Capítulo 16

1859 Words
Punto de vista de tercera persona. Medianoche El silencio pesaba en la habitación como una losa. Las sábanas, empapadas en sudor, se pegaban a su piel mientras Ayla trataba de calmar la respiración. A lo lejos, escuchaba los pasos de Velkan en el pasillo. Su aura era como un suave resplandor dorado, persistente, como si incluso a través de las paredes intentara recordarle: "No estás sola." Pero ella... sí lo estaba. —¿Por qué? —susurró, llevándose las manos al rostro. Las sombras en la habitación se movieron. No era imaginación. No era el viento. Eran reales. De las esquinas, del espejo agrietado, del armario apenas entreabierto... surgieron figuras oscuras, contornos serpenteantes que no tenían forma fija. Voz. Risa. Llanto. Las pesadillas de Ayla no se desvanecían con la luz; al contrario, florecían en la oscuridad. Un estremecimiento le recorrió la columna. —No otra vez... por favor... —susurró, temblando. "Eres nuestra." La voz surgió de todas partes. Grave, rasposa, seductora. El demonio interior que Ayla cargaba no necesitaba cadenas ni invocaciones. Era ella. Era su reflejo. Era lo que velaba detrás de cada sonrisa rota. —No... —sollozó—. Yo soy mía. Yo elegí. Las sombras se arremolinaron. Del espejo, una figura emergió. Ojos vacíos. Alas ennegrecidas. Su propio rostro, pero torcido por el odio. "Elegiste traicionarte." Las lágrimas resbalaron por su rostro. El aura demoníaca surgió de su espalda, desgarrando la camisa que llevaba. Las alas, negras como el abismo, se desplegaron golpeando los muebles, lanzando papeles y lámparas al suelo. El aire se volvió denso, cargado de azufre y electricidad. Un halo púrpura envolvía su cuerpo, delineando cada fibra de poder que bullía en su interior. Afuera, en el pasillo, Velkan sintió el golpe en el pecho. El vínculo vibró con fuerza. Se apoyó contra la pared, cerrando los ojos, al sentir tan profundo dolor en él. —Ayla... —murmuró—. No caigas. Estoy contigo. Aaron, al otro lado del pasillo, abrió los ojos. Sus pupilas brillaron como zafiros. —¿La sientes? Estoy al límite, no puedo dejarla así, Aaron... —Velkan, déjala —dijo Ares, apoyando una mano firme en su hombro—. Si entras ahora, la romperás. Si confías en ella, déjala luchar. Pero cada fibra del Alfa rugía por irrumpir en esa habitación. Dentro, Ayla cayó de rodillas. Las sombras se retorcían a su alrededor, como serpientes danzantes. El reflejo del espejo extendió la mano. "Entrégate. Solo así dejará de doler." Ella tembló. El suelo crujió. Las paredes sudaban magia negra. El aura demoníaca se alzó en un estallido que sacudió las ventanas. Y entonces... un destello. El hilo de plata invisible que ataba su alma a Velkan titiló, tirando suavemente de su pecho. Era como una caricia en la oscuridad. Como un susurro en medio del caos. "Estoy aquí." Escuchó la voz de su compañero. Ayla alzó el rostro, jadeante, con los ojos inundados de lágrimas. —Velkan... —susurró. Las alas negras parpadearon. El aura púrpura vibró. El reflejo del espejo gritó de rabia antes de quebrarse en mil pedazos. Las sombras se disiparon como humo arrancado por el viento. Afuera, Velkan apretó los puños, liberando un suspiro tembloroso. Aaron sonrió apenas. Ares cruzó los brazos. —Una noche más, Alfa. Una noche más que te ha elegido a ti, sobre sus propios demonios. Dentro de la habitación, Ayla se desplomó entre las sábanas, agotada, jadeando como si hubiera corrido una maratón entre la vida y la muerte. Por primera vez en mucho tiempo, entendió que no estaba luchando sola. Que incluso las cadenas del infierno podían vibrar al ritmo del amor. *** Ayla El silencio es un cuchillo que me corta en mil pedazos. Estoy tumbada sobre las sábanas revueltas, temblando, con el pecho ardiendo y la respiración hecha un desastre. Mis alas... aún puedo sentirlas latir bajo la piel, negras y monstruosas, aunque ya no están desplegadas. Las sombras se han ido, pero han dejado marcas, cicatrices invisibles que queman por dentro. Cierro los ojos. "Velkan..." Su nombre danza en mi mente como un ancla. Es el único sonido que me mantiene atada a esta realidad, cuando lo único que quiero es hundirme, desaparecer, dejar de pelear. Siento su aura al otro lado de la puerta: es como un sol contenido, furioso, devorándose a sí mismo por no irrumpir aquí. Un hilo de plata nos conecta, latiendo entre mi pecho y el suyo. Me tiembla la voz al llamarlo. —Velkan... El golpe en la puerta es sutil, casi un roce. Sé que está ahí, conteniéndose. —Ayla... déjame entrar, por favor. Sus palabras son un rugido contenido. No lo escucho solo con los oídos, lo escucho en la sangre y en el alma. Me incorporo a medias, con un gemido bajo. Me duele todo. Pero más que nada, me duele el vacío que dejó la oscuridad al marcharse. —Entra... —susurro. Apenas puedo hablar. La puerta se abre antes de que termine de pronunciarlo. Y ahí está él. Velkan llena el umbral como una tormenta hecha carne. Su cabello oscuro cae desordenado, sus ojos... esos ojos con hetrecromía que parecen atravesar el mundo, me buscan con una urgencia salvaje. La marca de Alfa arde en su piel, líneas luminosas recorriendo sus brazos, vibrando con su poder en silencio. Se acerca a mí en tres pasos. No sé quién cruza primero la distancia, si él o yo. Solo sé que, cuando me envuelve entre sus brazos, todo en mi interior se desmorona. —Shhh... estoy aquí, mi pequeño ángel. Estoy contigo —su voz raspa mi oído como una promesa rota. Hundida en su pecho, siento su aura envolverme. Es calor. Es fuerza. Es todo lo que no soy cuando me rompo. Y, no quiero rechazarlo. Es mucha paz, para la tormenta que llevo dentro. —Pensé... pensé que no lo lograría esta vez... —mi voz se quiebra, en un sollozo que odio. Velkan aprieta los brazos a mi alrededor, como si pudiera sostenerme por dentro. —Eres más fuerte de lo que crees, Ayla. Aunque no lo veas. Aunque el demonio te susurre lo contrario —su aliento me calienta la sien—. Y si caes... yo voy contigo. Un escalofrío me recorre. Porque sé que es cierto. Porque sé que si me pierdo, él saltaría tras de mí al abismo. Levanto el rostro, apenas con fuerza. Sus ojos están encendidos, brillan con esa luz dorada que siempre me desarma. Con esa intensidad que no merezco. —Tengo miedo, Velkan... de mí. Él me toma el rostro entre las manos con cuidado, como si pudiera quebrarme. Su pulgar roza mi mejilla y limpia el rastro de lágrimas. —Yo no —su voz es un trueno. Un voto. Un desafío al mismo infierno—. Yo creo en ti. Y si el demonio vuelve... tendrá que pasar por mí primero. Un jadeo se escapa de mis labios. La energía que nos envuelve se condensa, chisporrotea. Es el vínculo. Es lo que nunca pedí pero que está ahí, latiendo como un tambor ancestral. Afuera, sé que Aaron y Ares sienten el pulso de poder. Lo sé porque escucho el eco de sus auras, vigilantes, tensas y preparados para cualquier cosa. Ellos también sostienen el equilibrio de esta noche. Pero aquí, en esta habitación, solo somos Velkan y yo. Y el demonio en mi pecho que, por un instante, se queda quieto. Cierro los ojos. Me hundo en el calor de sus brazos. Y, por primera vez en tanto tiempo, dejo que alguien más me sostenga. El aire de la habitación estaba impregnado de su esencia. Oscura, masculina y salvaje. Cada rincón, cada sombra, cada mota de polvo olía a Velkan. Mi piel vibraba, cada célula ardiendo mientras lo sentía detrás de mí, tan cerca que el calor de su cuerpo rozaba mi espalda. —Ayla... —su voz era un gruñido grave, rasgando el silencio como una caricia afilada. Me giré despacio, encontrándome con esos ojos hermosos, que brillaban como brasas encendidas. Sus pupilas eran delgadas, de lobo, y la tensión en su mandíbula me decía que estaba a un latido de perder el control. Pero yo tampoco era inocente, porque quería seguir pecando con él. Sentí cómo mi propia oscuridad se agitaba bajo la piel. Las sombras danzaban en las paredes, mi aura vibraba en un pulso que hacía crujir el aire. Mis alas, negras como la noche, destellaban apenas visibles, extendiéndose a medias como un suspiro peligroso. —Mírame, Velkan... —susurré, sintiendo mi voz cargada de todo lo oscuro y nada puro, algo que había intentado negar demasiado tiempo. Sus ojos se agrandaron apenas un segundo. Un destello de reconocimiento, de hambre pura y animal. Entonces me tomó. Sus manos me agarraron de la cintura con fuerza, estampándome contra su pecho. Sentí sus labios devorar los míos, ásperos y exigentes. Mi espalda chocó contra la cama, y el frío de las sábanas, me arrancaron un gemido que él devoró con la boca. El peso de su cuerpo me atrapó, haciéndome sentir pequeña y poderosa a la vez. Mis piernas se enroscaron alrededor de su cintura por puro instinto, mi cuerpo buscándolo, reclamándolo. —Mía —gruñó, y el sonido retumbó en mi pecho, en mi vientre, y en mi maldito corazón. —Sí... tuya... —jadeé, sintiendo cómo el vínculo ardía entre nosotros, latiendo fuerte e innegable. Cuando me empujó contra la cama, apenas tuve tiempo de respirar antes de sentirlo sobre mí, dentro de mí, rompiéndome y reconstruyéndome al mismo tiempo. Mi aura estalló, oscura, poderosa, y las sombras llenaron la habitación como un manto vivo. Mi espalda se arqueó, un grito rasgó mi garganta mientras lo sentía moverse, profundo e implacable. Mi piel ardía, mis garras arañaban su espalda, marcándolo como él me marcaba a mí. —Velkan... —su nombre salió como un rezo, como un gemido quebrado. Su lobo rugía en su pecho, vibrando entre nosotros, y lo sentí perderse, hundirse y al fin encontrarme. Entonces lo supe. El hambre, el vacío, el eco roto en mi pecho... todo eso era por él. Solo por él. Siempre había sido por él. Yo lo necesitaba con tanta intensidad, sin saberlo. Mi cuerpo tembló, mi corazón estalló, y sin pensarlo, sin detenerme, hundí mis colmillos en su cuello. El sabor de su sangre fue fuego y cielo, un latido eterno que me atravesó. Velkan gruñó, un sonido gutural y primitivo. Su lobo explotó en un aullido mental que hizo temblar las paredes. Me aferré a él, hundiéndome en ese calor brutal, sintiéndome desgarrada y completa a la vez. Cuando nos derrumbamos, sudorosos, jadeantes, con su frente apoyada en la mía, supe que ya no había marcha atrás. —Mía... mi Luna... —susurró, calmando su respiración. —Mío... mi Alfa —murmuré, sellando el destino que había estado escrito mucho antes de que nuestras almas se encontraran. Y en la penumbra, entre los latidos desbocados y el sabor de su piel, sentí por primera vez en siglos lo que era estar en casa. Velkan era mi hogar y no lo iba a dejar.
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