Fue una pésima idea llevar a sus compañeros al bosque.
El rostro blanquecino se desvaneció y en su lugar comenzó a extenderse una espesa niebla. Un escalofrío la recorrió, prefería mil veces una indefensa niebla a un aterrador rostro acosador, pero no por ello estaba más tranquila.
A su lado, Samanta gritó el nombre de su compañero desaparecido y lo siguió hacia la penumbra. Los otros dos acompañantes no tardaron en imitarla. Todo en ella se rehusaba a seguir adelante, pero no podía dejar desamparados a sus compañeros de la universidad. Entraría de nuevo y esa vez otras cuatro almas dependerían de ella.
En contra de cualquier pronóstico, el interior de la cueva lo sintió más acogedor que cualquier otro punto del bosque. Las respiraciones agitadas de sus compañeros hacían eco entre las rocas, se encontraban un poco más allá de donde ella estaba. Sacó la botella de agua y tomó un largo trago, tenía la garganta seca.
Santiago estaba recargado contra una roca grande, su pecho subía y bajaba rápidamente, pero se veía mucho más tranquilo. El sudor le perlaba la frente y el cuello, pero apostaba a qué cualquier rastro de la picazón y el abrumador calor habían desaparecido.
– ¡¿Qué mierda fue eso?! –gritó Tania –. Me pegaste un susto y tuve que correr como estúpida.
– Cada quien corre como quiere…
– Cállate, Fernando, no estamos para bromas.
Tania estaba tan alterada como ella, aunque Cinthia sabía controlarse mejor. Por el momento nadie estaba siendo víctima de un ataque de calor y comezón, así que no todo estaba tan mal, pero una parte de ella sentía que todo estaba por empeorar.
– ¿Por qué corriste hacia acá? –preguntó sin apartar la mirada de su compañero –. Pudiste ir a cualquier otra parte.
– No sé –Santiago la miraba casi asustado –. Sólo quería deshacerme del calor y mi cuerpo me condujo hasta acá, ni siquiera lo pensé.
Cinthia asintió, lo mismo ocurrió el día anterior; terminó en la cueva. Su cuerpo la condujo hasta allí.
– ¿Creen que haya agua aquí adentro?
– ¿Te refieres a un lago? –preguntó Samanta con la voz entrecortada –. Porque si quieres tomar agua yo traigo en mi botella.
– No, me refiero a un río o lago subterráneo. Tal vez tu mente te trajo aquí porque creyó que había un cuerpo de agua cerca…
Fernando la miró confuso, incluso soltó una carcajada amarga. De todos, él parecía ser el más ebrio, aunque no lo culpaba, ahora que lo procesaba, su conjetura no tenía sentido, pues no existía forma lógica de que la mente de Santiago pensara que había agua dentro de esa cueva… sonaba idiota si lo pensaba bien.
– No digas mamadas, mejor levántense y larguémonos de aquí.
– Concuerdo con Fer –Tania observó la entrada de la cueva –. Algo está mal.
Ella no concordaba con Fernando, pero todos querían salir, así que no le quedó de otra. Para su mala suerte, el exterior seguía sumido en la blanca y gruesa niebla, apenas podían ver dos pasos delante de ellos, arriesgarse a emprender el viaje de regreso era una operación tanto estúpida como s*****a.
– ¿Y ahora qué?
– Esperamos –respondió a Santiago –. Gracias a tu chistecito esperaremos a que la niebla se disuelva.
– ¿Qué hora es?
Fernando formuló la misma pregunta que tenía en mente. Sacó de su bolsillo el teléfono móvil color n***o, el reloj marcaba las siete. No era tan tarde, no había razón para que la niebla hiciera aparición. Por dios, nunca en sus varios años de visitas se enfrentó a una neblina. Algo muy extraño estaba pasando y no le gustaba.
– Las siete, no creo que la niebla dure mucho, pero hay que estar atentos por cualquier cosa.
Regresó a la profundidad de la cueva, seguía teniendo curiosidad por el cuerpo de agua, en algún lugar debería haber un lago o río subterráneo. Dejó su mochila junto a la roca en la que Santiago se recargó y siguió caminando hasta toparse con el ciempiés, estaba muerto, no estaba segura de que fuera el mismo, pero en definitiva era un ciempiés. Tragó saliva y siguió, más adelante, un frío bajó por su espalda y entonces se dio cuenta del inquietante silencio que la rodeaba.
– Tania, Fer, Sam, Santiago.
Nadie respondió. Se había alejado demasiado, pero no había prisa por volver, la niebla no desaparecería de un momento a otro. Se adentró cada vez más hasta escuchar un murmullo. Llegó a una gran explanada en donde el murmullo del agua se convertía en un suave gorgoteo, bajo aquella roca en donde estaba parada, un lago de oscuras aguas la invitaba a sumergirse en él.
Durante unos segundos se quedó observando su reflejo: No podía ser ella, aunque físicamente tuviera similitud, la mirada de aquella chica era azul, triste, vacía e infeliz; los labios rosas formaban una mueca de profunda tristeza; el flequillo color chocolate, no n***o como el de ella, caía sobre su frente. La piel oscura desprendía un extraño brillo. Una lágrima recorrió su camino hasta llegar a la comisura de sus labios. Y entonces en el reflejo apareció la forma de otra persona; un ser que con sus labios borró aquella lágrima cristalina.
Cinthia se alejó de la orilla y tocó su mejilla, lo sintió real, alguien estuvo con ella. Dio una vuelta sobre sí misma en busca de alguien o algo. Estaba sola.
– ¿Qué haces?
A duras penas logró contener el grito de terror, pero no logró contener el brinco que provocó su caída al agua.
El frío se clavó en su piel cual mil diminutas agujas. Comenzó a moverse para evitar entumirse.
– ¡Cinthia!
Fue lo primero que escuchó al romper la superficie. Tomó una larga bocanada de aire, no se había dado cuenta del tiempo que pasó sumergida. Cometió el error de mirar hacia abajo, el agua oscura le provocó una sensación de malestar, sentía que en cualquier momento sería succionada hacia el abismo. No estaba del todo equivocada, pues algo se enroscó en su pierna derecha y gritó lo más fuerte que pudo.
– ¡Cinthia! ¿Qué ocurre? No te preocupes, te sacaremos.
¿Que no se preocupara? Algo subía por su pierna; era imposible mantener la calma. Siguió gritando mientras nadaba hacia la orilla, su miedo era tal, que tardó en sentir la comezón y la ola de calor en medio del agua helada.
Lo que fuera que la tuviera atrapada impidió que se sostuviera de la roca y tiró de ella hacia abajo. Apenas tuvo tiempo de aspirar un poco de aire antes de ser arrastrada hacia el fondo. Bajo el agua todo era oscuridad, ni siquiera podía verse a sí misma.
Mientras se encontraba sola, flotando en medio de la penumbra se dio cuenta de que ya no estaba atrapada, aquella cosa enrollada en su pierna había desaparecido. Sin pensarlo, juntó fuerzas y se impulsó hacia arriba. Le traía sin cuidado si todo fue una alucinación o no, su prioridad era volver a la superficie.
Un par de brazos fuertes la sostuvieron apenas salió, la alzaron hacia la roca. Intentó respirar, pero no pudo, el aire no lograba abrirse paso hacia sus pulmones. Tosió hasta que la garganta le dolió y por fin pudo inspirar. Nunca había estado tan agradecida.
– Gracias –dijo a su salvador –. Creí que no lo lograría.
– No es nada –Fernando le dio dos palmadas en la espalda –. Habrías hecho lo mismo.
Siendo sincera, dudaba que ella pudiera arriesgarse a entrar al agua o si quiera asomarse si alguien de ellos estuviera en peligro. ¿Tendría el valor suficiente? Prefería no pensar en eso. Tosió dos veces más y recuperó la compostura. Se puso de pie y se encontró con las miradas asustadas de sus compañeros.
Tania, bella y pequeña, parecía una niña asustada, su mochila era casi de su tamaño, por un instante le recordó a una tortuga. Sus ojos verdes brillaban como si estuviera a punto de llorar y su cabello castaño caía sobre sus hombros como una cascada. Santiago parecía más atento a inspeccionar el techo de roca abovedado que los rodeaba, sus ojos castaños paseaban de un lado a otro, posiblemente buscando alguna amenaza.
Fernando tenía una sonrisa burlona en el rostro, parecía todo menos asustado. Seguro seguía ebrio y pensaba que todo era una broma.
Samanta, en cambio, se escondía tras su melena rubia ondulada, parecía más cansada que asustada, tenía hinchados los párpados, ¿Habría llorado? No importaba, lo primordial era largarse de ahí.
– Vámonos –dijo en tono autoritario –. Ya tuvimos suficiente.
Estuvieron de acuerdo. Hacía frío y cada minuto que pasaba le daba menos tiempo para arreglarse. Un tintineo sonó detrás de ellos, fue un sonido agudo y fastidioso. Un anillo n***o y brillante cayó rodando hasta depositarse a sus pies. Instintivamente, Cinthia se agachó para recogerlo y supo que ese fue el peor error del día.
Un peso ardiente cayó en su estómago, comenzó a temblar incontrolablemente y apenas pudo respirar. Un gruñido áspero y vigoroso hizo eco en todo el lugar, fue un sonido tan profundo que logró penetrar hasta sus huesos.
El dueño del gruñido definitivamente no era un amigo.
– ¡Corran! –gritó Cinthia mientras se alejaba –. Y no miren hacia atrás.
Una risa femenina y sobrenatural la acompañó durante la carrera hacia la salida. Se sintió tan idiota por haber accedido a ir al bosque, al parecer no sabía usar el cerebro. Claro que ella no se imaginaba que fuera a ocurrir una situación como aquella, por dios, nunca en sus diez años le había ocurrido semejante cosa. “Y ahora, todos van a morir” Esa voz no había sido la voz de su pensamiento, esta era burlona y despreocupada, deseosa de verlos sufrir. Vio su mochila recargada en la roca, pero la pasó de largo, era más importante sobrevivir.
Justo en la entrada de la cueva, al idiota de Santiago se le ocurrió tropezar y caer, oportunamente fue frente a ella. Apenas le dio tiempo de frenar, pero sintió que lo que fuera que los estuviera persiguiendo ya estaba detrás.
Dio vuelta para enfrentarse a ella y se topó con el vacío acompañado de rocas sueltas.
– Levántate –dijo a Santiago –. Intenta no volver a caer.
Ayudó a su compañero y juntos salieron hacia la seguridad del exterior. Samanta los esperaba con el rostro desencajado de terror.
– ¿Qué era eso? –gritó con pavor –. Tomaste el anillo y se enojó. ¿Qué hiciste?
Cinthia la ignoró, no estaba de humor para tratar con alguien tan chillón, lo primordial era centrarse en volver a la civilización; aunque con tanto grito y chillido le resultaba imposible pensar en algo que no fuera entrar en pánico también.
– No sé qué carajo, pero estamos bien –dijo lentamente, como si así fuera a calmarlos –. Ahora vámonos de aquí y no hablemos de esto con nadie.
Para que sus palabras cobraran ímpetu, comenzó a caminar en dirección a su casa. Era tarde y debía arreglarse antes de que su padre pasara por ella; sacó el teléfono móvil de su bolsillo trasero y cayó en la cuenta de que estaba empapado.
– Mierda.
El aparato estaba arruinado, ni por obra de un milagro podría hacerlo funcionar. Con un grito de frustración azotó el móvil contra el suelo. No sólo se conformó con tirarlo, también descargó su rabia y miedo contra él; lo pisó varias veces hasta oír un chasquido. Finalmente lo pateó.
Fue tal la fuerza aplicada, que salió volando hasta desaparecer entre la escasa neblina, de donde salió un hombre de barba y facciones duras. Los miró con una ceja arqueada y desconcierto en la mirada.
– ¿Qué hacen aquí? –preguntó con un acento extraño –. Ya es tarde y este lugar puede ser peligroso.
No era la primera vez que se topaba con alguien durante sus paseos vespertinos por el bosque, era algo más bien común, pero a ese hombre jamás lo había visto y, sinceramente, no le daba mucha confianza.
Más bien nada de confianza.
– Estamos bien –respondió segura, de pronto, su ropa empapada comenzó a incomodarle –. Conocemos el camino, ya nos íbamos.
Entre ellos hubo un duelo de miradas, era obvio que el hombre no le creía. Los duros ojos del hombre parecieron ver a través de ella; por un momento creyó que había husmeado en sus recuerdos y se sintió vulnerable ante él. Sin embargo, nunca apartó la mirada.
El sonido del aire cortado los hizo reaccionar, algo pasó corriendo a su lado unos segundos atrás. El sonido se repitió, pero esta vez del lado derecho, por el rabillo del ojo alcanzó a ver una figura borrosa esconderse entre las ramas.
Escuchó un jadeo detrás de ella y se volvió rápidamente. Se trataba de Samanta quien estaba lívida y temblaba incontrolablemente.
Retornó su atención al hombre para despedirse, lo mejor era regresar y fingir que todo estaba en orden.
– Gracias por su apoyo, pero debemos…
Sus palabras fueron interrumpidas por un áspero, lento y profundo gruñido, exactamente el mismo que escuchó en la cueva, excepto que este asemejaba a un ronroneo.
Un grito ahogado salió de la garganta del extraño cuando su pecho fue atravesado por un fino y puntiagudo aguijón. Cinthia logró contener su grito, pero sus compañeras no. El aguijón desapareció y en su lugar se alzó imponente una criatura tan atroz que ni en sus peores pesadillas había avistado.
En tamaño asemejaba a un caballo, pero hasta ahí acababan las similitudes. Cuatro enormes colmillos asomaban de las fauces entreabiertas, un hilillo de espesa saliva corría por la boca y mojaba el plumaje que cubría la piel. Era de un color n***o tan oscuro que ni la oscuridad de una noche sin luna podía compararse. Las orejas se aplastaban contra las plumas que cubrían su cráneo, si no estuviera tan cerca de Cinthia, podría haberlas pasado por alto. Dos cuernos blancos y puntiagudos adornaban la cabeza. Cuatro poderosas patas se aferraban con las garras plateadas al suelo. A pesar de todo, el horror se debió a los ojos; un par de rubíes con una r*****a horizontal como pupila.