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Cena y Postres En La villa La cena había terminado y el comedor se encontraba en calma. Theo apareció empujando un elegante carrito de madera con ruedas, sobre el cual descansaban copas de licor suave y los postres que Serena había prometido preparar: Cannoli y Zabaione. El aroma dulce y cálido llenó el comedor, mezclándose con el sutil perfume de la villa. - Espero que no les importe un pequeño capricho. - dijo Theo, sirviendo cuidadosamente el licor en las copas - Y estos postres fueron preparados especialmente para ustedes. Dante levantó una ceja y tomó un Cannolo, mordiéndolo con precaución. Sus ojos se cerraron por un instante al probar el relleno cremoso y una sensación de familiaridad lo recorrió. - Mmm… esto… recuerda al sazón de mi madre. - dijo, mirando a Theo con curiosidad - ¿Dónde los conseguiste? Theo se encogió de hombros, con discreta formalidad: - No los compré, señor. La señorita los preparó ella misma. El efecto fue inmediato. Dante dejó la cuchara sobre el plato y soltó un leve: - Cazzo! Rafaele, sentado al otro extremo del comedor, no pudo contener una sonrisa ligera, divertida y satisfecha a la vez. Un italiano se conquista, decía siempre, por la comida… y no había duda de que Dante estaba cayendo ante Serena de manera tan natural como inevitable. Serena, por su parte, sonrió discretamente, disfrutando de la reacción de Dante. No era arrogancia ni vanidad lo que sentía; era simplemente la satisfacción de ver que algo que ella amaba profundamente -la cocina- podía crear un efecto inesperado, humanizando a aquel hombre que hasta ahora se le había presentado firme, serio y distante. Los ojos de Dante se posaron en Serena, observándola de una manera distinta: había algo más en ella, una mezcla de talento, cuidado y personalidad que lo dejó perplejo. Cada gesto suyo mientras servía y explicaba los ingredientes aumentaba esa sensación extraña y cautivadora. - Si quiere, señor Moretti, - dijo ella suavemente - puedo preparar Zabaione y Cannoli cada vez que quiera sorprender a alguien. Dante levantó la copa de licor, mirándola entre curioso y divertido: - Creo que tendré que aceptar su oferta. Pero lo cocinarás per me - respondió, dejando escapar una media sonrisa que rara vez se veía en su rostro - Y debo advertirle signorina… es peligroso conquistar a un italiano por la comida. Serena rio con suavidad, sabiendo que aquel juego apenas comenzaba. La Tensión y Atracción El comedor se había quedado en calma tras el postre y el licor suave. Theo retiraba discretamente los platos mientras Serena y Dante permanecían sentados, una ligera incomodidad mezclada con curiosidad flotando entre ellos. Dante apoyó los codos sobre la mesa, acercándose un poco más hacia Serena sin perder la compostura. Sus ojos la evaluaban con intensidad, como intentando descifrar qué había detrás de esa serenidad y esa sonrisa que no se atrevía a desaparecer. - Entonces… - dijo él, con voz baja, medida, dejando que cada palabra cayera con suavidad - ¿Siempre cocinas así de bien? Incluso bajo presión, frente a un público… inesperado. Serena arqueó ligeramente una ceja, dejando entrever que entendía la segunda lectura, aunque mantuvo la formalidad en su respuesta: - Diría que no es la presión lo que importa, sino la pasión. Y la pasión, señor Moretti, no entiende de público. Dante sonrió apenas, divertido y desafiante a la vez. Se inclinó un poco más, reduciendo la distancia entre ellos, sin tocarla, pero haciendo que Serena sintiera su presencia con mayor intensidad. - Ah, la pasión… interesante. Entonces supongo que tendré que descubrir si su pasión se limita a la cocina - sus ojos brillaban con un dejo de picardía - … o si hay otras áreas donde aplica la misma intensidad. Serena no pudo evitar una risa corta y contenida y respondió con la misma sutileza que él: - Dependerá del contexto, señor Moretti. Pero puedo asegurarle que soy muy meticulosa con lo que me importa. El silencio que siguió fue breve, pero pesado de significado. Cada gesto, cada mirada, parecía medir la distancia entre ellos: ni demasiado cercana para perder la formalidad, ni demasiado lejana para evitar la atracción evidente. - Creo que me va a costar resistirme a probar más de su “trabajo”, signorina. - dijo Dante, dejando que la ironía y la insinuación flotaran entre ellos. Serena levantó la copa de licor hacia él, en un gesto medio ceremonial, medio provocador. - Entonces, señor Moretti, que no se diga que no le advertí: lo que empieza con un postre puede… complicarse. Dante la miró de manera intensa, una mezcla de desafío y curiosidad en su expresión, mientras un leve rubor cruzaba su rostro. Rafaele, desde el umbral de la cocina, apenas sonrió. Sabía que la chispa estaba encendida; solo faltaba que ambos aprendieran a manejarla. La cena terminó, pero el eco de las miradas de Dante aún la acompañaba como un peso en el pecho. Serena se excusó con cortesía, despidiéndose de Rafaele y de Theo con una sonrisa que parecía tranquila, pero apenas subió las escaleras del ala este, apuró el paso, como si alguien la persiguiera. Cerró la puerta de su habitación con un suave chasquido y se apoyó contra ella, respirando hondo. La penumbra del cuarto, iluminado solo por la lámpara de la mesilla, le pareció un refugio seguro. Se llevó las manos al rostro, riendo en un susurro nervioso. - ¿Qué demonios me pasa? Había cocinado los postres que Rafaele mencionó como al pasar, solo eso. Una atención amable, un gesto de gratitud hacia el hombre que la había recibido con tanto afecto. Pero en el momento en que Dante probó el zabaione, en que su ceja se alzó sorprendido, en que la palabra “cazzo” se le escapó con un acento tan marcado, sintió que algo en su interior temblaba. El modo en que la miró… no como a una desconocida, ni siquiera como a la niña que había irrumpido en la oficina de su abuelo hacía tres años, sino como a una mujer. Y lo peor de todo: ella había respondido. Durante la conversación, había dejado escapar sonrisas que no eran las habituales, había sostenido su mirada más de lo necesario, incluso una pequeña broma salió de sus labios con una coquetería que le resultaba ajena. Una facilidad que la desconcertaba. Serena caminó hasta la ventana y apartó la cortina. El jardín estaba sumido en un silencio sereno, roto apenas por el rumor de la fuente en el patio central. Se abrazó a sí misma, como si el aire fresco pudiera enfriar lo que sentía. - ¿Por qué siento qué lo estoy seduciendo sin proponérmelo? - murmuró en voz ba. No había pasado ni un día desde su llegada y ya se estaba comportando como… como una adolescente torpe que descubre el poder de su sonrisa. Se mordió el labio, furiosa consigo misma. Ella no era así. Había pasado años a la sombra de Damian, con su indiferencia, sus desplantes, su arrogancia. Jamás, ni en los momentos en que él se mostraba más encantador, había sentido esta electricidad que le recorría la piel cada vez que Dante hablaba. Damian había sido una presencia constante, casi asfixiante, y aun así nunca había logrado arrancarle esta vulnerabilidad. Y ahora, de pronto, un hombre al que apenas conocía, que le había dedicado apenas unas frases y una mirada intensa, conseguía desarmarla. Se sentó en la cama, escondió el rostro entre las manos y dejó escapar un suspiro largo, cargado de frustración. - Ridícula… - se reprochó en voz baja - Te estás comportando como una niña. Pero en lo más hondo, una chispa se resistía a apagarse. Dante tenía algo que la desequilibraba, algo que no podía definir, pero que ya estaba dejando huella en ella. Y Serena lo sabía: ignorar ese torbellino sería tan imposible como fingir que no había visto el brillo inesperado en sus ojos al probar su postre.
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