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2088 Words
4 Esa noche Emma no pudo conciliar el sueño por el email de Rachel. Por primera vez en su vida había encontrado el coraje de hacer leer sus cuentos a alguien y estaba aterrorizada. Además, Abigail le había avisado cuánto era severa su amiga y que no tenía ningún problema en hacer pedazos un manuscrito sino lo encontraba a la altura. Desde hacía dos meses salía con esas dos muchachas, pero ya había comprendido que Rachel era una mujer dura, severa, determinada, perfeccionista, pero siempre estaba lista para ayudar a quienes quería. Siempre se podía contar con ella. Para cualquier cosa y en cualquier momento. No se podía decir lo mismo de Abigail que, a pesar de ser muy dulce, tierna y bonita, tendía a dejarse llevar por la emoción y a ser ansiosa o a comportarse como una niña que necesita consuelo. Eran tan distintas como el día y la noche, pero se complementaban perfectamente. Emma volvió a pensar en el email de Rachel. “ Leí tu colección de cuentos. ¡Emma, tienes talento de sobra! ¡Has nacido para ser escritora! Te envío mis anotaciones sobre los cuentos más hermosos que me has enviado. Trabajando un poco, pienso que podrías ganar algún concurso literario. ¡Felicitaciones! Siempre tendrás todo mi apoyo si un día quieres publicar tus obras. Rachel. P.D.: no se lo digas a Abby. Me acaba de enviar uno de sus cuentos y no sé cómo rechazarla sin hacerla llorar.” Jamás hubiera pensado que un día Rachel Moses le habría dicho que tenía talento. Había llorado por la emoción y había escrito durante toda la noche Esa mañana hubiera querido dormir hasta el mediodía, pero su abuelo la había llamado a las ocho de la mañana diciéndole que fuera a su oficina porque necesitaba hablarle urgentemente. A menudo no entendía por qué su abuelo la convocaba a la sede central de la Marconi Construcciones. Cuando se encontró delante del inmenso palacio, uno de los primeros que había construido el hombre cuando todavía dividía el trabajo de albañil y el de empresario de la construcción, Emma no pudo contener esa pequeña preocupación que sentía en el corazón cada vez que iba allí. “ Buenos días, señorita Marconi. Su abuelo la espera”, la recibió de inmediato la secretaria, acompañándola a la oficina del autoritario e influyente Cesare Marconi. Apenas golpeó la puerta, la voz fuerte y segura del hombre invitó a la nieta a entrar. Cruzar el umbral de esa oficina siempre fue un viaje al pasado para Emma. La habitación era inmensa y donde ahora había un pequeño salón de recepción, antes hubo una pequeña sala de juegos para niños, amueblada con silloncitos de colores, alfombras con números dibujados, cubos, Legos, cuadernos de dibujo, puzles y cientos de muñecos. Todo para la nieta preferida del poderoso Cesare Marconi. Un hombre hábil, sin escrúpulos, orgulloso hasta la médula, exigente y autoritario que había puesto a su imperio en el sector inmobiliario partiendo de cero… pero también un hombre amoroso y atento. Cuántas veces le había contado a Emma su historia, partiendo desde su infancia pobre en la periferia romana en Italia, para luego hablarle de una adolescencia sin esperanzas o ambiciones, pasada rompiéndose la espalda como albañil, en lugar de estudiar, porque tenía que ayudar a su familia. Hasta el día en que su primo, Giulio Marconi, con quien había compartido toda su vida, lo había llevado a Estados Unidos en busca de fortuna. De trabajar como albañiles se habían vuelto en poco tiempo en empresarios de la construcción. En diez años de trabajo duro consiguieron levantar la Marconi Construcciones y después de muchos años la habían convertido en una de las empresas más conocidas y solicitadas de Oregón. “ Marconi. No sólo un nombre, sino una garantía de prestigio y solidez”, como decía el slogan de la compañía. Fueron años de oro durante los cuales Cesare y Giulio Marconi crearon un verdadero coloso millonario, hasta doce años antes de que sucedieran algo grave y misterioso, y desde ese momento los dos inseparables primos se separaron sin volver a dirigirse la palabra. Ambos eran demasiado orgullosos para ceder, su pelea se volvió en una disputa familiar en la que a los descendientes de Cesare les fue prohibido tener cualquier vínculo con los lejanos primos descendientes de Giulio y viceversa. La familia Marconi se separó y nada fue como antes. La única preocupación en común entre los dos primos había sido la Marconi Construcciones, que se dividió dando lugar a la Marconi Inmobiliarias encabezada por Giulio, pero la escisión fue tan secreta que sólo algunas pocas personas sabían que las dos empresas eran dos cosas separadas. “ Los trapos sucios se lavan en casa”, decía su abuelo, que hizo de todo para que nadie supiera qué había ocurrido realmente. Del resto, el nombre Marconi era y debía permanecer sinónimo de tradición, garantía, solidez, prestigio y poder. Habría muerto antes que ver manchado el nombre de su familia. Sin embargo, para Emma, Cesare Marconi no era sólo un hombre de éxito de casi ochenta años, todavía pegado a su sillón para dirigir su empresa e impartir órdenes como un comandante. No, para ella era un padre, una madre, un mentor, un refugio… Para Cesare no había nada antes de su familia, después de que la esposa había muerto después del cuarto embarazo, se había dedicado en cuerpo y alma para dar un futuro próspero a todos su hijos y nietos. Era un verdadero jefe de familia y, cuando llamaba, todos tenían que responder como soldados pero para compensar, ningún Marconi había pasado hambre y cada m*****o de la familia había sido involucrado en la empresa, ubicados estratégicamente en las distintas filiales de la Marconi Construcciones. Ya estaba decidido incluso el sucesor de Cesare: Alberto, su adorado primogénito. Era todo perfecto, hasta que una noche trágica, a bordo de su coche, Alberto y su esposa Sarah, murieron dejando sola a su pequeña hija de tres años en casa con fiebre. Emma. Cesare no se permitió llorar una sola lágrima por el hijo y la nuera. Había una niña en quien pensar y, según él, no había nadie que pudiera volverse su tutor. Nadie excepto él. Llevó a esa pequeña niña, silenciosa y timidísima, con él. Al comienzo fue difícil, porque Cesare tenía una objeción sobre cada ama de llaves, baby-sitter o asistente, tanto como para despedir a quince personas en tres meses. Exasperado y con una empresa que llevar adelante, decidió llevar a la niña a su oficina. Le reservó una parte de su oficina, le enseñó a hacer construcciones, a leer y luego a escribir, pero sobre todo la importancia del silencio porque ese era un lugar de trabajo donde no se podía gritar, correr o llorar. Emma resultó ser una niña extremadamente condescendiente y con un apego especial a ese abuelo que la llenaba de cariño y atención. Durante tres años Cesare no se separó de su oficina, delegando al primo todos los viajes y conferencias, ya que en ese momento todavía se llevaban bien. Después llegó la escuela, el colegio y las vacaciones de verano en la casa en el lago de la familia de Giulio en Deschutes County, donde la esposa Renata reunía a todos los nietos menores de quince años para hacerlos jugar y divertir juntos bajo su severa supervisión. Aunque si era muy rígida y estaba llena de reglas, las vacaciones en el lago eran el momento más hermoso del año para Emma. Solamente allí podía estar con sus primos de primero, segundo o tercer grado y divertirse corriendo, jugando, gritando, ensuciare, tirare al agua incluso vestida… una decena de jóvenes Marconi para disfrutar de la inmensa finca a los pies de las Cascade Mountains. Todo hasta hacía doce años atrás. Luego no hubo más fiestas ni carcajadas. Emma todavía recordaba su cumpleaños número trece. Había llorado a escondidas de su abuelo porque extrañaba la fiesta en el lago con todos sus primos. ¡También recordaba su último cumpleaños en el que sus primos Salvatore y Aiden la habían secuestrado a las siete de la mañana de su cama, para luego llevarla en brazos hasta el lago y tirarla en el agua gritándole “Feliz Cumpleaños!”. El agua le entraba por la nariz, por la boca y por las orejas, pero nada le había impedido a Salvatore continuar, había regresado astutamente a la casa, bajo el ala protectora de la abuela Renata. Sólo Aiden se había quedado. Él se quedaba siempre. Cerca de ella. “ ¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Me exprimirás como un trapo o me colgarás en algún lugar para que se seque como una sábana?”, le había preguntado Emma fingiendo estar enojada. “ No, te quiero besar”, le había respondido simplemente Aiden acercándose y posando delicadamente los labios sobre los suyos, antes de darle tiempo a reaccionar. Fue un pequeño y tímido beso, pero eso había alcanzado para hacer delirar a Emma. Ese fue su primer beso y haberlo recibido justamente de Aiden había sido el regalo más hermoso. Cuando él se separó de ella, parecía estar avergonzado y sentirse culpable, como si hubiera osado hacer algo prohibido, pero la amplia sonrisa en el rostro pecoso de Emma y sus ojos brillosos que lo habían mirado lleno de cariño había disipado cualquier duda. Con más coraje, volvió a besarla con más seguridad y, cuando Emma lo rodeó con sus brazos alrededor del cuello, había sentido que el corazón latía más rápido aún. Para Emma ese momento fue como un sueño. “ Ahora estamos juntos, ¿verdad?”, le había preguntado la muchachita ingenuamente. “ No sé si podemos.” “ ¿Por qué?” “ Eres mi prima.” “ Sí, pero no en primer grado, por eso creo que se puede.” “ Entonces está bien, pero tiene que ser un secreto.” El día había pasado espléndidamente y nadie se había dado cuenta de nada, ya que Emma y Aiden eran inseparables desde mucho antes. Sin embargo, para Emma ese idilio había durado sólo un día, antes de darse cuenta de que una vez terminado el verano no habría vuelto a ver a su noviecito hasta el próximo verano. “ En realidad, el próximo año yo no vendré más aquí”, le había respondido Aiden, después de escuchar sus preocupaciones. “ ¿Por qué?”, había preguntado Emma tratando de ocultar el nudo en la garganta. “ El próximo año cumplo dieciséis años y el abuelo Giulio quiere que vaya a hacer una práctica en la sede de Seattle durante todo el verano.” Emma se había puesto a llorar desesperada y se había calmado sólo después de que Aiden le había prometido que no hubiera faltado a su cumpleaños número trece. Pero, sólo un par de meses después sucedió una violenta pelea entre Cesare y Giulio, con la consiguiente separación de las dos ramas de la familia. Cuando Emma intentó pedir a su abuelo que invitara a Aiden a su cumpleaños, él se había enojado muchísimo y había amenazado con castigarla, si hubiera osado pronunciar de nuevo ese nombre que ni siquiera era italiano. Habían pasado doce años desde entonces. Doce años de cumpleaños que se habían vuelto más oficiales y formales. Doce años durante los cuales había visto a Aiden sólo unas pocas veces en algún evento organizado por alguna otra persona que más tarde habría conocido la ira de Cesare y Giulio Marconi. Doce años anclada al brazo del abuelo que la mantenía siempre cerca suyo, listo para mantener a distancia a los “Marconi con la M minúscula”, como decía él, y a protegerla de cualquier pretendiente o enamorado que hubiera tenido el coraje de acercarse a la que consideraba más que una hija, sino un verdadero pedazo de su corazón. Tímida e insegura como era, Emma nunca había tenido la necesidad de liberarse de ese control morboso y asfixiante o de ir en contra de los deseos del abuelo y, si eso por un lado le imponía muchas limitaciones sobre todo en el campo amoroso, por el otro la hacía la Marconi más libre de la familia. A diferencia de todos sus parientes, ella había podido permanecer fuera de las cuestiones empresarias, ya que era mujer y no tenía un interés particular por los negocios, como le recordaba a veces el abuelo. “ Con esa carita tan dulce e inocente serías la presa favorita de todos los tiburones de Portland… No, Emma, tu sólo tienes que pensar en terminar tus estudios y buscarte un buen marido que pueda cuidar de ti”, le decía a menudo el abuelo. Lástima que no hubiera sido fácil terminar los estudios de arquitectura y mucho menos especializarse en diseño interior, ya que Cesare odiaba a los arquitectos tanto como a los dentistas y le parecían sólo inútiles, a diferencia de los geómetras y de los ingenieros. Además, no entendía qué sentido tenía estudiar tres años para aprender a decorar un ambiente. “¡Todos decoran su casa y nadie tiene esa especialización absurda que sólo los arquitectos podían inventarse! ¡Qué cosa inútil!”.
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