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2379 Words
Mi rutina durante la semana era siempre igual. Me di una ducha rápida y no pude no quedarme embobada frente al espejo por mi apariencia. Los pechos hinchados y el vientre abultado me sentaban bien y a mi me gustaba. Muchas veces pensaba en mis padres y en qué pensarían ellos si me vieran de esa forma. Me hubieran apoyado y yo no lo dudaba. Quería ser tan buena madre a como ellos fueron conmigo. Lo sería. Lo fui.  Después de la ducha  y de vestirme con un vestido veraniego verde, me hice un desayuno con algo de masa de tortitas que me quedaba en la nevera y ante mi rechazo al café durante el embarazo, me limité a un vaso de leche fría. Ya no podía desayunar deprisa como solía, si lo hacía me entraban nauseas y terminaba vomitando todo, a si que me tomaba unos largos minutos desayunar y prepararme para irme. Me calcé mis zapatillas de tela y metí todas mis cosas en un pequeño bolso blanco antes de cerrar toda la casa y empezar a andar. Tenía coche, bueno, teníamos, Gemma y yo compartíamos el coche que era de su padre pero desde el embarazo Gemma me lo solía dejar a mi. Pero como era verano y el estudio de tatuajes no estaba tan lejos, daba un paseo bajo el agradable clima de las mañanas. Sólo era media hora caminando, cuarenta si me entretenía con un paseo mucho más lento, pero lo disfrutaba, así le dejaba el coche a Gemma para irse dónde quisiera con Dann.  Me llamó cuando salí a la carretera principal y caminaba por el camino de tierra de camino al trabajo. En la carretera sólo estaba el estudio y un par de pubs industriales. Allí solían ir los adolescentes a jugar con las mesas de billar y los dardos.  —Coge el coche —me regañó.  —Me gusta andar, y me viene bien porque me voy a poner como una ballena con el embarazo.  —Me estresas, Anne.  Puse los ojos en blanco y fui sacando las llaves del estudio mientras.  —Tú me estresas a mi —dije riendo. —Voy a salir con Dann al cine, llámame si pasa algo. —Vale... —respondí en un suspiro que la hizo reír. —¡Ten cuidado en tu día, primita! Te quiero.  Sonreí.  —Igualmente, te quiero.  Siempre abría el estudio y organizaba las citas y las agendas de los dos tatuadores que trabajan, después, me ponía a responder mensajes del correo electrónico del estudio. Ese era mi trabajo. Sobre las doce de la mañana llegaron, era lo bueno y es que nadie se iba a tatuar a primera hora de la mañana, eso me encantaba porque nunca tenía que madrugar.  —¡Buenos días! —me saludaron.  El jefe tenía unos cuarenta años y estaba tatuado hasta las cejas y los dedos de los pies; sin embargo, Orlin a penas tenía un par de pequeños tatuajes y costaba adivinar que era tatuador a sus también cuarenta años. Sólo éramos los tres pero el negocio así iba bien.  —Hola —saludé, y les di sus agendas.  El día empezó bien y cuando todavía no llegaban sus siguientes clientes, salían a ver que todo me fuera bien.  —¿Qué tal ese bebé hoy? —me preguntó el jefe con una sonrisa cuando salió a por agua de la máquina.  Me acaricié la tripa sobre el vestido.  —Va bien, de momento se porta genial.  Me sonrió y volvió a lo suyo. Por suerte en verano no hacíamos mucho porque la gente no se tatuaba tanto y a las ocho ya estaba de vuelta a casa. Estaba cruzando la plaza cuando lo vi. Estaba haciéndose el guay con otros dos amigos suyos y esa forma suya de ser era algo que pensaba que amaba, hasta que me di cuenta de que era ridículo. Veinticinco años de pura inmadurez. Eso es lo que era Jake.  Su presencia no me molestaba, ya me era indiferente, por eso no cambié mi ruta y atravesé los jardines como si nada. No pensé que después de todo, de abandonarme con el embarazo y de no hablarme por meses, se atrevería a dirigirme la palabra de nuevo. Hasta sus padres me rehusaban la mirada. Pero pasó.  Escuché como crujía la grava del suelo y noté como me agarraba de la muñeca. Giré bruscamente ante su tacto y arrugué el ceño. ¿Quién se creía que era?  —¿Qué quieres? —solté.  Él levantó las manos.  —Hablar, ¿o es que no puedo?  —No es que no puedas, es que no me interesa que lo hagas.  Soltó un resoplido y se quitó el pelo rubio de la cara. También solía gustarme, éramos tan iguales o yo creía que lo éramos. Visto lo visto decidí girarme y seguir mi camino a casa.  —¿Quiénes eran esos? —me pregunta de repente.  No me lo podía creer. Frené y me giré con el ceño incrédulo.  —¿Perdona? —dudé—. ¿Me estás vigilando?  —¿Quiénes eran? —me pide de nuevo de una forma mucho más dura. Ni siquiera fue así cuando estábamos juntos. —No te importa —sentencio—. Llevas sin hablarme meses, ¿puedes seguir así? Porque es ridículo que vengas ahora a controlarme.  No di ni dos pasos lejos de él cuando me agarró por el codo y me hizo girar con tanta fuerza que me hizo tropezar. Jake era de mi estatura, y era delgado porque en el instituto hacía atletismo, empecé a salir con él justo cuando terminamos y los dos nos vimos aquí porque él no quería ir a la universidad y yo no tenía forma alguna de ir. A él todo se lo daban sus padres y no conocía lo que era esforzarse por nada porque yo me dejé en bandeja para él.  —¿Ya tienes nuevo novio?  —Si lo tuviera, no es de tus asuntos. Suéltame, Jake.  —¿Te quiere con el extra? —preguntó, y miró mi vientre que se notaba abultado con mi vestido.  Apreté los labios. No iba a seguirle el juego y se cansaría de estar allí, me dejaría y con suerte de camino a su casa Gemma le daría un toque con el coche.  Escuché la grava crujir de nuevo a mis espaldas y Jake levantó la mirada y tragó saliva. Ver la mirada de terror que se le puso me hizo sentir increíblemente superior a él.  —¿Todo bien? —a penas la escuché supe de quién venía. De un chico no muy hablador con pintas de arrancarte la cabeza del cuerpo en un movimiento. Isaac tenía esa voz grave que sonaba pausada y daba escalofríos. Como si relatara una historia de terror y suspense con cada palabra.  Jake me soltó y se le abrió un poco la boca. Pude echarme atrás y me agarré a la tira de mi bolso viendo como Isaac le mataba con la mirada. Para no conocernos me agradaba y me caía bien por sólo haberme ayudado.  —¿Tienes algún problema? —le preguntó de nuevo, y se llevó el cigarro a los labios soltando el humo.  Le sacaba dos cabezas a Jake y el otro tuvo que levantar la cabeza. Arrugó los labios y me pasó las manos por su polo blanco negando con la cabeza.  —No —respondió intentando no sonar afectado—. Sólo estábamos hablando. Isaac asintió.  —No me parece que ella quiera hablar contigo, a si que no la estés jodiendo. No me hagas repetírtelo.  Jake asintió, pero se encogió de hombros siendo indiferente y pegó la vuelta volviendo por el camino. Menudo idiota.  Cuando se alejo, solté un suspiro y me giré encarando a Isaac. Ya me miraba y lanzó su cigarro al suelo.  —Gracias por eso. Ya dije que era un inútil.  Asintió con la cara seria. Descubrí que tenía la mandíbula apretada y movía los dedos como si destensara los nudillos.  —¿Estás bien? —me preguntó, y yo asentí—. ¿Vas a tu casa?  —Ummm... sí. Vengo de trabajar —ni siquiera sé porqué di explicaciones.  —Vamos —dijo él, y echó a caminar—. Te acompaño. Acepté aquello porque extrañamente me sentía de lo más cómoda con él. Todo ello a pesar de que no abrió la boca durante los primeros minutos. —Y, ummm... ¿qué tal los primeros días aquí? Aunque mi prima se roba a vuestro amigo.  Me echó una mirada y no esperé mucho que me contestara.  —Está bien salir de la ciudad. Los otros dos se han ido a hacer turismo rústico.  —¿Y tú?  —Me he despertado tarde —contestó. Asentí ampliamente. Seguimos en silencio gran parte del camino y cuando las llaves me tintinearon al sacarlas del bolso. Se quedó en la acera frente casa y me supo un poco mal que se quedara solo y volviera al hostal hasta que volvieran sus amigos.  —¿Quieres entrar? No tengo cervezas... es obvio, pero tengo pizzas como si esto fuera una pizzería.  Isaac levantó levemente la ceja y me esperaba que se diera vuelta y se dejara, pero dio dos pasos y ya estaba en la entrada de casa. Empujé la puerta y dejé que entrara primero. Entrabas directamente al salón que compartía con la cocina y lo miró todo muy atentamente mientras yo dejaba mi bolso en el colgador detrás de la puerta y las llaves en el mueble de los zapatos. Me siguió hasta la cocina y se sentó en una silla de la mesa mientras yo sacaba una pizza del congelador y preparaba el horno. A falta de cervezas serví agua y me senté en la silla enfrente suya más cerca del horno para controlarlo.  —No pareces el tipo de chica que trabaja en un estudio de tatuajes —dijo. Me imaginaba que Gema había abierto la boca.  —Ya, bueno, es lo que había pero ya me he acostumbrado y me gusta. No digo que sea mi trabajo deseado pero... está bien y es muy cómodo. He aprendido a hacer piercings y ahora me encargo de eso también.  Él movió la cabeza, entendiendo.  —Necesito repasarme un tatuaje —comentó, y de forma inconsciente se tocó el tatuajes del brazo y lo miré.  —¿Te refieres a que quieres ir? Puedes pasarte mañana sin ningún problema, abrimos a las doce y a primera hora siempre hay huecos libres. Él volvió a insistir y mi bocaza curiosa no pudo contenerse.  —¿Te dolieron?  Levantó la mirada y sus ojos se clavaron en los míos. Nunca pude competir contra sus ojos grises con los míos marrones simples. Se miró también los brazos y apretó la mandíbula negando. —No. De todas formas me gusta el dolor. —Eso me congeló. ¿Qué significaba?— Pareces demasiado buena para entenderlo.  Si sólo él lo hubiera sabido...Pero tampoco esparcía mi vida por ahí como si nada. Yo no podía hablar de dolor físico, mi dolor durante muchos años fue emocional porque perdí a mucha gente, y finalmente el dolor y el vacío se estaba llenando con mi bebé.  Levantó el vaso y se lo llevó a los labios, sus ojos bajaron a mi pecho y me señaló con el dedo.  —¿Te dolieron?  Me llevé la mano a la tinta sobre mi corazón.  —Demasiado —confesé—. Tengo muy malas formas de aguantar el dolor.   Torció la sonrisa y le salió un hoyuelo adorable que no encajaba con la dureza de sus facciones.  —Vas a tener a una persona, creo que eso duele más.  —Gracias por recordármelo —ironicé.  Por primera vez soltó una suave risa ronca y me gustó demasiado.  —Te quedan seis meses para recordarlo.  Solté una risa y me levanté cuando el horno pitó para meter la pizza. Volví a sentarme y me recosté contra el respaldo apoyando las manos en mi tripa.  —No es tanto, se me van a pasar volando. Han pasado tres y todavía me parece mentira. Es bastante raro al principio, lo era, ya me he acostumbrado un poco.  —¿Sabes lo que es?  Agité la cabeza de lado a lado.  —Lo sabré la semana que viene —respondí con una sonrisa.  Nada me estaba haciendo tanta ilusión a como vivir mi embarazo.  —¿No te apoya en nada?  Supe a qué se refería enseguida y me sacó una risa sin ganas.  —Tampoco me hace falta, lo prefiero porque así podré quitarle todos sus derechos.  Ya me había asesorado y él no se molestó ni leerse unos papeles que le envié para renunciar a la custodia, tenencia o responsabilidades. Los firmó y la corte ya había establecido que sería madre soltera.  —No lo parecía por lo de antes.  —Desde que se lo dije no me ha hablado, sólo está molesto porque debía pensarse que me quedaría esperando a que volviera. Prefiero que Gemma le atropelle con el coche antes de que eso pase.  El horno volvió a sonar y saqué la pizza poniéndola en un plato y cortándola en porciones. Era una pizza grande y yo a penas me comí tres trozos. Le dejé el resto y me saqué el helado que se me había antojado últimamente. Él me miró y tensó la mandíbula con una ligera sonrisa difícil de percibir. Terminó la pizza y yo seguí con mi helado a cucharas. Descubrí que el chico poco hablador era realmente interesante de escuchar. Su voz era tranquilizadora y me podía haber pasado toda la noche hablando con él. Encajamos muy rápido y se soltó hablando más conmigo. Me contó que trabajaba con vehículos, él y Dann tenían un taller para tunear coches y motos a si que eran sus propios jefes. También me contó que él tampoco fue a la universidad y antes de que se marchara le pasé mi número para enviarle la dirección del estudio.  —Te llevaría, pero Gemma también ha secuestrado el coche —bromeé.  Isaac agitó la cabeza. —Nos vemos mañana —se limitó a contestar.
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