La soledad duele más que el deseo Lea ya no salía como antes. Evitaba las reuniones, las miradas, las carcajadas en la sala de descanso. Se sentía vigilada. Se sentía vacía. Pablo había desaparecido como si nunca hubiese estado. Sin un mensaje. Sin una explicación. Sin un “adiós”. Habían pasado más de dos semanas desde su última discusión y Lea ya no podía más. Cada noche revisaba su celular con la esperanza de ver un “te extraño” o un “cómo estás”, pero lo único que encontraba era el eco de su desesperación. No sabía que el padre de Pablo estaba enfermo. No sabía que él lloraba en silencio, cuidando a ese hombre que alguna vez fue su héroe. No sabía que Pablo no la odiaba. Solo no podía con todo. Ella solo sabía que se sentía abandonada. Y en medio de ese torbellino, apareció e

