Capítulo 3

2122 Words
Wynta Entregó su credencial y número de entrevista a la señora del pasillo y se dirigió a los ascensores para salir del edificio. Se quedó dentro mientras el ascensor descendía a la planta baja y suspiró internamente, tachando mentalmente otro trabajo que no había conseguido; aunque, esta vez, por decisión propia. Se había alejado de él. Wynta se sentía exhausta, ninguno de sus intentos por conseguir trabajo había resultado. Su bolsillo cada vez disminuía. Solo un día más sin trabajar consumiría sus ahorros. Conocía los dólares de su cuenta bancaria: apenas tenía dinero para alquilar ese estudio por tres meses más, y luego estaría en la calle, en un refugio para mujeres o volvería a ser bailarina de striptease en un club de caballeros para llegar a fin de mes. A Wynta pareció temblarle un ojo, era una reacción causada por el estrés. No quería hacer ninguno de esos trabajos. Ninguno de esos pensamientos le resultaba agradable. Había estado sin hogar durante unos meses después de dejar su manada de origen, hasta que consiguió alojamiento en el campus; aun así, no fue suficiente para sobrevivir y terminó aceptando un trabajo que le diera dinero. No estaba dispuesta a vender su cuerpo a los hombres, así que convertirse en bailarina de striptease fue la única opción que no interfería con su horario de clases. No le gustaba, y solo lo hacía para ganar dinero. Se separó de la pared cuando el ascensor se detuvo, salió junto a varias personas y se encontró cara a cara con quien creía que era el Beta de esa Unidad Alfa. Wynta no quería tener contacto con ellos; pero parecía que no podría librarse tan fácilmente. —Sr. Hayes, quisiera hablar más con usted, Srta. Morgan —declaró él con lo que parecía una sonrisa amistosa. —No estoy interesada —respondió ella, e intentó rodearlo, pero su mano se enroscó alrededor de su brazo y la detuvo. —Me temo que voy a tener que insistir —dijo, arrastrándola hasta un banco de ascensores. Usó una tarjeta de acceso para abrir uno. Wynta notó que no había marcadores de piso ni afuera ni dentro del ascensor cuando la escoltó al interior. Las puertas se cerraron y el ascensor se movió. Comprendió que era un ascensor exprés, probablemente hacia el piso superior, donde el Alfa y su Unidad tenían sus oficinas. Se apoyó en la pared y esperó en silencio mientras el hombre la observaba. Ella le devolvió la mirada sin preocuparse por si resultaba ofensiva. Estaba un poco resignada a que tendría que hablar con ellos. Sin que le importara, Wynta respiró con decepción. Los lobos solitarios no tenían amos a menos que lo eligieran, y ella no pensaba hacerlo. El ascensor llegó con suavidad. Él la escoltó por un pasillo y la condujo a un sofá. —Por favor, quédese aquí y espere —indicó, antes de dirigirse a la mujer en el escritorio cercano—. El Alfa verá a la Srta. Morgan cuando termine sus entrevistas por el día. —Sí, Beta —respondió la mujer. Wynta confirmó así que su suposición era correcta: aquel hombre era el Beta. La loba tras el escritorio la miró con un ceño fruncido y arrugó la nariz, como si su olor la ofendiera. Wynta sabía que estaba limpia y, aunque fuera una solitaria, se cuidaba para no oler como otros renegados allá afuera. La mujer no dejó de verla mal; pero a Wynta le daba igual. No la consideraba más que una tarada, así que decidió ignorarla. No sabía a qué olía un lobo solitario para los demás, pero para ella olían como si necesitaran un baño urgente. No creía oler así. Se sentó como le habían indicado. No buscaba problemas y sabía comportarse, aunque no quisiera. Tras una hora de espera, estaba aburrida hasta la saciedad. Se levantó, se estiró y decidió explorar el piso superior. Encontró una docena de oficinas, tres salas de conferencias y un área de café con mesas, sillas y máquinas expendedoras. Solo vio un ascensor con acceso restringido por tarjeta. No podría salir sin una. Halló la puerta de emergencia y sonrió, pero al empujarla descubrió que no se abría. También tenía un lector de tarjetas. Estaba atrapada hasta que alguien la dejara salir. Volvió al sofá y se hundió en él. Pasó otra hora. La loba del escritorio la miró y comentó: —Tenga paciencia. Él está entrevistando. —No pueden retenerme así —respondió con frialdad. —Supongo que sí pueden, dado que sigues aquí. Solo siéntate —le replicaron. Wynta analizó la situación. Sabía que debía haber una forma de evadir el uso de la tarjeta. Mientras se recostaba, sus ojos se posaron en una caja roja de emergencia que decía “Romper el vidrio en caso de emergencia”. Sabía que abriría la salida. Sonrió y se incorporó. Podría perderse entre la multitud que salía del edificio. —No lo hagas, Sra. Morgan. Es una multa muy grande —advirtió la loba, señalando una cámara en el techo—. Quedará grabado y la multa te llegará. ¿Puedes pagarla? Creo que son 1600 dólares. Y podrías enfrentar cargos criminales. Es un delito mayor en este estado. —No tengo antecedentes —respondió Wynta. La media sonrisa de la loba sugería que pensaba que una renegada debía vivir en ilegalidad. Wynta se recostó resignada. Estaba atrapada hasta que la escoltaran fuera. A la tercera hora, se había acostado en el sofá, ignorando el comentario de la loba de que no era profesional hacerlo. Usó su teléfono para leer un libro, hasta que se quedó dormida. Nadie en el piso parecía prestarle atención, salvo la secretaria del Alfa, que solo parecía molesta por vigilarla. En un momento, medio dormida, rodó y cayó del sofá. Se quedó allí antes de sentarse con un resoplido. La secretaria la observaba. —Veo que eres una perezosa —murmuró—. Le diré al Alfa que estás despierta. Wynta se levantó. Había dormido todo ese tiempo, y él no la despertó. Le pareció extraño. El Alfa apareció en la puerta de su oficina. —¿Dormiste bien? —preguntó, invitándola a entrar. Wynta revisó la hora: ya era media tarde. Su entrevista había sido a las diez de la mañana. Entró y se sentó. —¿Por qué sigo aquí? —preguntó. —Porque no puedo permitir que sigas siendo una renegada. Es peligroso para las lobas solitarias, sobre todo para las que no tienen lobo. —Otros renegados me dejan en paz. Las que no tenemos lobo no interesamos. No valemos nada para los que buscan secuestrar y vender lobas. No resistimos los castigos. Es un desperdicio comprarnos. Estoy perfectamente segura —respondió. —Ya veo… pero con toda conciencia, no puedo dejarte ir así. Estoy dispuesto a ofrecerte lo siguiente: el trabajo que solicitaste, una vivienda dentro del clan y santuario completo. Continuó: —Tendrás atención médica lobuna sin costo, podrás entrenar con otros, asistir a bailes de apareamiento para encontrar a tu Compañero y tener una vida social lobuna completa. —Tengo un apartamento en la ciudad, a unas cuadras. No manejo, así que no podría ir del clan a la oficina. Nunca he sufrido daño en el mundo humano. Puedo protegerme. Y no quiero vivir en una manada ni asistir a sus funciones, incluidos sus bailes —replicó—. Pero aceptaré el trabajo. Él la observó con el ceño fruncido. —Todos los lobos necesitan vida social o pueden volverse… —Criaturas antisociales —completó ella—. Ya lo soy. Explicó con claridad: —Trabajaré en silencio. No causaré problemas. Cumplo con los plazos, puedo quedarme hasta tarde. Sé colaborar, seguir instrucciones y ser profesional, aunque no socialice. Él se recostó, ojos entrecerrados. Ella imitó su postura. Pasó un minuto. Él parecía divertido. —¿Qué se necesita para que me deje salir de esta oficina y obtener el trabajo? —preguntó ella. —Que aceptes ser iniciada en mi manada. Podrás conservar tu apartamento —respondió. Ella lo miró largo rato. Luego propuso: —La iniciación será en mis términos. —¿Qué significa eso? —preguntó él. —Te permitiré iniciarme solo cuando pise voluntariamente el territorio oficial de tu manada, que está a una hora. —Lo dije. Puedo aceptar eso —concedió él—. Vamos a ver tu espacio de trabajo. Wynta lo siguió por el pasillo, notando que cada paso del Alfa era firme, medido y silencioso, como si estuviera acostumbrado a que todos cedieran ante su presencia. Ella no. No se intimidaba con facilidad y, aunque percibía la potencia contenida en su cuerpo, no sentía la necesidad de bajar la mirada. Había vivido lo suficiente entre humanos para entender que la autoridad no siempre significaba protección. Mientras caminaban, observó los detalles del lugar: los cuadros abstractos en las paredes, las luces suaves y el olor a madera pulida que dominaba el pasillo. Cuando llegaron a la oficina destinada para ella, abrió la puerta y un espacio luminoso se desplegó ante sus ojos. Había un escritorio amplio, una silla ergonómica, dos pantallas y una ventana que mostraba parte de la ciudad desde lo alto. El Alfa observó su reacción en silencio. Ella no expresó nada; no necesitaba darle el gusto de una emoción. Aun así, era un buen espacio, mucho mejor que cualquier lugar donde había trabajado antes. —¿Opiniones? —preguntó él finalmente. —Es funcional. Eso me basta —respondió. Él inclinó ligeramente la cabeza, como si analizara la simpleza de su respuesta, o quizá su falta de entusiasmo. —Tendrás acceso a todo lo que necesites. Si falta algo, la Beta de administración te lo proporcionará. Y por supuesto, tendrás seguridad completa dentro del edificio —añadió él. Wynta entrecerró los ojos con irritación apenas perceptible. —No necesito seguridad. —No es opcional —replicó él—. Es un protocolo. Ella no discutió, aunque una réplica mordaz trepó por su lengua. No quería iniciar con conflictos innecesarios. Aceptó con un movimiento leve de la cabeza y se giró para recorrer el espacio. Tocó el borde del escritorio, comprobó la suavidad de la silla y miró por la ventana. Desde allí, la ciudad parecía lejana, casi irreal. Una distancia que le resultaba cómoda. —Hay algo más que debes saber —dijo él, apoyando una mano sobre el marco de la puerta—. Si en algún momento te sientes en peligro, dentro o fuera del territorio, puedes invocarme. Ella soltó una risa breve y seca. —No necesito un salvador. —No es salvación —corrigió él—. Es responsabilidad. Wynta se giró hacia él, cruzándose de brazos. —No soy tu responsabilidad. Él sostuvo su mirada sin apartarse. —Aun así, lo eres durante tu iniciación. Y hasta que se complete, debo garantizar tu seguridad. Ella chasqueó la lengua, fastidiada por la idea de ser considerada una carga. No obstante, también sabía que discutir solo prolongaría la conversación, y lo único que deseaba era marcharse de aquella oficina e irse a casa para pensar en lo que realmente había aceptado. —Perfecto —dijo finalmente—. ¿Algo más? —Sí —respondió él—. Mañana a las nueve, tu primera reunión. No llegues tarde. —No llego tarde —replicó ella. Él sonrió apenas, una sonrisa tan controlada que parecía ensayada. —Lo veremos. Ella salió de la oficina sin esperar una despedida. El pasillo estaba silencioso y el ascensor exprés esperaba al final. No había forma de bajar sin el Alfa o su Beta, así que se apoyó contra la pared y respiró hondo. Le desagradaba depender de alguien, aunque fuera momentáneamente. Había construido su vida sobre la independencia, sobre la capacidad de caminar sola sin deberle explicaciones a nadie. Y ahora, de pronto, estaba entretejida en una red de reglas y observaciones que no había pedido. El Alfa apareció unos minutos después. No dijo nada, simplemente pasó su tarjeta por el lector. El ascensor se abrió. Ella entró y él la siguió. Bajaron en silencio, pero no un silencio vacío: era un silencio medido, evaluador, como si él intentara entenderla sin hacer preguntas. Cuando finalmente las puertas se abrieron en la planta baja, Wynta salió inmediatamente, decidida a colocar distancia entre ambos. —Nos vemos mañana, Srta. Morgan —dijo él antes de que ella se marchara. Wynta no respondió. Solo alzó una mano en un gesto casi imperceptible y cruzó las puertas automáticas hacia la calle, donde el aire frío de la ciudad la recibió como un recordatorio de que, a pesar de todo, seguía siendo libre. O al menos, eso quería creer. Así fue.
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