Uno

841 Words
El ambiente bélico se podía respirar y yo no deseaba nada, salvo poder poner a salvo a mi madre y a mí. Estábamos las dos solas, ya que, mientras ella se empeñaba en convencerme para buscar un buen marido, yo la convencía a ella de que quería cuidarla. Pero lo que jamás imaginé fue que me separarían de ella. Cuando se corrió la noticia de que Alemania había invadido Polonia, la cuestión no se valoró de gran importancia como para marchar a la guerra, ya que, según mi madre contaba, veinte años antes —el año que nací— la Primera Guerra Mundial había dejado un gran número de muertos. Entre ellos mi padre. Las huelgas no habían hecho más que empezar, nadie quería ir a la guerra por otros países. Pero no hicieron caso. Cuando me quise dar cuenta, iba con otro gran grupo de mujeres, un bolso de tela con unas cuantas pertenencias —en su mayoría ropa— y una fotografía de mi madre cuando era mucho más joven. Nadie se conocía y el largo trayecto se hizo eterno. Todas íbamos alicaídas, sin entender qué estaba pasando realmente y por qué nos aislaban de nuestras familias y nuestro hogar. Tampoco nos dejaban preguntar. Por las noches mientras fingía que dormía, oía a algunas chicas llorar, y yo entendía su dolor. Entendía el vacío que te quedaba cuando te separaban de un ser querido y más cuando lo hacían sin motivo aparente. No sabía dónde acabaría, pero tenía asegurado que tendría que empezar de cero. El día menos esperado pisamos suelo firme, sin saber que de lo que tanto huíamos nos acabaría alcanzando. Las explicaciones llegaron, pero no fueron menos sorprendentes por ello. También había pensado en lo peor. Tal vez nos vendieron a algún burdel para servir como entretenimiento a las tropas extranjeras, pero por suerte no fue así. Sin embargo, la realidad no hizo que los pensamientos negativos nos abandonaran. Nos habían asignado a diferentes viviendas de los ciudadanos londinenses, lo que significaba que nuestro camino había acabado. Al parecer eran, en su mayoría, ciudadanos que se habían prestado a ayudar a los afectados. Vi a algunas chicas que se iban, mientras yo esperaba a ver qué pasaba. Me preguntaron mi edad, mi estado civil y un sinfín de preguntas personales que no sabía en qué influiría. Hasta que al fin me llamaron y me llevaron a mi nuevo hogar. El Sr. Bowry era un hombre serio. Hablaba poco y, cuando lo hacía, era para regañarme por ciertos comportamientos. Cuando llegué aquella tarde, se presentó y me enseñó mi habitación. A pesar de que la casa era enorme, vivía él solo, sin contar el personal. También me enseñó su habitación —que tenía una cama enorme con dosel en el centro— y su estudio, del cual me dijo que era donde pasaba la mayor parte del día si es que no había salido. No sabía cuántos años tenía, pero me pareció realmente apuesto. Tenía unos ojos que brillaban y me pregunté varias veces si yo le parecería bonita. Pero él casi nunca era amable conmigo. Solía pronunciar mi nombre en voz alta como si estuviera enfadado conmigo. Entendía que tenía muchas reglas y normas, pero a veces se me olvidaban. —¡Sienne! —volvió a llamarme la primera mañana tras mi llegada. Me apresuré hacia su estudio y abrí la puerta lentamente, no queriendo enfadarle más. —¿Sí, señor? —musité un poco asustada desde el umbral de la puerta. No me gustaba cuando me gritaba, pero parecía que solo sabía hacerlo enfurecer. Anoche fue la primera comida que cociné en su casa con ayuda de su personal y, a pesar de que me había felicitado por la cena, ya me había regañado por hacer mucha cantidad. Me sentí triste porque lo hice pensando en él, teniendo en cuenta que un hombre tan alto y grande probablemente comería bastante. Pero no se lo dije, tenía miedo de replicarle. —¿Qué te dije sobre dejar cada cosa en su sitio cuando limpiaras aquí? —me preguntó en tono severo. Yo agaché la cabeza y repetí con exactitud las palabras que mencionó. —Que no moviera nada de la mesa porque usted tiene su orden. —Eso es. Entonces, ¿por qué no lo has cumplido? —volvió a preguntar. Esta vez con un tono algo más suave, pero sin dejar de ser severo. Yo levanté la cabeza al escuchar su voz más cerca, y me quedé prendada de lo intensos que eran sus ojos. Estaba encandilada y me quedé sin palabras. —¿Sienne? —repitió con voz dura, sacándome de mi trance—. No me gusta repetirme. ¿Por qué lo has hecho? —Y–yo, no sé, señor —confesé. Oí cómo tomaba una respiración profunda y dio un paso hacia mí, y aún podía sentir su mirada sobre mí, lo que me puso aún más nerviosa. —Dulce Sienne —dijo, sorprendiéndome por la cercanía de sus palabras y el tono dulce que utilizó—, parece que tienes que aprender una lección, ¿no es así? Yo no sabía a qué se refería, pero internamente rezaba para que no me hiciera daño.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD