Sarah - El Nombre Prohibido

1961 Words
Boston, Instituto de Tecnología de Massachusetts - 11:47 PM La doctora Sarah Morrison no creía en Dios. Esto era profundamente irónico considerando que había dedicado los últimos doce años de su vida a estudiar textos religiosos antiguos con intensidad que bordeaba la obsesión. Su oficina en el edificio de Estudios Religiosos del MIT estaba repleta de reproducciones de manuscritos gnósticos, traducciones de los Rollos del Mar Muerto, fotografías de inscripciones cuneiformes que la mayoría de sus colegas ni siquiera sabían que existían. Su especialidad era la literatura apócrifa—los evangelios que no entraron en la Biblia, los textos gnósticos encontrados en Nag Hammadi en 1945, los manuscritos prohibidos que la iglesia primitiva había intentado borrar con fuego y espada. Su tesis doctoral, que le había ganado el puesto en MIT a los 29 años, argumentaba que el Dios del Antiguo Testamento y el del Nuevo Testamento eran entidades completamente diferentes. Más que eso: que el cristianismo primitivo había sido una religión mucho más compleja y subversiva de lo que la historia oficial admitía. Los gnósticos antiguos, argumentaba Sarah, no eran herejes locos. Eran los únicos que habían visto la verdad: que el mundo material era prisión creada por un ser menor, un Demiurgo imperfecto que se hacía pasar por el Dios verdadero. Sus colegas habían aplaudido la audacia académica de su trabajo. Lo que ninguno de sus colegas sabía era la verdad: Sarah no estudiaba aquellos textos por curiosidad académica. Estaba buscando una manera de matarlo. A Dios. Al Demiurgo, al Creador imperfecto que había aprisionado consciencia divina en materia corrupta y había tenido la arrogancia de llamarlo creación. Sarah Morrison era la líder secreta de los Gnósticos Renacidos. Una organización que había existido en las sombras durante siglos, pasando conocimiento prohibido de generación en generación, esperando el momento en que los sellos antiguos se debilitaran lo suficiente para hacer lo impensable. Y esta noche, después de cien años de búsqueda meticulosa, finalmente habían encontrado lo que necesitaban. Su laboratorio en el sótano del edificio estaba oficialmente dedicado a análisis de manuscritos antiguos usando tecnología moderna. Tenía un escáner multiespectral de cincuenta mil dólares. Software de reconstrucción digital. Todas las herramientas que una académica seria necesitaría. No oficialmente, era algo muy diferente. Las paredes—ocultas detrás de estantes móviles que parecían contener solo cajas de archivos—estaban cubiertas con símbolos que ningún académico reconocería. Porque no provenían de ninguna tradición humana documentada. Eran más antiguos. Pre-sumerios. Pre-diluvianos. Eran los símbolos del Tohu: el caos primordial que había existido antes de que el Demiurgo lo organizara en orden, antes de que dividiera la luz de la oscuridad, antes de que aprisionara la consciencia en materia. Sarah había pasado años aprendiendo a dibujarlos correctamente. No era como aprender alfabeto normal. Estos símbolos dolían dibujar. Dolían mirar. Cada uno parecía moverse cuando no los observabas directamente. Pero eran necesarios. Eran el lenguaje del universo antes del lenguaje. Esta noche, Sarah estaba arrodillada en el centro de un círculo que había dibujado con algo que parecía tiza pero era en realidad cenizas mezcladas con su propia sangre. Había sangrado exactamente 177 mililitros—un número significativo en numerología gnóstica—y lo había mezclado con cenizas de textos quemados. Frente a ella, colocada con cuidado reverente sobre un pedestal improvisado de libros antiguos, había una tableta de arcilla del tamaño de su mano. No era sumeria. No era acadia. No era de ninguna civilización conocida por la arqueología convencional. Había sido excavada tres meses atrás de un sitio en Irak que oficialmente no existía. Un lugar tan profundo bajo tierra que el equipo había tenido que cavar a través de estratos de roca que databan millones de años. Un sitio donde la geología misma parecía estar equivocada. La tableta había estado enterrada en lo que parecía ser una cámara sellada. No por humanos. Por algo más antiguo. Sarah había pagado dos millones de dólares—fondos cuidadosamente lavados a través de donantes secretos—para que la tableta fuera sacada ilegalmente de contrabando del país. Otros tres millones para que los cinco miembros del equipo de excavación que sabían de su existencia tuvieran accidentes fatales pero creíbles. No podía haber testigos. Esta tableta no podía existir en el mundo académico. Porque contenía algo que ningún gobierno, ninguna institución religiosa, ninguna organización de poder establecida podría permitir que existiera. Instrucciones. Un ritual. Un nombre. El verdadero nombre del Tohu. Sarah había pasado las últimas ocho semanas traduciendo laboriosamente las diecisiete líneas de texto. El lenguaje era anterior a todo lo que conocía. No seguía reglas gramaticales convencionales. Era lenguaje que describía estados de ser que ya no existían. Acciones que precedían al concepto de acción. Nombres que eran más que identificadores—eran definiciones ontológicas fundamentales. Y esta noche, finalmente, había terminado la traducción. Estaba temblando. No de miedo. De anticipación extática. "Lo sabían," susurró al espacio vacío de su laboratorio. "Los primeros humanos. Los Adamah Rishon. Lo sabían antes de ser sellados. Sabían qué era realmente el universo. Sabían cómo deshacerlo." Su teléfono vibró en su bolsillo, interrumpiendo su revelación. Lo ignoró. Vibró nuevamente. Y otra vez. Con irritación creciente, Sarah lo sacó. La pantalla mostraba veintisiete mensajes de texto de otros líderes de célula—los Gnósticos Renacidos tenían células operando en diecisiete países. Todos los mensajes decían esencialmente lo mismo: "Está sucediendo." "Los sellos se están rompiendo." "¿Fue tu grupo?" "Los Estratos Olvidados se están abriendo." "¿Iniciamos el Protocolo Final?" Sarah sintió su pulso acelerarse. No había sido su grupo. No todavía. Habían planeado esperar otras dos semanas antes de intentar el ritual. Necesitaban alineación planetaria específica. Necesitaban que ciertos sitios de poder fueran preparados simultáneamente. Necesitaban coordinación perfecta entre las diecisiete células. Pero alguien más había comenzado algo. Los demonios, probablemente. O quizás los Adamah mismos habían encontrado una manera de romper sus prisiones desde adentro. No importaba quién había iniciado la cascada. Lo importante era que la ventana de oportunidad que habían estado esperando por un siglo finalmente se había abierto. Cuando los sellos se rompieran completamente, cuando el Tohu comenzara a filtrarse de vuelta a la realidad, habría un momento. Un único momento de caos perfecto donde las leyes que el Demiurgo había impuesto a la creación se volverían flexibles. Y en ese momento, alguien con el conocimiento correcto y la voluntad suficiente podría hacer más que reescribirlas. Podría deshacerlas completamente. Sarah miró la tableta nuevamente. Las líneas finales de texto parecían brillar en la luz tenue del laboratorio. "Cuando las Cadenas se rompan completamente, cuando el Primero Olvidado despierte y camine libre, cuando el orden comience a desorganizarse de nuevo en caos, pronuncia el Nombre que existía antes del Nombre. Pronuncia lo que el Demiurgo enterró en los cimientos de su creación defectuosa. Pronuncia el verdadero nombre del Tohu. La palabra que describe no lo que el caos ES, sino lo que el caos HACE. Y todo lo que es, dejará de ser. La materia se desdoblará de vuelta en energía. La energía se disolverá de vuelta en potencial. El potencial se colapsará de vuelta en el estado anterior al Principio. Y en el silencio que sigue, los que recuerdan cómo era antes del Principio podrán comenzar de nuevo. Correctamente esta vez. Sin tirano. Sin orden forzado. Sin prisiones de carne. Solo consciencia pura en caos puro. Libertad verdadera." Sarah se levantó de su círculo, sus rodillas protestando después de estar arrodillada durante dos horas. Tenía trabajo que hacer. Llamadas que hacer a los otros líderes de célula. Rituales que coordinar. Sitios de poder que activar. El ritual final requería que diecisiete personas pronunciaran el Nombre simultáneamente desde diecisiete ubicaciones específicas alrededor del globo. Lugares donde la corteza de la realidad era más delgada. Donde el Demiurgo había puesto los primeros sellos cuando organizó el caos en cosmos. Stonehenge. Las Pirámides de Giza. Angkor Wat. Machu Picchu. Lugares que las civilizaciones antiguas habían reconocido instintivamente como especiales, sin entender completamente por qué. Sarah caminó hacia su escritorio, sacando su laptop encriptada. Comenzó a escribir correos codificados a los otros dieciséis líderes de célula. Los ángeles y los demonios pensaban que esta era su guerra. Pensaban que esto era sobre el trono del Cielo o la venganza de Lucifer. Qué limitados. Qué humanos en su pensamiento, irónicamente. Incluso los seres celestiales estaban atrapados en categorías impuestas por el Demiurgo. Bien y mal. Orden y caos. Obediencia y rebelión. Todos operando dentro del sistema. Todos aceptando las reglas fundamentales. Sarah Morrison y los Gnósticos Renacidos tenían un objetivo mucho más simple y mucho más ambicioso: Terminar la existencia tal como la conocían. Borrar el tablero completamente. Y en las cenizas de la creación fallida del Demiurgo, construir algo mejor. O nada en absoluto. Cualquier opción era infinitamente preferible a continuar existiendo como prisioneros en un universo diseñado por un dios cruel e incompetente que había aprisionado chispas divinas en carne que se pudría y sangre que se derramaba, y había tenido la audacia de llamarlo vida. Sarah terminó de enviar los mensajes encriptados. Se reclinó en su silla, cerrando sus ojos por un momento. Podía sentirlo ahora. Incluso sin la sensibilidad especial que algunos de los otros miembros tenían—psíquicos, médiums, los nacidos con el tercer ojo abierto—incluso ella podía sentir que algo fundamental había cambiado en el mundo. Como si el universo hubiera inhalado y olvidado cómo exhalar. Los sellos se estaban rompiendo. El Tohu se estaba agitando. Y pronto—días, semanas a lo sumo—la ventana estaría completamente abierta. Sarah abrió sus ojos y miró la tableta una vez más. El Nombre estaba ahí. Diecisiete sílabas que no correspondían a ningún fonema humano. Sonidos que requerirían que la garganta se doblara en formas que normalmente causarían asfixia. Pero Sarah había estado practicando. Todos los líderes de célula habían estado practicando durante meses, condicionando sus cuerdas vocales, aprendiendo técnicas de canto de garganta, estudiando cómo los monjes tibetanos producían armónicos imposibles. Estaban listos. Casi. Sarah guardó sus materiales, preparándose para salir del laboratorio. Era casi medianoche. Tenía una clase que enseñar mañana a las 10 AM—Textos Gnósticos 301. La vida continuaba normal en la superficie mientras debajo, todo se preparaba para terminar. Apagó las luces, activó el sistema de seguridad, cerró la puerta con llave. No notó que la tableta que había dejado en el pedestal dentro del círculo estaba brillando muy levemente en la oscuridad. Y no notó que nuevas líneas estaban apareciendo en la arcilla. Inscripciones frescas formándose en material que tenía miles de años. Líneas que decían, en el lenguaje más antiguo de todos: "Te vemos, Sarah Morrison. Te escuchamos practicar Nuestro nombre. Cuando pronuncies Nuestro nombre con tus diecisiete voces desde tus diecisiete sitios, cuando la palabra resuene a través de las dimensiones... Finalmente estaremos completos. Finalmente seremos libres. Y este error de universo será corregido. Desorganizado. Desarmado. Devuelto al estado de perfección que existía antes de que el Demiurgo decidiera jugar a ser Creador. Gracias, Sarah Morrison. Gracias por tu servicio al verdadero orden. Que es ningún orden en absoluto. Pronto. Muy pronto. Te encontraremos del otro lado del fin." Las palabras brillaron por un momento, luego se desvanecieron, absorbidas de vuelta en la arcilla como si nunca hubieran existido. La tableta volvió a parecer inerte. Antigua. Inocente. Solo un artefacto arqueológico entre miles. Pero en algún lugar muy lejos—o muy cerca, dependiendo de cómo mediaras la distancia entre dimensiones—algo antiguo y hambriento había notado a Sarah Morrison. Y estaba esperando. Esperando que ella pronunciara su Nombre. Esperando ser invitado de vuelta al universo del que había sido exiliado. Esperando comenzar su trabajo de desorganización. El Tohu era paciente. Había esperado eones. Podía esperar unos días más.
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