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La Amante Olvidada del Magnate

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Blurb

Jenna vive el sueño de haber encontrado al hombre de su vida.

Pero, un accidente le arrebata el amor, dejándola sumida en la desesperación y con el corazón roto.

Durante los años siguientes, ella intenta reconstruir su vida pese al dolor de su corazón.

Por ella y… por el hijo nacido de ese amor.

Sin embargo, seis años después, Jenna se encuentra cara a cara con el hombre que creía muerto.

Dante Ferraro.

¿Lo más surrealista?

Dante no solo está vivo, sino que pronto va a casarse, y lo peor de todo es que no recuerda a Jenna, ni sus momentos vividos.

¿Qué pasará cuando Dante descubra que Jenna es en realidad la mujer con la que tuvo una relación años antes?

Y, que hay algo inquebrantable que les une.

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CAPÍTULO 1
*La Amante Olvidada del Magnate* Quien diría que una chica de Boston tendría el valor de atravesar el país y llegar a California. Cuando le di la noticia a mis padres de que quería venir a California se sorprendieron y al mismo tiempo tenían miedo de que yo, siendo su única hija, dejara su hogar. Hace unos meses llegué y ahora estoy trabajando, tengo un departamento que arriendo y estoy conociendo una vida más ajetreada. Sin embargo, también tengo un propósito y es inscribirme en la escuela de arte de la ciudad. Ese es mi principal meta. ―Jenna, tienes comensal en la mesa ocho. Parpadeo y me encuentro con Tania. Tomo la carta y me encamino hasta la mesa con mi mejor sonrisa. ―Hola, bienvenido a The Terrace, mi nombre es Jenna y seré su camarera esta tarde. Dejo la carta y me encuentro con un hombre. Sus ojos oscuros me observan en silencio y puedo sentir el sonrojo de mis mejillas. Arquea una ceja. Niego y me concentro en atenderle lo más profesional que puedo. ― ¿Qué me recomiendas? ―Sin duda le recomendaría la crema de calabaza con vieiras y el rodaballo asado con verduras. ―Bueno, tu mirada sincera y hermosa sonrisa me dice que te haga caso. Me aclaro la garganta. ―Voy a querer también una copa de sauvignon blanc. ―Perfecto, ¿algo de postre? Niega con una sonrisa enigmática. ―Permiso ―murmuro y me aseguro de mantener un pie delante del otro y no hacer el ridículo, ya que puedo sentir sus ojos sobre mí. Proceso la orden en el sistema mientras Brian, uno de mis compañeros, se acerca. ―Esta noche iremos a un karaoke por si quieres acompañarnos. ― ¡Eso sería genial! ―sonrío emocionada. Desvió mi mirada al salón y me encuentro de nuevo con la mirada del hombre de ojos oscuros. De la cocina suena la campanilla y me acerco a tomar la orden. ―Puedes echarme una mano con el vino, sauvignon blanc ―susurro. Él asiente. Me acerco de regreso y dejo la entrada en la mesa. ―Brian le servirá el vino ―digo dando un paso atrás. ―No ―dice en tono seco ―quiero que lo hagas tú. Tengo poca práctica, y por lo general Brian se encarga de hacerlo porque tiene una rutina para eso que a los comensales les encanta. ―Por supuesto― murmuro sin saber por qué el cambio de actitud. Tomo el sacacorchos y corto él presiente. Soy un desastre con esto y sé que lo voy a arruinar. Cuando encajo la punta, comienzo a darle vueltas y luego haciendo palanca con el sacacorchos estilo cola de gusano. Levanto la mirada y me encuentro de cara con Maite, la gerente del restaurante. ―Perfecto ―susurro. Cuando al fin logro sacar escucho que hace un ruido, hago una mueca. Se supone que el descorchado debe ser silencioso. Y, para completar mi faena, he derramado algo del mismo. No pasa mucho antes que mi jefa se acerque, lo sé por el ruedo de sus tacones. ―Señor Ferraro, si me permite. La mujer prácticamente me saca la botella. ―Vete a la cocina, Jenna ―dice en un siseo. Me alejo algo avergonzada de la situación. Maite le dice unas palabras antes de servir. Brian que me ha seguido me mira con pena. ―Lamento como Maite te ha tratado. Niego sin levantar la mirada de la bandeja mientras espero que esté el plato principal del arrogante hombre en la mesa. ―Tienes que ser más delicada y eficiente a la hora de servir ―Maite se acerca sin perder su sonrisa profesional, pero sé que es una arpía. ―Lo siento ―murmuro. ―El señor Ferraro es un cliente poco habitual, pero importante. Cuando el rodaballo está listo regreso a la mesa, pero esta vez mantengo mi expresión seria. El hombre ha dado cuenta de la crema rápidamente, así que retiro el plato de entrada y dejo el principal. ―Provecho. ―No quería que tuvieras problemas ―dice. ―Está bien ―digo sin cambiar mi gesto. ― ¿Qué puedo hacer para resarcirte? Irse a la mierda. No, me corren si digo eso. En cambio, opto por lo más sensato. ―No tiene que resarcirme de nada, señor. ―Dante, me llamo Dante. No me digas señor. Abro los ojos ligeramente antes de negar. ―Permiso. ―Ve a al almacén ―dice Maite cuando regreso ―Brian va a terminar tu mesa. ―Pero… ―Ocuparte de doblar servilletas. ―Sí, señora ―digo en voz baja antes de entrar a la cocina y caminar hasta el almacén. ―Qué idiota ―farfullo a nadie mientras me siento a hacer lo que se me pidió. El resto de la tarde lo paso doblando servilletas y maldiciendo al hombre que arruino mi día. Cuando Brian llega para ir a karaoke porque realmente ya no tengo ánimos y solo quiero ir a casa, bañarme y descansar. Por supuesto, olvidarme del imbécil cliente de esta tarde. Me cambio el uniforme, qué costa de un vestido recto, color n***o y lo guardo en mi bolso para ponerme unos vaqueros, una camiseta de tirantes y encima un cárdigan. Me retoco los ojos y acentuó un poco más lo claros que son y mi cabello cobrizo lo suelto del recogido que suelo utilizar por el día. Salgo del restaurante y avanzo por la acera unos metros antes de que me encuentre al mismo hombre de esta tarde. Está recostado en un coche, me mira con asombro y veo como una sonrisa tira de sus labios. ―Vaya, por poco no te reconozco. ―No sé para qué quiere hacerlo ―murmuro mientras sigo mi camino. ―Siento mucho lo que paso, mi intención no era causarte problemas. Me detengo una cierta distancia. ―Imagine que si hubiese querido ―digo en tono sarcástico. ―Qué te parece si empezamos de nuevo. Se acerca y me tiende la mano mientras los transeúntes pasan y nos ven. ― ¿Por qué? ―Miro su mano frunciendo el ceño ―Porque quiero conocerte. ―Repito, ¿por qué? ―Sabes que más de una estaría encantada de que las quiera conocer. Imbécil. ―Pues, mira tú ―sonrío con sarcasmos ―Anda con ellas. Con eso me alejo y lo dejo parado en medio de la acera. ―Señor, solo me cruzas, pendejos ―murmuro mientras continuo mi camino.  ⭐⭐⭐⭐⭐ Dos noches después estoy agotada y solo quiero dormir como un oso en invierno. Y eso haré mañana en mi día libre. Maite se ha ensañado conmigo y me tiene el ojo puesto. Todo por culpa del idiota del otro día.  Por ejemplo, hoy soy la última en salir, ya que necesitaba que revisara los nuevos menús. Ella dice que es necesario, yo pienso que es una toca pelotas y solo quiere joderme. Tomo mi bolso y salgo por la puerta trasera del restaurante. El callejón por lo general está iluminado, pero esta noche no es así, cuando avanzo unos metros escucho un ruido desde atrás y con sorpresa veo como un hombre se tambalea. ―Hey, preciosa. Apuro el paso y avanzo lo más rápido que puedo para llegar a la calle alumbrada. ―No quieres que nos divertimos un rato. Con el corazón latiendo salgo del callejón y tomo el frente del restaurante mientras el hombre me llama de nuevo. Estoy por cruzar la calle cuando le veo. ¿Podría ser? ― ¡Preciosa! ―grita el hombre, al tiempo que el mismo idiota de hace dos días levanta la mirada y frunce el ceño al darse cuenta de mi apuro. ― ¡Aquí estás! ―digo como si nada mientras me aferro a su brazo ―lamento la tardanza. ― ¿Estás bien? ―inquiere enderezándose. ―Sí. Cuando el hombre ve que no estoy sola da un paso atrás y comienza a caminar en dirección contraria. ―No deberías estar a estas horas sola por la calle. ―Se me hizo tarde en el trabajo―. Murmuro y es cuando me doy cuenta lo cerca que esta y que lo tengo sujeto del brazo. ―Lo siento ―me aclaro la garganta ―Gracias por la ayuda. ― ¿A dónde vas? ―A mi casa. ― ¿Sola? Pongo los ojos en blanco. ―Nací sola. ―Sube ―hace un gesto a su auto. Uno que jamás podría permitirme así trabajara toda mi vida. ―No hace falta. ―Sube al auto, Jenna. No seas cabeza dura. Miro la calle casi vacía y a hombre que recuerda mi nombre. ¿De verdad voy a subir al auto de un hombre que solo he visto dos veces? Abre la puerta y me mira. El solo hecho de pensar tomar el metro a esta hora me da sarpullido. Pero subirme al auto de un extraño... ―Jenna, no voy a hacerte daño ―dice este como si leyera mi mente. ― ¿Quién lo garantiza? Sonríe un poco con exasperación e incredulidad. ―Créeme, no soy un psicópata. Estoy aquí porque vengo en son de paz. ―Que sepas que tengo gas pimienta conmigo ―espeto mientras me acerco ―Vale. Ya entendí ―dice levantando las manos. Subo al impoluto coche y este, rodea el mismo antes de subir detrás del volante. ―Te ves estresada, ¿no quieres ir por una copa? ―No, solo necesitó descansar. Mañana no trabajo así que poder dormir. Me muerdo la lengua. ―Entonces, dime tu dirección. Me rio nerviosa y él me mira sin entender. ―No creo que quieras acercarme de verdad a donde vivo. Mejor llévame a una estación cercana y tomaré el autobús. ―No ―dice en tono serio ― ¿Dónde vives? Le digo y me mira con asombro. ― ¿Qué? Tienes miedo de quedarte sin llantas ―me burlo. ―No te preocupes, déjame donde te diga. ―Es una zona… popular. Mi carcajada resuena en el coche. Tan popular que hace dos días allanaron el edificio y sacaron a unos delincuentes que tenías secuestrado a una mujer de mediana edad. ―Voy a dejarte en tu puerta, no hay discusión. ― ¿Podrías recordarme tu nombre? Me da una mirada rápida. ― ¿No recuerdas mi nombre? Por supuesto que sí, pero me he dado cuenta de que el ego de este hombre es su punto débil. ―La verdad, es que lidio con muchas personas y tengo mala memoria. Asiente no muy convencido. ―Dante ―murmura en tono serio. ―Gracias, Dante ―digo con sinceridad. El trayecto lo hacemos en silencio hasta que se detiene en uno de los semáforos y me mira. ―Bien, Jenna. ¿Qué me cuentas de mí? ―No hay mucho que contar, en realidad. Trabajo en The Terrace desde hace unos meses me encojo de hombros. El semáforo cambia y este continúa entrando al suburbio donde resido. Señalo donde debe dejarme y no me sorprende ver el lugar desierto ―Ya, ¿casada?, ¿comprometida? Le doy una mirada socarrona. ―Te ofreces a llevar a una mujer que no sabes si es casada o comprometida. ― ¿En qué hace la diferencia? ―dice con sonrisa arrogante. Guao, es un egocéntrico. ―Bueno, si yo tuviera a alguien, no aceptaría que un extraño me llevara a casa. Abro la puerta del auto. ―Muchas gracias por traerme. Ante su mirada de incredulidad, bajo y cierro. Me alejo. ― ¡Jenna! ―Gracias por el aventón ―digo mirándole por encima del hombro.  ―Te gusta tener la última palabra siempre, ¿no? No respondo, solo lanzo una carcajada mientras continuo mi camino. Es divertido, nunca antes me había pasado esto con un hombre.

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