
La mañana se despertó desde el horizonte como si fuera a pintar hoy su acto final.
Levanté mis ojos hacia las montañas, avistando entre el dosel de ramas las primeras pinceladas de un amanecer asfixiado entre la bruma. Hoy caía en tonos naranjas y rosas dotados de cierto matiz deprimente y fantasmal. Se extendía con pesar, con impotencia entre la espesa niebla, por encima de un centenar de vidas al filo del abandono total de toda luz.
Mi cabello rojo desordenado barrió sobre mi frente manchando de color este escenario marchito. Y entonces, mientras me detenía frente al edificio principal, comprendí que, después de todo, sí tuvieron razón al decir que estaba maldita.
"Padre, tú que gobiernas desde las alturas, ¿aún desvías la mirada hacia nosotras?"
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Secuela/parte final de Miserere. Se recomienda leer primero el libro anterior o los sucesos en esta entrega carecerán de todo sentido para el lector.

