La Ciudad de México los recibió con un cielo despejado y un clima templado que parecía, por un instante, un augurio de buen destino. Braulio sostuvo la carriola con una mano y, con la otra, envolvía los dedos de Laura con firmeza, casi como una promesa. Emiliano dormitaba, agitado por las horas de carretera y el bullicio de una metrópolis que pronto sería su hogar. El encuentro con César Valdespino fue más que cordial: fue familiar. El empresario de voz profunda, cabello gris bien peinado y ojos vivaces, apenas vio a Braulio cruzar el estacionamiento del edificio, salió a recibirlo con los brazos abiertos. —¡Mi muchacho! —exclamó con una sonrisa paternal, fundiéndose en un abrazo con él—. ¡Cuánto me alegra verte aquí otra vez! Braulio lo apretó con fuerza. Era como regresar a sus orígen

