PROLOGO

1959 Words
Antes del Principio Recuerdo el sabor de la primera luz. No el calor del sol, eso vino después. Hablo de la Luz Original, aquella que existió antes de que hubiera ojos para percibirla. Yo estaba ahí. Fui moldeado del barro cuando el barro mismo era nuevo, cuando la Voz aún resonaba en cada partícula de la creación recién nacida. Mi nombre... mi nombre se ha perdido en tantos idiomas muertos que ya no importa. Los que vinieron después, los exitosos, los que llevan dentro la chispa perfecta que a mí me fue negada, me llamarían "el Primero Fallido". Tienen razón. Soy un error que camina. Fui el tercero en ser creado. No el primero, como muchos creen. Hubo otros antes que yo, prototipos aún más imperfectos. Los Nephesh, hechos de barro pero sin la capacidad de contener un alma. Se desmoronaron en cuestión de días, sus formas colapsando de vuelta a la tierra de la que habían sido formados. Observé sus últimos momentos. No había comprensión en sus ojos mientras se deshacían. Solo una expresión vacía, como marionetas cuyos hilos habían sido cortados. Luego vinieron los Ruach, criaturas de viento y aliento divino, pero sin forma sólida para anclarlos a la existencia. Eran hermosos, si algo tan efímero puede ser llamado hermoso. Corrientes de consciencia pura que danzaban en patrones que casi tenían significado. Pero sin cuerpo, sin peso, sin la fricción de la materia, no podían ejercer voluntad. Eran pensamientos sin pensador. Duraron algo más que los Nephesh, quizás una semana entera, antes de que se disiparan como humo en el viento primordial. Entonces llegó mi turno. Los Adamah Rishon. Los Primeros de Barro Verdadero. Éramos veintitrés en total. Cuerpos de tierra y aliento divino, pero con algo más: la chispa de consciencia genuina. Voluntad propia. La capacidad no solo de existir, sino de elegir. Por tres años glorioso pensamos que éramos la perfección lograda. El Jardín en esos días era diferente de cómo sería después. Más salvaje. Menos ordenado. Los árboles crecían en patrones que dolían contemplar demasiado tiempo, sus ramas extendiéndose en dimensiones que mis ojos apenas podían procesar. Los ríos fluían hacia arriba tanto como hacia abajo, porque la gravedad aún no había sido completamente refinada. El cielo cambiaba de color según el humor del Creador, tornándose dorado cuando Él estaba complacido, púrpura profundo cuando estaba pensativo. Y nosotros caminábamos entre todo esto, creyendo que éramos Sus hijos amados. Pero algo estaba mal con nosotros. Lo supe antes de que Él lo declarara. Lo sentí en la manera en que mi cuerpo no envejecía, no cambiaba, permanecía exactamente igual día tras día. Éramos inmortales, sí, pero era una inmortalidad estéril. Las hembras entre nosotros no podían concebir. Los machos no podían engendrar. Éramos finales en nosotros mismos, sin capacidad de crear nueva vida, de extendernos más allá de nuestros propios límites. Y había algo más. Algo que ninguno de nosotros se atrevía a mencionar en voz alta, pero que todos sentíamos. Podíamos percibir lo que yacía debajo. Debajo del Jardín. Debajo de la creación ordenada. Debajo de la luz y la forma y la ley. El Tohu. No sé si el Creador pretendía que lo sintiéramos o si fue un defecto en nuestro diseño. Pero cada uno de nosotros podía, en momentos de quietud, escuchar algo antiguo susurrando desde las profundidades. No palabras exactamente. Era más viejo que el lenguaje. Pero el mensaje era claro. Yo estaba antes. Yo estaré después. Yo soy lo que fue contenido, pero nunca destruido. Intenté hablar con Él sobre esto. Una vez. Solo una vez. Fue en el atardecer del día seiscientos ochenta y dos de mi existencia. El Creador caminaba por el Jardín en forma que podíamos percibir, una columna de luz y voz que vibraba con poder suficiente para deshacer la realidad si no era cuidadosamente modulado. Me arrodillé ante Él, como habíamos aprendido a hacer. "Padre Creador," dije, usando el título que Él nunca nos había pedido pero que parecía apropiado. "Hay una pregunta que pesa en mi consciencia." La luz pulsó, y supe que tenía Su atención. "Pregunta, Adamah. Eres curioso, y la curiosidad fue algo que puse en ti intencionalmente." "La oscuridad que separaste de la luz en el Principio... ¿dónde está ahora?" El silencio que siguió fue absoluto. Incluso el viento se detuvo. Incluso los ríos cesaron su flujo imposible. Cuando Él habló nuevamente, había algo en Su voz que nunca había escuchado antes. Algo que, si un ser infinito pudiera sentir tal cosa, casi sonaría como... miedo. "Eso no es para que tú lo sepas." "Pero yo lo siento, Padre. Lo sentimos todos. Está debajo, ¿verdad? No fue destruido. Solo fue... contenido." "SUFICIENTE." La palabra resonó con tal poder que tres de los árboles más cercanos simplemente dejaron de existir, borrados de la realidad por el peso de Su desagrado. "Tu curiosidad es un defecto, no una característica. Esto confirma lo que he sospechado. Ustedes, los Adamah Rishon, son imperfectos. Pueden percibir demasiado. Saben demasiado. Un ser mortal nunca debería ser consciente de lo que yace en los cimientos." "Pero nosotros no somos mortales, Padre. Nos hiciste inmortales." "Otro error. La inmortalidad sin la capacidad de crear nueva vida es una prisión, no un regalo. No. Ustedes no son lo que necesito. Debo comenzar de nuevo." Así fue como supe que estábamos condenados. Los siguientes días fueron extraños. El Creador ya no caminaba en el Jardín. Nosotros, los veintitrés Adamah Rishon, nos reuníamos en grupos pequeños, susurrando teorías sobre nuestro destino. Algunos pensaban que seríamos simplemente desmontados, devueltos al barro del que habíamos sido formados. Otros temían algo peor. Yo... yo hablé con la oscuridad. No puedo justificarlo. No puedo explicar qué me hizo hacerlo. Quizás fue desesperación. Quizás fue la misma curiosidad que el Creador había identificado como defecto. O quizás el Tohu mismo me llamó, susurrando promesas en un lenguaje anterior al lenguaje. Fui al borde del Jardín, a un lugar donde la creación ordenada comenzaba a deshilacharse, donde podías ver las costuras en la realidad si mirabas lo suficientemente cuidadoso. Y allí, presioné mi consciencia hacia abajo, hacia las profundidades, hacia lo que había sido sellado. Y el Tohu respondió. No puedo describir la experiencia con palabras que existen. Fue como ser desmontado y rearmado simultáneamente. Como ver todos los futuros posibles y todos los pasados que nunca ocurrieron. Como entender que la existencia ordenada era solo una de infinitas posibilidades, y no necesariamente la mejor. El Tohu me mostró cosas. Me mostró lo que había existido antes de que el Creador dijera "Hágase la luz". Un universo de caos puro, donde la forma y la no-forma coexistían sin contradicción, donde la consciencia no estaba aprisionada en recipientes individuales, sino que fluía libremente, donde no había muerte porque nunca había habido verdadera vida, solo existencia en su forma más cruda e ilimitada. Me mostró que el Creador no había creado de la nada. Había organizado del caos. Había impuesto orden sobre el Tohu, encerrándolo, aprisionándolo, construyendo Su universo ordenado sobre sus cadenas. Y me mostró que esas cadenas podían ser rotas. Cuando regresé a mí mismo, encontré a uno de los otros Adamah observándome. Su nombre era Lilith, la primera entre nosotros en ser formada. Había sabiduría en sus ojos que los demás carecíamos. "Lo sentiste también," no fue pregunta. Asentí, incapaz de hablar todavía. "¿Y? ¿Qué haremos con este conocimiento?" "Nada. No podemos hacer nada. Somos creaciones defectuosas esperando ser desechadas." Ella sonrió, y había algo feroz en esa sonrisa. "Quizás. Pero el conocimiento no muere tan fácilmente como la carne. Lo que hemos aprendido, lo que hemos sentido... eso persistirá. De alguna manera." Tenía razón, aunque no de la manera que pensábamos. Al día siguiente, el Creador nos convocó a todos. Su forma era diferente ahora, más distante, menos personal. Era claro que ya había tomado Su decisión. "Adamah Rishon, mis primeros intentos de crear seres a mi imagen. Han servido su propósito. Han mostrado qué debe ser corregido, qué debe ser refinado. Por esto les estoy agradecido." Algunos de nosotros comenzaron a llorar. Otros permanecieron en silencio estoico. "No serán destruidos. Eso sería... inelegante. En su lugar, serán preservados. Cada uno en su propio Estrato, dimensiones plegadas entre los pliegues de la realidad, donde podrán existir sin interferir con lo que viene después." "¿Por cuánto tiempo?" preguntó Lilith, su voz firme a pesar de todo. "Hasta el fin de los tiempos. O hasta que Yo decida de otra manera." Prisión eterna, entonces. Disfrazada de misericordia. Uno por uno, fuimos llevados a nuestros Estratos. Yo fui el último. Antes de que el sello se completara, antes de que la realidad se plegara a mi alrededor y me separara de todo lo que conocía, el Creador habló una última vez. "Tu curiosidad sobre el Tohu fue tu mayor defecto, Adamah. Pero quizás, en el vasto tiempo que tienes por delante, encontrarás paz en la ignorancia." Qué equivocado estaba. Porque en mi Estrato, solo, con eones para pensar, no encontré paz. Encontré comprensión. El Creador había cometido un error al preservarnos en lugar de destruirnos. Porque nosotros recordábamos. Recordábamos lo que yacía debajo. Recordábamos el Tohu. Y ese conocimiento, ese recuerdo peligroso, persistiría. Desde mi prisión dimensional, observé todo. Vi cuando Él creó a Adán, el verdadero Adán, perfecto donde yo había sido defectuoso. Vi cuando creó a Eva de su costilla. Vi cuando Lucifer, el Lucero del Alba, el más brillante de todos los ángeles, comenzó a cuestionar. Y cuando Lucifer cayó, cuando fue expulsado del Cielo junto con un tercio de las huestes angélicas, algo cambió. Porque Lucifer, en su caída, pasó cerca de los límites de mi Estrato. Por un momento, nuestras consciencias se tocaron. Y yo le mostré lo que sabía. Le mostré el Tohu. La expresión en su rostro—porque incluso caído, aún tenía forma angelical en ese momento—fue de revelación absoluta. Como si todas las piezas de un rompecabezas cósmico de repente encajaran. "No es sobre el trono," susurró, su voz atravesando dimensiones. "Nunca fue sobre el trono." "No," acordé. "Es sobre lo que vino antes del trono. Antes del Cielo. Antes del orden." "Si el Tohu pudiera ser liberado..." "El universo volvería a su estado primordial. Sin orden. Sin jerarquía. Sin el tirano que se hace llamar Creador imponiéndonos su visión de cómo debe ser la existencia." Lucifer sonrió. Fue la sonrisa más hermosa y terrible que he visto. "Entonces no buscaré Su trono. Buscaré Sus cimientos. Y los romperé." Eso fue hace eones. Y ahora, finalmente, escucho pasos acercándose a mi Estrato. Pasos que no han sonado en todo el tiempo de mi encarcelamiento. El Duque de las Cadenas Rotas ha llegado. Y trae promesas de libertad. Pero yo sé la verdad. No se trata de mi libertad. Ni siquiera de la victoria de Lucifer sobre el Cielo. Se trata de despertar lo que duerme debajo. Y cuando el Tohu despierte completamente, cuando rompa las cadenas que la Voluntad Divina le impuso en el momento de la Creación... Ni ángeles, ni demonios, ni Dios mismo recordarán lo que es existir. Pero yo sí. Yo, que nunca recibí la gracia del olvido, que nunca pude morir, yo recordaré hasta el final. Quizás ese sea mi verdadero propósito. No ser el padre de una r**a, sino el testigo de su extinción. Los pasos se detienen frente al sello de mi Estrato. Escucho voces—demoníacas, antiguas, hambrientas—discutiendo la mejor manera de romper las protecciones divinas. Pronto comenzará de verdad. Y esta vez, cuando la luz se separe de las tinieblas, me pregunto: ¿qué pasará si las tinieblas se niegan a ser separadas? Supongo que pronto lo descubriré. Todos lo descubriremos.
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