Mi Esposa Vino Por Mi
Dante había estado más de veinte minutos en la sala de reuniones. La atención de los directores se había desplazado del proyecto de inversión para la nueva galería de arte hacia un tema que siempre encendía debates y ceños fruncidos: su vida personal “¿Cuándo se casará Dante Moretti?” repetían como un mantra cansino, presionando, recordándole sus casi treinta años y el hecho de que su padre no volvería al trabajo activo, concentrándose ahora únicamente en la fundación familiar.
El ambiente estaba cargado, el calor de la discusión subía con cada frase. Los directores presionaban con sus fundamentos y Dante tensaba la mandíbula con cada argumento. Fuera de la sala, Serena escuchaba. Cada palabra sobre el futuro de Dante le encendía un fuego en el pecho; sabía que podía ayudarlo como él la había protegido antes. Ella misma había sufrido en carne propia los comentarios del círculo que la rodeaba. Expectativas sobre su futuro con Damian o como su vida como heredera del legado de sus padres.
Respiró hondo, entrecerrando los ojos y con paso firme avanzó hacia la puerta de la sala de reuniones. Rafaele, sorprendido, la siguió discretamente, como un guardián silencioso atento a intervenir si era necesario. Cuando Serena abrió, fingió sorpresa, la voz ligera pero cargada de un encanto seguro:
- ¡Oh, cariño! - exclamó, alzando las cejas y dejando que la emoción se viera un instante - Pensé que estaban en una taberna. Papá ya está cansado, ¿Podemos irnos a casa? Te preparé lasaña y tus postres favoritos.
El silencio cayó como un golpe seco en la sala. Dante se congeló, los dedos temblando ligeramente mientras sus ojos recorrían a Serena, incapaz de articular palabra. Su mirada, entre la incredulidad y la admiración, se cruzó con la de los directores, que permanecían boquiabiertos, sin saber cómo reaccionar ante esa irrupción perfecta y audaz de la mujer que llamaba a Dante, cariño.
Rafaele permaneció detrás de Serena, imperturbable, aunque sus ojos brillaban con orgullo; Theo se quedó a un lado, atónito ante la escena. La joven había irrumpido en medio de una batalla de egos y protocolos como si fuera la dueña del lugar y de algún modo, lo era.
Dante permaneció unos segundos inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. Su mirada seguía fija en Serena, que se mantenía elegante, tranquila, con esa seguridad que parecía desafiar a todo el mundo y aún así solo estaba dirigida a él. Su corazón latió con fuerza, mezclando sorpresa, admiración y algo que no había sentido nunca: el placer de ser cuidado, de que alguien pensara en él con intención y no por obligación.
Por primera vez en años, se dio cuenta de que no podía controlar todo. Había tratado de manejar su mundo, su imagen, sus emociones… y allí estaba ella, desmontando su autoridad con una simple frase, una sonrisa y un gesto de cariño calculado. Cada palabra de Serena era una sacudida, cada movimiento un recordatorio de que el mundo no giraba solo en torno a su ego.
Dante, recuperando lentamente la compostura, se inclinó ligeramente hacia los directores, su voz firme, cargada de un descaro medido y autoridad:
- No se los había dicho… - hizo una pausa dramática, sus ojos brillando mientras señalaba a Serena con un gesto sutil - Mi esposa vino por mí.
El efecto fue instantáneo. Las bocas abiertas y los murmullos incrédulos se mezclaban con el ligero asombro de quienes nunca habían visto a Dante reaccionar así. Serena sonrió con calma, satisfecha, mientras Rafaele y Theo intercambiaban miradas de admiración: la joven no solo había protegido a Dante, sino que había tomado el control de la situación con gracia, audacia y esa chispa que hacía que todo girara a su favor.
Al mismo tiempo, su mente luchaba contra la incredulidad. Mi esposa… ¿Esperaba que sea mi esposa? La idea lo hizo arquear las cejas y un calor desconocido subió por su nuca. La tensión que sentía desde esa tarde en Londres en que la vio por primera vez, hasta ahora, después de volver a verla, se concentraba ahora en un solo punto: ella. Serena no era una conquista; era un huracán que lo desarmaba y lo obligaba a ver la vida diferente.
Dante inhaló lentamente, sintiendo cómo un brillo sutil, pero claro aparecía en sus ojos. Los directores todavía lo miraban, atónitos, incapaces de responder al descaro del joven. Y él sonrió, no con arrogancia, sino con algo más profundo: reconocimiento, respeto y un toque de vulnerabilidad que solo Serena podía provocar en él.
- ¿Vamos, cariño? – preguntó Serena con intención.
- Vamos. - murmuró para sí mismo, más que para los demás - Entonces, que así sea. Seguiría a su esposa desde hoy.
Mientras los directores aún trataban de recomponerse, Dante se permitió un instante más para mirar a Serena. Sus ojos brillaban con un calor que mezclaba la necesidad de protegerla, la fascinación por su audacia y la certeza de que, por primera vez, no estaba solo en esa lucha. Serena lo había tomado por sorpresa, pero también le había mostrado un camino que nunca había considerado: dejar que alguien fuerte lo cuidara y aceptar esa fuerza sin perder su propia autoridad.
Rafaele, desde un costado, sonrió apenas al notar la transformación en la expresión de su hijo. Theo, con la cabeza ligeramente inclinada, comprendió que la joven no solo había ganado la batalla social de la mañana, sino que había tocado algo profundo en el heredero Moretti.
Dante finalmente respiró hondo, dejando que la tensión se relajara apenas. Por primera vez en mucho tiempo, la sensación de control no venía de él… sino de ella.
- Mi esposa me espera. La reunión ha terminado. – dijo firme – Ahora vayan a casa.
Con un gesto galante tomó la mano que Serena le extendía y salió del lugar con ella de la mano seguido por su padre y Theo.