Pasan otros cincuenta minutos, quizá más, caminando entre protestas de la pelirroja y Reagan bromeando con ella. Sin embargo, no puede negar que ya ha empezado a sentirse cansado. Sus músculos siguen rígidos por todo el esfuerzo que tuvo que hacer el día anterior para llegar hasta la isla. -Me duelen los pies -gime Julia-. El senderismo definitivamente no es mi pasión. -Eso no me sorprende -responde y toma la mano de la pelirroja, empezando a tirar de ella-. Vamos -la apresura-, ya casi estamos en lo más alto. Terminan llegando a un peñasco y ven el mar bravo desde la altura, las olas rompiendo contra las enormes rocas y a la orilla de la playa. Una fuerte ventisca sopla por todas direcciones y Reagan se alegra de haber asegurado la balsa a los árboles. -¿Dónde estamos? -la voz de

