina lo condujo detrás del altar, a través de una puerta que Marcus hubiera jurado era solo parte de la pared. Escaleras descendían a la oscuridad. —¿Un sótano secreto? —Todas las verdaderas iglesias tienen uno. Lugares donde podemos prepararnos. Entrenar. Y donde podemos mostrar a nuevos reclutas exactamente contra qué están luchando. El sótano era mucho más grande de lo que debería ser posible. Marcus sintió distorsión espacial, la sensación de que la geometría no coincidía. Las paredes estaban cubiertas con armas. No armas de fuego modernas. Espadas. Lanzas. Arcos. Hechos de materiales que brillaban con luz propia. Y en el centro, suspendido en algún tipo de campo contenedor, había un fragmento de algo. Un fragmento de hueso. Blanco como mármol. Grabado con símbolos. —¿Qué es eso? —Un Clavo de Vacío. O más precisamente, un fragmento de uno que recuperamos de Barcelona hace tres semanas. Fue usado para matar un ángel. Permanentemente. Marcus miró el fragmento. Algo en él le hacía sentir náuseas. —¿Cómo se mata permanentemente un ángel? Sister Evangelina se acercó al contenedor. —Con esto. Forjado de los huesos de los Adamah Rishon. Tus ancestros, Detective. Los humanos fallidos que Dios creó antes de perfeccionar el diseño. Miró a Marcus directamente. —Y ahora los demonios saben que llevas ese linaje. Lo que significa que tú—tu sangre, tus huesos, tu misma existencia—podrías ser convertido en armas como esta si te capturan. Marcus sintió que la habitación giraba. —Necesito sentarme. —Pronto. Pero primero, necesitas ver algo más. Sister Evangelina sacó su teléfono, deslizando a través de imágenes. —Estas son escenas de crimen de las últimas setenta y dos horas. París. Tokio. Ciudad de México. Londres. Todas idénticas a la tuya. Y en cada caso, alguien con linaje Adamah fue marcado. Pasó a la siguiente imagen. —Este hombre fue encontrado desangrado en Berlín. Este en Sídney con cada hueso removido. Esta mujer en São Paulo simplemente dejó de existir. No hay cuerpo. Solo la marca. Guardó el teléfono. —Estás en peligro, Detective. Pero también eres importante. Tu linaje te hace valioso. Y eso significa que tienes poder. Elección. Agencia. —No me siento poderoso. Me siento aterrorizado. —Bueno. El terror mantiene vivo. La arrogancia mata. Marcus se dejó caer en banco contra la pared. —¿Y ahora qué? ¿Me escondo aquí para siempre? —No. Ahora aprendes. Entrenas. Entiendes qué eres. Y luego decides qué quieres ser en esta guerra. —¿Y si no quiero ser nada? Sister Evangelina se arrodilló frente a él. —Esa opción murió en el momento en que fuiste marcado. Lo siento. Pero ahora solo tienes dos caminos: convertirte en arma de alguien más, o convertirte en tu propia arma. Colocó su mano sobre la mano marcada de Marcus. —Te enseñaremos a ser la segunda. Si nos dejas. Marcus miró su palma marcada. Luego el fragmento de hueso. Luego el arsenal de armas imposibles. Su vida había terminado. Eso estaba claro. Pero quizás una nueva vida estaba comenzando. —Está bien. Enséñame. Sister Evangelina asintió. —Entonces comenzamos ahora. Porque en aproximadamente seis horas, cosas mucho peores van a venir. Y necesitas estar listo
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