Capítulo 2

1152 Words
El día había comenzado y Louise se encontraba llegando a Estados Unidos. Su viaje había sido relativamente rápido ya que había elegido un vuelo de noche y había dormido casi todo el trayecto. Solamente unas cuantas horas tuvo que estar despierta. En Reuters le habían informado que debía irse lo más pronto posible dado que se habían comenzado a dar enfrentamientos entre grupos al margen de la ley y militares en la frontera con Canadá. Si esto no se lograba mitigar en poco tiempo, tal vez Canadá comenzaría a ser partícipe del conflicto interno de su vecino, lo que podía llevar a una posterior guerra entre los dos países. Ella había comenzado a leer noticias mientras esperaba a que le recogiesen del aeropuerto y pudo darse cuenta de que aún nada se había solucionado. Al momento que visualizó el exterior, se dio cuenta que todo era diferente a la última vez que había ido. Claramente los nervios estaban a flor de piel y las calles se encontraban solitarias ante el peligro. Louise tomó de su café y acomodó su maleta de mano. Debía tener cuidado ya que allí tenía sus implementos de trabajo y no estaba en condiciones de comprar algo nuevo. No mientras no le hubieran pagado su primer sueldo. — ¿Señora Davis? —Una voz gruesa se oyó a sus espaldas y la castaña volteó, encontrándose con un militar moreno bastante alto—. Buenos días, soy el sargento Williams. — Buenos días, ¿debo ir con usted? — Sí, tenemos todo listo para que esté con nosotros desde hoy. Louise asintió y siguió aquel hombre. Ella sabía que se encontraría con hombres musculosos y mucho más altos. Así eran los militares... o bueno, así eran los que había visto en reportajes y películas. Aún no había ido a campo para poder decirlo por experiencia propia. Por otro lado, ella tenía un gran respeto por la profesión. Pero también sabía que las Fuerzas Armadas no eran muy consideradas dentro y fuera. Por eso, se había propuesto algo y era que ante las injusticias nunca se quedaría callada. Cosa que hablo con su jefa, antes de irse. — Si llegan a haber violaciones de derechos humanos por parte del ejército estadounidense, te pedimos que no lo hagas noticia, Louise. Puede ser el fin de nuestra cobertura. — ¿Qué? No lo pienso hacer así. — Louise... —suspiró la mujer—... podría significar el fin de las noticias de primera fuente. — Lo lamento, pero yo informaré lo que suceda de parte y parte. Si debo volver sin información, lo haré. Pero no pienso avalar violaciones de derechos. La mujer suspiró y le miró unos segundos. Ella era definitivamente una buena muchacha y no quería que, así como así saliera de la agencia. Tenía mucho talento que especialmente ella, quería explotar. — Está bien, solamente... ten cuidado. Luego de eso, ella había tenido que firmar un acuerdo en el que, si cualquier cosa le sucediese, la agencia no debía de ser comprometida. — Señora Davis, nos encontramos resguardados en Okanogan, Washington. Debemos de estar cerca de la frontera ante los ataques que se están presentando. — Sí, he leído algo. — Bien —asintió el sargento Williams—, nos alegra que esté con nosotros. Será otro ambiente con usted a nuestro alrededor. Louise sonrió y murmuró: — Eso espero. — No se preocupe, estará con el teniente Miller. Él es muy importante e inteligente. — Estuve viendo algunas ruedas de prensa y creo que no es muy simpático. Williams rió y negó repetidas veces. — No, no es muy cariñoso. Es algo serio, pero se acostumbrará. Lo siguiente fue llegar al lugar donde le habían dicho que se encontraría protegida. Eran unas cien personas entre lo poco que se podía apreciar y la piel de Louise se erizó. Sentía que estaba cumpliendo su sueño como profesional. Una mujer uniformada les saludó y pidió que le acompañaran, para encontrarse con el teniente Miller. La castaña la siguió en silencio e ingresó a lo que era parecido a un domo. — Le dejaré, el teniente pronto vendrá. Luego de agradecer, Louise se sentó en una silla y comenzó a revisar las cosas que se encontraban en su maleta de mano. Portátil, cargadores, cámara, grabadora... todo estaba donde debía estar y eso le alegraba. Nuevamente, no estaba en condiciones de pagar miles de dólares por alguna de esas cosas nuevas. — Señora Davis. La susodicha escuchó su voz y levantó la vista encontrándose con unos ojos verdes penetrantes, los cuales le detallaban sin descaro. Querían absorber la mayor información en un primer vistazo de ella. El teniente Miller. La altura de aquel hombre superaba la suya por unos cuantos centímetros. Tal vez quince. Ella mientras, continúo apreciándole. Su nariz era respingada y sus labios delgados, pero bien definidos. Su cabello se encontraba rapado y su uniforme era verde oliva. Se le amoldaba muy bien al cuerpo que poseía. — Buenas tardes —tragó saliva suavemente, luego de mirar sus largas piernas. Definitivamente era un sujeto muy guapo—. Me llamo Louise. — Lo sé. La castaña asintió y se levantó para darle un apretón de manos al que suponía era el teniente Miller. — Mucho gusto. — Igualmente —sonrió de medio lado el hombre—. Soy el teniente Alexander Miller. Comando todo lo que se mueva aquí. Entre ellos... usted. Louise soltó una pequeña risa y suavemente espetó: — Usted comanda sus militares. Yo no soy uno de ellos. Alexander hizo una mueca y se acercó hasta la silla en la que se encontraba la periodista, para sentarse. — Perfecto. ¿Sabe en lo que se está metiendo? — Lo sé. Yo pedí venir. — Y yo acepté que usted lo hiciera. Aquel momento había sido el inicio de una charla tensa, en la que debieron de arreglar temas como viajes, protección y qué podía o no publicar. — La violación de derechos humanos es algo que no permitiré —habló Louise prudente—. No pienso quedarme sin hacer nada si veo que están cometiendo un error. — Nuestro deber es proteger. Nosotros no haremos eso. Va en nuestra moral como grupo. — Bueno, no lo sé… —aceptó no muy convencida. Luego de aquello, decidió conocer todo el lugar. Desde lo que eran las zonas de descanso —y que ella debía compartir con el teniente Miller y otros sargentos—, hasta donde podía hacer sus necesidades. — Aquí debe saber que puede utilizarlo después de las diez de la mañana, hasta las tres de la madrugada del día siguiente. El tiempo que no, es para que militares se encarguen de los desechos. — Muy bien. ¿Las llamadas? — Esas las puede realizar cuando quiera. Como usted dijo, no hace parte de mi mando, entonces no hay problema. — ¿Puedo llamarle Alexander?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD