El Ala Este De La Villa. Sólo La Familia
El desayuno había terminado y Dante se levantó de su asiento, ajustándose la corbata antes de salir de la sala. Su gesto serio apenas escondía el desconcierto y la fascinación que Serena había despertado.
- Tengo que ir a trabajar. Tengo reunión con el directorio. - dijo con voz grave, recogiendo la carpeta y el móvil que había dejado en una mesa lateral - Nos vemos esta tarde ¿Algo que quieras decir al directorio?
- No, tú estás a cargo.
- Aun eres el presidente, papá.
- Solo de nombre, hijo. Hace tiempo que te haces cargo de todo. Lo estás haciendo bien. – miró a Serena aún en la mesa y sonrió – Ahora voy a dedicarme a la familia. Nietos y esas cosas.
- Padre… - siseó Dante incómodo – Te lo advierto. Ya tengo suficiente de eso con el directorio respirando en mi nuca.
Rafaele le dio una palmada amistosa en el hombro, con una sonrisa cargada de picardía:
- Ve tranquilo, hijo. Sé que podrás manejarlo.
- Va, va… Tengo que irme.
- Ten un buen día, figlio. Y recuerda… si Serena te molesta demasiado con su mirada, tienes libertad para ignorarla. - Su tono era divertido, pero en sus ojos había algo de advertencia paterna.
Dante soltó un suspiro breve y salió, dejando un eco de pasos en la villa silenciosa. Serena permaneció en la mesa unos segundos, sintiendo el peso de su presencia y la sensación extraña de estar en territorio ajeno que, sin embargo, parecía acogerla.
- Bien, sigamos. – le dijo Rafaele cuando Dante se marchó - Te llevaré a tu habitación. No tenemos sirvientes permanentes por lo que hacemos todo por nuestra cuenta.Si necesitas que…
- No, no, por favor. – se apresuró a decir la joven moviendo los brazos en negación – Todo está bien. Gracias. No debe preocuparse por mi. Soy bastante independiente.
- Está bien… - dijo Rafaele con un suspiro – Te pido disculpas de antemano, ese hijo mío ni yo hemos vivido con una mujer en casa desde que su madre murió. Si hacemos algo que te incomode, por favor, no dudes en decirlo.
- Gracias por recibirme, don Rafaele… - le dijo la joven con cuidado – Sé que fue de improviso. Mi abuelo…
- Tranquila, figlia. – le dijo con una sonrisa amable – Si Arthur confío en mi para cuidar a su tesoro soy quien debe estar honrado. Lo que haya pasado debe haber sido lo suficiente malo como para hacerte tomar la decisión de alejarse de Arthur.
- Don Rafaele… yo…
- Tranquila, figlia. No tienes que decirme nada si no quieres. Solo quiero que sepas que aquí estás a salvo y te protegeremos. Si nos necesitas, estaremos para ti.
- Gracias… yo…
- Shhh… No te presiones… Todo irá bien. Disfruta la casa y pide lo que necesites. Theo está en algún lugar. Lo que quieras lo tendrás.
- Don Rafaele, eso es…
- Bah, - le dijo restándole importancia – Déjame atenderte. No tuve hijas y Dante aún no tiene una esposa. Arthur siempre se jacta de lo que es tener a una princesa en casa.
- Pffft. – se rio Serena – Sabía que el abuelo era competitivo, pero eso es demasiado.
- Ese viejo pícaro siempre se jacta de ti. Ahora que estás en mi casa, yo lo haré por él.
- No va a dejar de hacerlo ¿Verdad? – le dijo resignada.
- Por supuesto que no. – exclamó el hombre mayor con una reacción exagerada – Tengo una bella principessa en casa.
Se pusieron de pie y cruzaron el salón, ascendiendo por las escaleras hasta el ala este, el sector privado de la familia. Serena miró alrededor, admirando los detalles de los corredores: cuadros antiguos, tapices finos, y la calma que parecía envolver la zona.
- ¿Aquí? - preguntó, sorprendida al ver la puerta que Rafaele abrió para ella - ¿Mi habitación está en el ala privada?
Rafaele la miró con serenidad y una chispa de orgullo:
- Desde que te conocimos hace tres años, figlia, has sido parte de esta casa. - dijo con naturalidad - La familia no se mide solo por apellidos ni por sangre. Hay lazos más fuertes.
- Pero no me conoce…
- Claro que si… Hace tres años y ahora estoy seguro de que este es tu lugar. Lo siento en mis entrañas.
Serena asintió, impresionada por la confianza que el hombre depositaba en ella, aunque una parte de su mente no podía evitar preguntarse hasta dónde llegaba ese reconocimiento implícito.
- La habitación de Dante está al final del pasillo. - continuó Rafaele, señalando discretamente con la mano - Si te molesta con su cara seria, como hizo esta mañana, solo avísame. Mi habitación está en la misma ala, en el segundo piso, así que tendrás un recurso cercano si quieres que me encargue de él. Puedes recorrer la villa e ir a donde quieras. Theo te ayudará si necesitas algo.
Serena sonrió levemente, agradecida y entró en la habitación que le habían asignado. La puerta se cerró tras ella y quedó sola por primera vez en la villa. La luz de la mañana entraba por los ventanales altos, iluminando un cuarto espacioso, con mobiliario clásico y detalles modernos, un refugio perfecto para reorganizar sus pensamientos.
Serena recorrió la habitación con una mezcla de asombro y cautela. Cada detalle parecía haber sido pensado para ella: las cortinas de lino suave dejaban entrar la luz de la mañana filtrada, la cama estaba cubierta con un edredón de tonos cálidos y sobre la mesita de noche había una pequeña bandeja con una nota de bienvenida de Rafaele. Sus maletas ya habían sido colocadas discretamente en un rincón, como si la villa misma hubiera previsto su llegada.
Se dejó caer en la cama por un instante, recorriendo con la mirada cada rincón. El escritorio tenía algunos cuadernos y un juego de plumas finas, mientras que las estanterías mostraban libros que parecían escogidos con cuidado, mezclando clásicos italianos con literatura contemporánea. Serena sonrió ligeramente; la atención al detalle revelaba que Rafaele conocía a quienes llegaban a su casa, incluso a los que no eran de sangre.
Por primera vez, pudo sentir que la decisión que había tomado -escapar de Damian, venir aquí- estaba dando frutos. Y, aunque aún no conocía a Rafaele ni a Dante, ni ellos a ella, la promesa silenciosa de esta casa y de quienes la habitaban le daba un respiro que nunca antes había tenido.
Con un suspiro, decidió que necesitaba refrescarse. Se dirigió al baño, amplio y elegante, con azulejos claros y un espejo grande que reflejaba su rostro aún con el recuerdo de Londres. La ducha caliente borró la tensión del viaje y los últimos días. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió sentir que podía relajarse.
Tras vestirse con ropa cómoda, Serena volvió a la cama y cerró los ojos, dejando que el silencio del ala este la envolviera. Intentó dormir un poco, aunque sabía que su mente estaba demasiado activa, repasando todo lo sucedido con Damian y anticipando lo que podría encontrar en la villa.
Después de unos minutos, se levantó de nuevo, decidida a explorar. La villa era enorme, y la luz de la mañana iluminaba los pasillos del ala este con un resplandor que hacía que todo pareciera más acogedor y menos intimidante. Serena recorrió los corredores, admirando los tapices, los cuadros antiguos y los muebles de época restaurados, sintiendo que cada paso la acercaba más a un mundo diferente, uno donde podía comenzar a escribir su propia historia, lejos de las decepciones del pasado.
Mientras avanzaba, no podía evitar pensar en Dante. La curiosidad por conocerlo mejor crecía con cada habitación que veía y un ligero cosquilleo de anticipación recorrió su estómago.
¿Cuando se habían visto? ¿Dónde? No podía recordarlo, pero, al parecer, debe haber hecho algo lo suficientemente notorio como para que los dos hombres la recordaran.