El susodicho le miró y negó mientras ingresaba al lugar donde se hospedarían.
— Siempre voy a ser el teniente Miller para usted. Aquí no aceptamos muestras de cercanía de ese tipo entre personas de diferentes rangos.
— No es una muestra de cercanía. Simplemente no todo el tiempo debe ser teniente —Louise se encogió de hombros, pero reiteradamente, el hombre negó.
— Eso solamente llevará a que pierda el mando. Le pido no lo haga.
— Está bien.
— Ahora, por favor —pidió el ojiverde señalándole una de las camas—, arregle sus cosas.
Los minutos pasaron en completo silencio. Ninguno de los dos decía una palabra y el ambiente tenso de más temprano se iba componiendo poco a poco. Pasar tiempo allí iba a ser difícil y Louise lo sabía.
No iba a poder tomarse su café mañanero como estaba acostumbrada o salir de fiesta con sus amigos —notoriamente—, pero de lo que estaba segura era de que no cambiaba aquella experiencia por nada del otro mundo.
Solamente esperaba que no hubiese muchas personas muertas y si las había, no tener que verlas crudamente. Además, que la guerra no se extendiera tanto.
— Señora Davis —volvió a hablar el teniente Miller—, tampoco está permitido el acoso hacia otro compañero por cualquier motivo. Sexualidad, color de piel, posición política o religión. Eso acarreará sanciones disciplinarias. Para su caso... que lo echemos de aquí.
— No se preocupe y le agradezco por eso. Normalmente en estas instituciones es donde más se ve.
— Como le dije —sonrió Miller—, aquí no hacemos eso. No en mi mando.
Luego de eso, la periodista quedó sola en el lugar y se sentó en la que sería su cama. No era parecida a la suya, como ya sabía. Pero estaba bien. Recostó su cuerpo en la misma y luego su cabeza en la almohada para descansar.
El viaje había sido incómodo y si, había dormido, pero no sentía que hubiese descansado lo suficiente para estar completamente activa.
Así que decidió cerrar sus ojos y tomar una pequeña siesta.
***
— Señora Davis... —Louise gruñó y tapó su cabeza—. Señora Davis... despiértese.
Con un suspiro la susodicho abrió los ojos, encontrándose al teniente Miller bastante cerca de su cuerpo.
— ¿Qué sucede?
— Quiero que me acompañe. Es hora de cenar.
Louise asintió y se levantó sintiendo su rostro adormecido. ¿Cuánto tiempo había dormido?
Como si le hubiese leído la mente, su acompañante habló: — Durmió suficiente. Mucho más de tres horas.
Luego, acomodó su vestimenta y salieron los dos hacia el lugar donde todo el mundo debía de estar cenando.
Cuando llegaron, Louise levantó una ceja confundida, no se encontraba nadie allí.
— ¿Dónde están las personas? —Inquirió, encontrando un plato de comida servido. Aún salía humo de este.
— Durmiendo y de guardia.
— ¿Entonces?
— Decidí esperarle —espetó Miller—, no quería que cenara sola y pensara que somos groseros con nuestras visitas.
La cena era espagueti con pollo, ensalada y limonada.
— Gracias por eso. La verdad estoy muriéndome de hambre.
Los dos se sentaron y comenzaron a comer en compañía del otro. La comida era deliciosa y Louise deseaba agradecerle a la persona que la había preparado.
— ¿Quién cocina aquí?
— Cuatro de nuestros hombres. Mañana podría presentarlo a ellos.
— Y dígame... ¿por qué usted es tan diferente?
El teniente Miller frunció el ceño y levantó los hombros.
— No me gustan las injusticias.
— ¿Por qué?
— Porque cuando entré al ejército viví muchas de ellas. No quiero que mis hombres pasen por lo mismo.
Louise estaba intrigada. Tal vez él era de otra religión, otro tinte político... o su familia lo era. Quería preguntarle por qué, quería saber qué injusticias habían tenido que sobrepasar en el ejército y por qué aún seguía allí.
— ¿Puedo preguntar cuáles?
— Señora Davis —murmuró Alexander—, yo tuve que vivir la discriminación en carne propia. Es muy duro y más cuando tienes veinte años.
— ¿Cómo así? ¿Por qué?
— Señora Davis, yo soy musulmán y nunca me avergoncé de decirlo. Por eso.
Sobrecogida, su acompañante le miró. ¿Cómo era posible que aún sucedieran esas cosas? Eso le causaba tristeza. Ella no había tenido que pasar eso en su vida y agradecía al cielo que así fuese.
— Teniente... —susurró mirándole.
— ¿Mhm?
— Yo también he pasado por esas cosas. Por ser mujer me han rechazado de bastantes trabajos.
— ¿De verdad?
— Si…
— Vea —susurró el hombre con una sonrisa—. Ya me estaba cayendo mal y al final, somos algo parecidos.
Louise sonrió y miró el cielo, logrando ver las estrellas hermosas que lo adornaban. Era hora de soltar y vivir las nuevas experiencias que le traía la vida.
Y estaba agradecida por ello.
Durante toda su vida tuvo que aceptar los malos tratos de las personas por el simple hecho de ser mujer. En su casa, la veían como menos frente a sus hermanos, y cuando les había dicho, con tal solo once años, que ella quería convertirse en una de las mejores periodistas del mundo, se lo habían burlado una cara.
“Es trabajo de hombres” le habían dicho.
Por esa razón, ella no era tan cercana a su familia, pero si a uno de sus hermanos que era el que siempre la había defendido cuando era más pequeña y se sentía terrible al escuchar a sus padres decir eso.
Su hermano era chef y vivía un poco mejor que ella, pero de igual manera, siempre había abierto su corazón y su vida a su hermana para que siguiera sus sueños. Por él también estaba allí y se lo agradecía inmensamente.
Siempre se había comportado excelente con ella y le había acolitado todo. Precisamente, cuando ella le comentó que la habían contratado, se pudo dar cuenta que su felicidad era real. No como la de su familia que habían tenido que comerse su lengua por lo que siempre le habían dicho que no cumpliría su sueño.
Ojalá la pudieran mirar donde estaba.
— Ay, teniente —susurró, mirándolo a los ojos—. Puedo decir lo mismo.