Casa de la Manada Pure Blood
Aaron estaba caído sobre el suelo, con su cuerpo aún marcado por los impactos de mis puños y el poder de Xander. Ya no sabía cuántas veces lo había lanzado contra las paredes de la casa. No le di ni un segundo para defenderse; solo atacaba al verlo en mi territorio.
—¡Te dije que no te acercaras a Ayla! —gruñí, mi voz llena de furia, resonando como un trueno en la sala—. ¡Te lo advertí, Aaron, y no cumpliste tu maldita palabra!
—¡¿Qué demonios te pasa, Velkan?! ¡He cumplido lo que te prometí! ¡La última vez que me viste cerca de ella fue cuando estaba con Parker! —su voz era difícil de entender entre jadeos y sangre.
—¡Ayla me dijo que le mostraste los sueños donde la asustas y matas gente! —volví a lanzarlo, esta vez contra las escaleras—. ¡Te pedí que no la asustaras! ¡Es mi compañera, y si llega a rechazarme, te juro que te voy a matar, Aaron! ¡Lo juro por la Diosa Luna!
Mis compañeros intentaron controlarme, Ares y Slack me sostenían, pero no era suficiente. La furia en mi pecho me quemaba. Katrina y Mara intentaban levantar a Aaron, mientras él apenas podía mantenerse en pie.
—¡Parker, trae a la súcubo! —gritó Aaron, su voz como un rugido infernal. El chico apareció.
Parker, aterrorizado, apenas tuvo tiempo para moverse, pero antes de que pudiera siquiera intentar un ataque, Mara susurró algo en el aire, palabras de poder que me congelaron al instante.
—¡Tráeme a la maldita demonio, es una orden! —la voz de Aaron se volvió más sombría.
Mi cuerpo dejó de responderme.
Por más que intentaba moverme, no podía, como si la sombra de la magia de Mara me estuviera dominando. Aún podía oler la acritud del aire cuando Parker desapareció, y en un parpadeo regresó con Ayla flotando, dormida, en sus brazos.
La vi con ojos muy abiertos, su cuerpo suspendido por los hilos del hechizo.
—¡Ayla, despierta! —gritó Aaron, su voz más venenosa que nunca. Ayla cayó pesadamente, y él, apenas recuperado, se levantó con dificultad, acercándose a ella—. ¡Despierta, ahora mismo!
El mundo se congeló por un instante. Ayla no parecía humana, sus ojos eran negros como el abismo, y su cabello, tan rojo como la sangre, brillaba con un resplandor enfermizo. Mis sentidos estaban a punto de estallar.
"Mátalo, mátalo." Decía Xander en mi mente.
—¡¿Qué le dijiste a Velkan de mí, maldito súbuco?! —Aaron la tomó por el cuello con una fuerza que hizo que Ayla se retorciera. Sentí la presión en mi propio pecho como si mi corazón estuviera siendo aplastado. Xander quería saltar sobre él y destrozarlo, pero la maldita magia de Mara me mantenía paralizado—. Aun cuando te permito vivir una vida normal, aun cuando te permito seguir con tu hermano muerto, ¿así me pagas la bondad?
—¡Déjala en paz! —gritó Parker, pero fue detenido rápidamente por los demonios de Aaron. La rabia de Parker estaba a punto de estallar, pero ni siquiera él podía enfrentarse a la fuerza oscura de Aaron.
—¡Por favor, suéltala, Aaron! —Katrina intentó avanzar, pero Ares la frenó con un solo gesto.
Mara se mantenía en el fondo, observando, y mi esperanza de liberarme se desvanecía lentamente. Sabía que si no hacía algo pronto, perdería a Ayla.
—Soy el rey del Inframundo, el rey de los demonios, y aunque ella sea la Luna de tu maldita manada, me debe lealtad, y no le permito olvidarlo — Aaron apretó aún más el cuello de Ayla, y pude escuchar un crujir maldito.
El aire se volvió espeso, como si la oscuridad lo estuviera tragando todo.
Las lágrimas negras de Ayla caían sobre su rostro, pero no había nada que pudiera hacer. No podía moverme. La furia, el dolor, todo se mezclaba en mi interior como una tormenta. El poder de Aaron me tenía atrapado, y ni siquiera podía proteger a mi compañera.
—¡Responde, súcubo! —escuché el crujir del cuello de Ayla, y mi corazón se detuvo—. No te permito morir porque no me da la gana. ¡Así que habla!
—Yo... no... dije... nada —Ayla intentaba hablar, pero sus palabras salían entrecortadas. La fuerza de Aaron era demasiado.
Mi vista se nubló por completo. La magia de Mara se colaba en mi mente, dejándo a Xander drogado. Ayla cayó al suelo de nuevo, y Aaron la lanzó contra una mesa. Los vidrios del jarrón de cristal se hicieron añicos con el impacto.
—¡Levántate y dime qué le dijiste a Velkan! —la voz de Aaron resonó como un eco infernal. Estaba jugando con ella, disfrutando de su sufrimiento—. ¡Levántate, súcubo!
Ayla, sangrando de las heridas, luchó por levantarse, su cuerpo temblaba, pero no se rindió. Estaba con un pijama desgarrado, su piel teñida de rojo por la sangre, pero sus ojos nunca dejaron de luchar.
—Solo dije... que veía cosas... en mis sueños... gritos, alas quemadas... por un demonio... me persigue... —tose y la sangre mancha su boca—. Juro que no dije nada más.
—¿Quién es el demonio que viene por ti? —preguntó Aaron, y la tensión aumentó al instante. El aire se volvió más pesado. Yo podía sentirlo. Ella negó con la cabeza, su respiración se aceleraba. Xander rugió dentro de mí, queriendo salir para acabar con Aaron.
—Tu sangre huele a Velkan, súcubo —Aaron sonrió, su mirada fija en mí, desafiante—. Completaron el vínculo de compañeros.
—No le hagas daño, por favor... —Ayla suplicó, su voz era débil y quebrada. Se aferraba a la esperanza de que sus palabras pudieran detener la locura de Aaron—. Solo le comenté lo que vi en mis sueños. Realmente... esto es muy real para ser una pesadilla. Es como mis sueños...
—Puedo matar a Velkan —Aaron la interrumpió, y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. La amenaza era real, lo sabía.
Pero Ayla, con toda su desesperación, siguió resistiendo.
—Prometo morir por él —ella susurró, como si lo dijera en un suspiro, pero su voz estaba cargada de una fuerza que no entendía. Su lealtad a mí era más fuerte que cualquier hechizo.
Aaron sonrió, disfrutando del control que ejercía sobre ella.
—Tienes unas pesadillas muy crueles, Ayla —se acercó a mí, su presencia oscura envolvía la sala como una niebla densa—. ¿Sabes quién es él, súcubo?
—Mi compañero... —admitió Ayla, su voz era tan suave como el viento.
—Es tu salvador. Te salvó de tu destino y fuiste su nuevo destino —dijo Aaron, como si lo estuviera molestando.
Me abofeteó y me sentí como un insecto bajo su bota.
—Esta será la última vez que tengamos esta discusión —Aaron suspiró, pero su voz era más oscura que nunca. Se volvió hacia mí otra vez, su mirada llena de veneno y risas—. No me hagas perder el tiempo, Velkan. No te atrevas a poner en dudas mis verdades.
Ayla cayó al suelo, desmayada por la presión del hechizo que Aaron había lanzado sobre ella. La sala se llenó de un silencio mortal, mientras todos quedábamos paralizados por el poder de su presencia.
Cuando Ayla desapareció con Parker, mi furia se desató. Me transformé en Xander al instante, buscando venganza. Lo dejé en libertad.
—¡Maldito seas, Aaron! —grité antes de transformarme, mientras me lanzaba sobre él, con mis garras desgarrando su piel.
La puerta de la casa explotó, sacandonos al jardín.
—Confía en mí. Soy un buen demonio que es leal a su estúpido mejor amigo —Aaron se burló, como si nada de lo que había sucedido importara.
El odio en mi pecho era tan feroz que solo quería destruirlo. Lo haría. Lo juro. Nadie, ni siquiera él, podría detenerme.
El suelo tembló cuando me transformé por completo.
Sentí cómo mi piel se desgarraba, cómo el pelaje blanco cubría cada centímetro de mi cuerpo, y mis garras perforaban la tierra. Mi lobo, Xander, emergía como una sombra viviente, colosal, imparable. Los ojos me ardían, dorado como brasas encendidas, y un gruñido profundo vibraba en mi pecho, sacudiendo la misma tierra bajo mis patas.
Frente a mí, Aaron sonrió, mostrando los colmillos. Pero no eran de lobo: eran los de un demonio puro. Vi cómo sus alas negras estallaban desde su espalda, bloqueando incluso la luz de la luna. Llamas azules danzaban en sus manos, el aire se llenó de un hedor sulfuroso que quemaba la garganta.
—Vamos, hermano —rugió Aaron, su voz cargada de poder y siglos de oscuridad—. ¡Enséñame por qué eres leyenda!
No lo pensé. Salté. Fui un rayo de odio, directo a su pecho. El muro infernal que levantó estalló en mil pedazos bajo mi embestida. Mis garras chocaron contra sus llamas.
Hundí mis fauces en su brazo. Sentí cómo el músculo se desgarraba, el crujir del hueso me llenó los oídos. El grito que soltó Aaron no fue de dolor. Fue de puro éxtasis salvaje.
Un golpe. Volé por los aires, estrellándome contra un roble que se partió como una ramita seca. Ni siquiera había tocado el suelo cuando Aaron ya estaba sobre mí. Sus ojos rojos me perforaban.
—¡Aguanta! —bramó, hundiéndome un puño envuelto en llamas en el pecho.
Gruñí, retorciéndome. Atrapé su muñeca con las fauces, lo arrastré al suelo. Rodamos, enredados en un caos de colmillos, garras y alas. Arranqué un pedazo de su costado, carne maldita en mi boca. Aaron gritó algo en una lengua antigua. El suelo se quebró bajo nosotros, una g****a llameante nos devoró.
Aullé. Mi voz partió la noche.
Emergí primero, cubierto de cenizas, pero indomable. Mis ojos ardían de odio. Sin darle respiro, me lancé otra vez. Lo vi sonreír, con sangre oscura escurriendo de su boca.
—Eso es, hermano... más, ¡dame más!
Golpeé como una avalancha. El primer golpe lo detuvo con sus alas, el segundo lo hizo tambalear. Salté a su cuello, mordiendo hasta sentir el hueso crujir bajo los colmillos.
Aaron gritó. En su desesperación, conjuró una lanza infernal y me la enterró en el costado. El metal ardía. El dolor me atravesó como un rayo, pero no solté.
Sentí cómo caía de rodillas, las alas agitándose débiles. Su sangre negra manchó el suelo. Ambos jadeábamos, atrapados entre la furia y el agotamiento.
—¿Por qué sigues, Velkan? —murmuró, Aaron, escupiendo sangre—. ¿Qué buscas? ¿Qué es lo que quieres?
Aflojé la mordida, retrocediendo apenas, sin volver a mi forma humana. Lo miré fijamente. Aaron levantó una mano temblorosa, rozó mi hocico.
—Hermano... ¿cuándo fue la última vez que miraste al cielo?
Gruñí, bajo, gutural. Sus palabras me perforaron más que cualquier lanza.
—Es hermoso... incluso para monstruos como nosotros.
Por un instante, el viento llevó lejos el hedor a azufre y sangre. Solo quedó el murmullo de la noche. Pero la paz fue un suspiro apenas.
Dominado por la furia, di el golpe final. Lo lancé al suelo, mis fauces a un suspiro de su garganta. Lo sentí temblar bajo mí... y algo tembló dentro de mí.
Un eco.
Un nombre.
Ayla.
Mi cuerpo se tensó. Los colmillos quedaron quietos a un suspiro de su yugular.
Aaron, entre jadeos, abrió los ojos.
—Ah... ahí está —susurró—. El hombre... bajo la bestia.
Rugí al cielo. Fue un lamento, un gruñido que rasgó la noche. Finalmente lo solté, cayendo de lado, agotado. Sentí mis flancos subir y bajar, cada respiración era una agonía. Volví a mi forma humana.
Aaron rodó a mi lado, riendo débilmente, tosiendo sangre.
—Te dije... que me dieras todo —rió, entre jadeos—. Maldito lobo testarudo...
—Maldito demonio... estás vivo gracias a Ayla.
Ahí quedamos, bajo la luna. Destrozados. Sangrantes. Pero vivos. Por ahora.
Nuestras heridas se empezaron a curar y nuestra pelea finalizó.