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El corazón de la reina

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Tras haber luchado contra el mundo para restaurar su trono y liberarse del dominio de los reinos vecinos que conformaban “La Alianza”, la reina Aurora y el señorito Janoc viven felices en el palacio real y planean casarse para gobernar juntos el país. Pero la Corte considera que, lo mejor para la joven monarca, es que pueda contraer nupcias con un príncipe o noble de otro reino con el que pueda fortalecer lazos entre naciones. Debido a la presión, Aurora accede a conocer a sus candidatos, mientras que Janoc se embarca en una misión para obtener su título de príncipe y así ser el único dueño del corazón de la reina.

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Capítulo 1. El chico que conoció a un príncipe
Janoc estaba recorriendo el patio del palacio en una tranquila mañana de verano. Quería pasar el tiempo con ella, pero se topó con un par de guardias muy amigables que, gentilmente, le explicaron que se encontraba en una importante conferencia y pidió que no la molestaran. - La reina Aurora está recibiendo la visita de un monarca muy importante de uno de los reinos – dijo uno de los soldados - Ah, ya veo – dijo Janoc, un poco decepcionado - ¿Y puedo saber quién es? - Es el rey Zuberi del reino del Oeste – le explicó el otro soldado – Según escuché, su nación es pionera en el mercado de diamantes y busca cerrar negocios con nuestra reciente restaurada nación. - Al menos la reina del reino del Oeste era bastante benevolente con nuestra gente – dijo su compañero – las monarcas de los demás reinos de la ex Alianza fueron peores que los demonios. - ¡Uy! ¡No lo digas en voz alta! – le advirtió el soldado – mira que la mismísima reina Nadelina acaba de llegar y está residiendo en el palacio. - Ya no es una reina, según las fuentes. Acaba de abdicar y, ahora, se la pasa viajando con su hermoso y joven esposo por todos los reinos del continente Tellus. - En verdad Aurora tiene mucho tra… - comenzó a decir Janoc, pero, de inmediato, se tapó la boca y se corrigió – perdón, es “reina Aurora”. - ¿Eh? ¿No se supone que son novios? No le veo el problema que la llames por su nombre, como antes – le dijo el soldado. - ¡Sí! Pronto te casarás con ella. ¿No? – continuó su compañero – cuando te cases, serás un príncipe y podrás apoyarla en su mandato. Así es que te aconsejo que estudies mucho, porque es un cargo muy importante. - ¡Cierto! ¡Al fin tendremos nuestro propio príncipe! Pase lo que pase, lo apoyaremos, señorito Janoc. - Gracias por el apoyo – dijo Janoc, sonriente – Siempre recordaré sus palabras. Ya que Aurora estaba muy ocupada, decidió no molestarla y seguir recorriendo el palacio. Sin embargo, la extrañaba. Y es que, desde que asumió el rol de reina, estaba muy ocupada. Casi no tenían tiempo de verse y él, al no ser un noble ni burgués influyente, no tenía mucho que hacer más que estudiar. - Le prometí a Aurora que retornaría a mis lecciones de lectura – se dijo Janoc – me agota leer, pero si con eso logro ayudarla en los papeleos cuando nos casemos, haré el esfuerzo. Por suerte llevaba consigo su libro de prácticas, con el cual practicaba las lecturas en voz alta. Ya leía fluido, pero todavía le agotaban los textos largos. Hasta hace poco, se las arreglaba con notas cortas y folletos de pocas páginas. En eso estaba cuando vio que, bajo un árbol de naranjo, un chico de edad similar estaba leyendo un extenso libro grueso. El niño era de estatura baja, tenía los cabellos largos y ondulados, vestía una túnica negra con detalles dorados en las mangas y su piel era tan pálida que parecía moldeada con nieve. Por su vestimenta y su pelo, dedujo que era de otro país ya que no era común que un chico luciese de esa forma. Se acercó a él, y señalando el libro, le preguntó: - ¿Qué lees? El muchacho, al verlo, pareció entrar en pánico porque saltó y abrazó su libro hacia su cuerpo. - Tranquilo, no te haré daño – le dijo Janoc – solo quería saber qué estas leyendo. Tras un breve silencio, el chico respondió: - Le… leo un li… libro so… sobre e… este país… - ¿Por qué estás tan nervioso? – le preguntó Janoc. El niño respiró hondo y respondió: - Soy tar… tartamudo. - ¡Ah! ¡Disculpa! – dijo Janoc, sintiéndose estúpido por unos instantes. - No te pre… preo… preocupes – dijo el chico, con una leve sonrisa – pu… puedo leer flu… fluido. - ¿En serio? – preguntó Janoc. El muchacho abrió el libro y leyó la primera página, con tanta fluidez que impresionó a Janoc. - El reino del Sur siempre se caracterizó por sus recursos naturales. Se cree que es por estar situado casi al trópico de capricornio ya que, hacia el norte del país, predomina un clima más cálido. En los primeros tiempos en que emergió el continente Tellus de las profundidades del océano, las personas que sobrevivieron a la debacle de la civilización humana del “Viejo Mundo” formaron aquí las primeras tribus que adoraban a las serpientes y al viento. Las primeras reinas contrajeron nupcias con los hijos de los jefes para unificar las tribus y, así, mantener controlados a los hombres que fácilmente sucumben a sus instintos, evitando el retorno a los tiempos prehistóricos. El niño hizo una pausa, volvió a respirar hondo y, mirando a Janoc, le dijo: - Me gu… gusta tu pa… país. - ¿Entonces no eres de aquí? – preguntó Janoc - ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? El niño estuvo a punto de responder cuando se acercó la condesa Yehohanan hacia ellos, diciendo: - ¡Brett! ¡Te estaba buscando! - ¿Lo conoces? – le preguntó Janoc. - Ah, hola Janoc – le saludó Yehohanan – Sí, lo conozco. Él es el príncipe Brett del reino del Este. - ¿¡¿Un príncipe?!? Janoc abrió la boca de la sorpresa y se sintió aún más estúpido al percatarse de que trató a un príncipe como si fuese un chico ordinario. De inmediato, se inclinó hacia él y le dijo: - ¡Di… disculpa, su majestad! - No te pre… preocupes – le respondió Brett – Me gu… gustó hablar contigo. - Vamos, Brett – le dijo la condesa al príncipe – tu hermano te está esperando. Adiós, Janoc. - Adiós, señora. Adiós, majestad – dijo Janoc, inclinando la cabeza. Cuando se marcharon, Janoc siguió pensando en ese chico. Era la primera vez que hablaba con un príncipe y, poco a poco, recordó que había escuchado por ahí que algunos de los príncipes del reino del Este fueron traídos por el príncipe Rhiaim al país, luego de que éste se viera forzado a casarse con la condesa Yehohanan para mantener la alianza entre naciones. Y, hace poco tiempo, escuchó que la ex reina Nadelina también quiso copiar ese ejemplo solicitando a Aurora que le cediera un par de nobles que quisiesen casarse con las princesas del reino del Norte. “Entonces la Alta Sociedad se maneja así”, pensó Janoc. “Ellos no se casan por amor, sino para mantener la paz entre los reinos. La verdad… suena muy triste eso”. Tras entretenerse un rato más en el patio, se aburrió y decidió regresar a su dormitorio. Por el camino pasó cerca de la oficina y encontró la puerta entreabierta. Decidió hacerle una visita sorpresa a Aurora, por lo que entró y estuvo a punto de gritar “¡Sorpresa!”, cuando la vio discutiendo con un par de nobles pertenecientes al Consejo. - ¡Esto es inaudito! – escuchó que les decía Aurora - ¡Janoc me apoyó y fue el primero en creer en mí cuando no era nadie! ¡No le daré la espalda! - Entiende, su alteza, que no es el indicado para ser su esposo – le dijo uno de los nobles, que lucía una pechera dorada y un par de lentes cuadrados – una reina de su categoría no debería casarse con un plebeyo. - Y debido a esta larga década sin trono, debe contraer nupcias con algún noble o príncipe de uno de los reinos vecinos – dijo una mujer, vestida de n***o y quien lucía una vincha de plumas rosadas – ya que no hay ningún noble de su edad o que, al menos, ronde cerca de los veinte años. - Marqués Remo, duquesa Sara, les digo por última vez: el hombre que amo es Janoc. Y, para mí, él es un príncipe de corazón. Janoc decidió marcharse. Por suerte, ninguno pareció haberse percatado de su presencia. El corazón del muchacho comenzó a agitarse al saber que no todos los nobles aprobaban su relación y que harían lo que fuera para separarlos. “Aun cuando me ame, no pertenecemos al mismo mundo”, pensó Janoc, con angustia. “Incluso cuando vivíamos en esa estancia, yo era su criado y ella era la “hermana” de mi patrona. ¡Nunca estuve a su altura! ¿De verdad fui tan ingenuo al creer que, ahora que es una reina, podría pararme dignamente a su lado como su novio?” Volvió a recordar al príncipe Brett. Él si era un príncipe auténtico y, a pesar de su tartamudeo, leía con fluidez aquel libraco que contenía la historia del reino del Sur. Incluso su porte era bastante elegante y sus ropas lucían impecables, como si lo hubiesen preparado con tanto cuidado para lucir como un muñeco de porcelana. “¿Será que los de la Corte querrán que ese príncipe se case con Aurora?”, pensó Janoc, abrazando su libro. “Luce bien y parece educado. También explicaría el porqué visitó el palacio. En ese caso debería… ¡No! ¡No pienso rendirme! ¡Lucharé para ser yo el único que pueda quedarme con el corazón de la reina!” Con eso en mente, regresó al jardín y abrió su libro, dispuesto a leerlo completo hasta memorizar su contenido. ………………………………………………………………………………………………………………………………………………….. Aurora se encontraba triste porque no veía a Janoc desde hace mucho tiempo. Él estaba con los estudios y, ella, con su trono. Además, debía lidiar con los nobles del Consejo que desaprobaban su relación y le exigían, día tras día, que aceptara a un noble o príncipe de un reino vecino para “tomarlo” como un trofeo de guerra y símbolo de restauración del país, liberándolo del yugo opresor impuesto por los tres reinos de la Alianza que mantuvieron el control del reino durante diez largos años. Tras la siguiente reunión que tuvo luego de cerrar negocios con el rey Zuberi, se encontró con varios otros nobles que volvieron a repetirle el tema. Por suerte también estaba ahí el barón Orestes, quien fue el primer noble que la ayudó a restaurar el trono y unificar a los nobles de la Alta Sociedad para que la guiaran al renacimiento del país. Otro noble que estaba a favor de la relación era el duque Rómulo, solo que él consideraba que Janoc debía hacer una misión para obtener su título de príncipe y, así, poder casarse con Aurora. - No todos los príncipes son de “cuna” – argumentó el duque Rómulo – algunos obtienen el título tras completar una misión digna que lo lleve a ganarse el corazón de una reina. - Pero eso no contribuiría a fortalecer la relación entre naciones – insistió el marqués Remo – la reina debe aprender a dejar el amor a un lado y elegir lo que le conviene para su nación. - No le veo nada de malo que la reina Aurora se case con Janoc – dijo el barón Orestes – él es un chico valiente y está dispuesto a protegerla con su vida. Soy testigo de eso. - En ese caso, podemos ver alguien que le ofrezca el doble de protección – intervino la duquesa Sara – alguien que le sea leal, obediente y que en verdad sea un príncipe de cuna. No hay que buscar mucho, los del reino del Este nos la pusieron muy fácil. La duquesa hizo una señal con el dedo y, en la sala de reuniones, entró el príncipe Brett. El muchacho lucía sus cabellos recogidos para mostrar su rostro, el cual reflejaba mucho nerviosismo por estar expuesto ante tantos ojos en una nación extranjera. A lo lejos se encontraba su hermano mayor, el príncipe Rhiaim, quien lo acompañó para supervisarlo. El príncipe Brett caminó hasta situarse a unos metros de Aurora y saludó: - Bu… bue… buenos días, ma… majes… majestad. - ¿Brett? ¿Qué haces aquí? – preguntó Aurora. Sin esperar a que el muchacho respondiera, la duquesa Sara le dijo: - Los príncipes del reino del Este son considerados los “esposos perfectos”. Y es porque se les cría para vivir única y exclusivamente de sus dueñas. Así es que, si te casas con él, podrás hacerle lo que quieras. - ¿Lo que quiera? – preguntó Aurora, sin comprender. - ¡Así es, majestad! – continuó la duquesa Sara – los príncipes son trofeos, meras monedas de intercambio para forjar alianzas entre las familias de la nobleza. Y los del reino del Este ni siquiera poseen voluntad propia. ¡Responden a sus instintos! Por eso, son controlados y mantenidos por sus dueñas a cambio de servirlas. - Usted dijo que no le agradaba el príncipe Rhiaim, ¿no? – intervino el marqués Remo, mostrando una sonrisa maliciosa - ¿Qué tal tomar a su hermanito como esposo para desquitarte con él? Aurora miró de reojo al príncipe Rhiaim, quien mantenía una expresión neutra, pero tenía los puños apretados. Luego, miró al príncipe Brett, quien lucía bastante apesadumbrado por la humillación que recibía de la Corte del reino del Sur. En eso, se levantó y dijo: - ¡No! El príncipe Brett no es el príncipe Rhiaim. ¡Son dos personas distintas! Y no veo aquí un trofeo, sino un pobre muchacho que necesita ayuda. No voy a forzarlo a casarse conmigo porque sé que él no lo desea, así como tampoco me uniré a él en matrimonio porque no es la persona que amo. Aurora se acercó a Brett, apoyó una mano sobre su hombro y le dijo: - Brett, si alguien osa lastimarte, me encargaré de que esa persona reciba su castigo. Así es que no tienes nada que temer. Ve con tu hermano y regresen juntos a su casa. - S... sí… su… ma… majestad. Brett se acercó rápidamente a Rhiaim, quien lo tomó de la mano. Juntos, salieron de la sala de reuniones, en silencio. Un par de minutos después, mientras caminaban por los pasillos, Brett le preguntó a Rhiaim: - ¿Co… cómo lo hi… hice? - Lo hiciste bien, Brett – dijo Rhiaim, con una media sonrisa – descuida, no permitiré que te obliguen a casarte con la reina. - Ella me… me dijo que no soy un tro… trofeo… - Y no lo somos. Por eso debemos trabajar duro para que nunca más nos traten de esa manera. Brett asumió con la cabeza y sonrió. A pesar de que lo rechazó, la reina Aurora lo respetó como una persona y eso le embargó de una calidez tal que nunca creyó que sentiría en su vida. Por su parte, su hermano mayor se sintió culpable por haber cedido a exponerlo ante la Corte siendo tan joven. Tuvo tantos deseos de aniquilarlos a todos ahí mismo, pero se contuvo y respetó la decisión de su hermano, de dejarle su espacio para lidiar con el conflicto por su cuenta. Janoc, quien estaba en el patio, los miró desde lejos. De inmediato, le vino el el temor de que la Corte hubiese asignado a Brett como el nuevo novio de Aurora. Su corazón se hizo trizas y el libro que tenía en sus manos cayó al suelo, despegándose el lomo y esparciéndose las hojas por el césped.

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