Dos

1299 Words
El Sr Bowry caminaba delante de mí a paso despacio, pero nuestra diferencia de altura era notable en nuestros pasos y yo iba nerviosa, porque no sabía qué esperar, y acelerada para no quedarme muy atrás. La gran estancia estaba sumida en completo silencio, salvo por el pequeño eco de nuestros zapatos repiqueteando contra el suelo, lo que hacía que mis nervios aumentaran. Temía por lo que pudiera pasar, sabía que había hecho enfadar al Sr Bowry en más de una ocasión, pero no lo veía capaz de hacerme daño, ¿o sí? —Sienne, cálmate, casi puedo oírte pensar —me dijo el Sr Bowry desde su posición. Me sobresalté porque no esperaba que me hablara, pero me calmó el hecho de que su tono fuera normal y no enfadado o autoritario. No llevaba ni veinticuatro horas aquí y ya era capaz de distinguir sus diferentes tonos de voz. Cuando me di cuenta de dónde estábamos, ya era muy tarde para salir de allí con alguna excusa.  Nos había llevado hasta su habitación y él ya estaba sentado al final de la cama, mirándome. No podía siquiera pensar en adivinar qué estaba pensando, porque a pesar de que estaba serio, no reflejaba enfado ni ninguna otra emoción, por lo que la duda me ponía más nerviosa. ¿Me iba a echar de su casa? —Ven aquí, Sienne —me ordenó. Di un paso hacia él, alejándome de la puerta, que era mi único medio para salir de aquí. Tragué saliva y me atreví a mirarle a los ojos, cosa que pareció gustarle porque me dio una pequeña sonrisa. Me sorprendió porque, desde que llegué, ni siquiera cuando se presentó lo había visto sonreír una sola vez. —Tengo unas cuantas reglas nuevas para ti —habló sin apartar la mirada de la mía—. ¿Quieres saber cuáles son? —preguntó, quitando una mano de su regazo para ponerla a su lado en la cama y dar suaves toquecitos—. Ven aquí y hablemos. Dudé unos cuantos segundos, pero la curiosidad me ganó y me senté a su lado, agachando la cabeza. Estar tan cerca de él me hacía ser insegura. Aún no entendía por qué. —Sienne, mírame —pronunciaba mi nombre de una manera tan bonita con su acento inglés, que me daba igual que lo repitiera tantas veces. Me gustaba saber que no era tan insignificante como para que el Sr Bowry no se lo aprendiera. Cuando levanté la vista hacia él sus ojos estaban fijos en mí—. ¿Estás lista para conocer tus nuevas normas? Yo solo asentí. —Eres tan bonita —dijo acariciando con su mano suavemente mi mejilla—. Y yo he estado solo tanto tiempo... —ya no me miraba a los ojos, sino que miraba mi mejilla mientras la acariciaba como si se tratara de un tesoro que acababa de encontrar y quería mantener en secreto— ¿Has estado alguna vez sola, Sienne? La pregunta me pilló de sorpresa y, tras parpadear unas cuantas veces seguidas, le respondí. —Solo en una ocasión, señor —le respondí, apartando la cara lentamente de su mano. Me apenaba hablar de esto porque me hacía recordar a mi madre. No sabía qué era de ella ni si estaba bien, nada. —No me llames señor, Sienne —me agarró la barbilla y me hizo levantar la cabeza para mirarle—. Dime papi. Me ruboricé en cuanto pronunció esas palabras. No quería preguntarle el motivo, pero me resultaba raro. Él no era mi padre, por lo que, ¿por qué quería que le llamara así? Él me sonrió de nuevo. —Piensas demasiado —comenzó—, dime, ¿has dejado a alguien especial atrás? —me preguntó. No sabía por qué cambiaba de tema tan de repente, pero en parte me relajó. —A mi madre —le respondí, mordiéndome el labio inferior después de contestarle—. Fue todo tan... inesperado —me sinceré. Necesitaba hablar con alguien sobre cómo me sentía, y que el Sr Bowry me preguntara me hizo confiar un poquito más en él. Él pareció perplejo con mi respuesta, como si se hubiera esperado otra distinta. —¿Estabas casada, bonita? —me volví a sonrojar con su nueva pregunta. No sabía por qué me preguntaba, pero decidí no mentirle y ser completamente sincera. Ahora era lo único que tenía. —No —respondí modesta y escuetamente. —¿Has estado con algún hombre? —preguntó de nuevo, apenas un segundo o dos después de responderle yo. Volví a decirle que no, a lo que él aspiró aire profundamente y se levantó, poniéndose frente a mí, sus manos a ambos lados de su cuerpo. No sabía qué esperar de él. —¿Confías en mí? —me preguntó sin inmutarse. Yo me quedé quieta unos cuantos segundos, no queriendo parecer una desagradecida, pero tampoco ciega por su hospitalidad. Asentí con la cabeza, por lo que él siguió hablando. —Entonces espero que comprendas que quiera protegerte como un padre a su hija, ¿no? —Entendí eso a la perfección y asumí que por eso quería que le llamara papi—. Pero, Sienne, también espero que entiendas que tengo necesidades y me gustaría saber si vas a poder ayudarme a satisfacerlas. Entreabrí los labios de sorpresa cuando enunció las últimas palabras. No sabía a qué se refería, pero esperaba que me ayudara a entender.  Se puso en cuclillas delante de mí, su cara quedando casi a la altura de la mía. —¿Quieres saber tus nuevas normas? —me preguntó—. Están relacionadas con lo que te acabo de decir, Sienne. Asentí con cautela porque, a pesar de la curiosidad que sentía, no quería decir que sí a algo que no estaba segura si podría cumplir. Entonces se volvió a levantar y dio un paso atrás. —Ponte de rodillas —me ordenó. Cuando cumplí con su petición, continuó—. Cuando te pida esto es para que sepas a quién le perteneces, pequeña Sienne —yo solo asentí con la cabeza desde mi nueva posición—. Cuando te pida que te sientes en mi regazo es porque quiero recompensarte por tu buen comportamiento. Por las noches, sin embargo, estarás debajo de mí mientras entro en tu pequeño cuerpo, para que tengas claro que eres mi zorra —tragué saliva ante sus palabras, sin apartar la mirada de él ni un segundo—. Y después te quedarás entre mis brazos, segura y protegida, porque te aprecio. Se quedó en silencio y supuse que había terminado. Pero yo estaba sin palabras. Veía al Sr Bowry como un hombre tan serio y frío que jamás imaginé que esas palabras pudieran venir de él. Y mucho menos para una chica como yo. —¿Entendido? —preguntó con ese tono autoritario tan característico suyo. —Sí, papi —le respondí. —Buena chica —apremió, frotándome la cabeza con una de sus manos suavemente—. Ahora, levántate. Obedecí y me quedé perpleja con su siguiente petición. —Desnúdate para papi, Sienne. Yo me quedé congelada en el sitio, sin saber muy bien qué hacer. Estaba nerviosa y aún intentando asimilar sus nuevas normas. Ya le había dicho que no había estado nunca con un hombre, por lo que no entendía cómo me pedía eso aún conociendo mis circunstancias. —Sienne, sabes que no me gusta repetirme —el tono severo que tan poco me gustaba, estaba ahí de nuevo. De los puros nervios, empecé a tartamudear. —Y-yo s-señor —hablé torpemente, pero él me interrumpió. —Sienne —advirtió. Entonces me di cuenta de los errores que había cometido. Uno detrás de otro. Odiaba cuando tartamudeaba, cuando no obedecía lo que pedía en el momento y me había equivocado al decirle señor en vez de papi. Era un desastre. Estaba casi a punto de echarme a llorar. Eran demasiadas emociones juntas. Y él pareció darse cuenta. —Sienne, pequeña, escúchame —habló en un tono mucho más suave esta vez y calmado, frotándome la mejilla con su dedo pulgar—. No llores, solo escúchame —volvió a pedir. Yo levanté la cabeza lo justo para encontrarme con su mirada comprensiva—. Ven, vamos a hacer una cosa. ¿Te gusta el arte?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD