El primer rayo de luz entró a su habitación por un espacio entreabierto de las cortinas, oportunamente, fue a parar en su rostro. Despertó con un gruñido molesto, ese era el único día en que podía dormir hasta tarde y el sol la despertaba.
Dos golpes en la puerta entreabierta de su habitación la espabilaron por completo.
—Qué bien que estás despierta —fue el saludo de su padre mientras se acomodaba la corbata—. Como sabes, hoy es un gran día porque firmaré el mayor contrato de mi carrera. Pasaré por ustedes a las ocho para ir a cenar. Por favor, arréglate.
Recalcó la última palabra dándole a entender que no ir presentable no era opción.
—Seguro que sí —respondió secamente, su padre ya se estaba alejando.
Su padre, un hombre de negocios de pocas palabras, no era propenso a decir las cosas dos veces, si no lo hacías a la primera no habría segunda, siempre habría un reemplazo. Aunque eso no aplicaba para ella, al ser hija única, no existía una segunda opción a la cual acudir.
Observó a su padre salir de su habitación: era un hombre fornido, alto, imponente y con una mirada oscura, pesada y dura. Claro que eso desaparecía cuando su esposa estaba presente, le sorprendía ver la armadura de su padre derretirse ante la simple presencia de la mujer con la que decidió casarse. Si eso era el amor, prefería no topárselo jamás, ciertamente ese sentimiento debilitaba a las personas.
Después de unos minutos de espera para que su cuerpo respondiera, se levantó de la cama. Con toda la tranquilidad del mundo salió de su habitación rumbo al cuarto de baño. Nada mejor que empezar el día fresca y limpia.
Cuando el reloj marcó las 9 am, Cinthia salió de su casa con la nube de buen humor sobre su cabeza. Nada, ni siquiera su padre ordenándole vestir decentemente, podía sacarla de su estado tan pacífico. El barrio donde vivía era de los más lujosos y la universidad le quedaba cerca, su padre jamás le compró automóvil porque se enojó cuando Cinthia decidió que no quería seguir los pasos de él para seguir con la empresa y decidió irse por su propio camino: Biología.
Al llegar a su aula, se encontró con Tania quien se hallaba fuera de su salón con un acompañante a su lado. Decidió ver el lado bueno del asunto, un acompañante era mejor que dos. Preparó su mejor sonrisa y fingió estar alegre por encontrarse con ambos.
—¡Hasta que te dejas ver! —Tania se acercó a ella—. Nada más nos toca en diferente grupo y te desapareces.
Cinthia puso los ojos en blanco, sólo llevaban una semana sin verse. Y eso era poco tomando en cuenta que por ese semestre les tocó en grupos distintos con horarios algo variados.
—Exagerada —dijo a modo de saludo, después se dirigió al otro joven—. Hola, Santiago.
El acompañante de Tania la saludó con la mano. Santiago tenía una mata de cabello n***o y un par de ojos castaños que lo hacían lucir como un cachorrito. Lo conoció durante el primer semestre e interactuó con él por vez primera debido a que el joven necesitaba llegar al centro de la ciudad y no sabía cómo usar el metro. Algo normal en foráneos como él; venía de Guanajuato si bien recordaba.
Durante seis meses compartieron estrés, frustración y desesperación por tareas, exámenes y conferencias; lo consideraba un compañero. La alegría de haber terminado el primer semestre con éxito, amenazó con unirlos, sin embargo, Cinthia se resistió.
Lo único que sabía sobre su vida más allá de la escuela, era el divorcio de sus padres y la existencia de dos hermanos gemelos menores. Ahora que lo pensaba, el chico le agradaba un poco, pero prefería mantener distancia entre ellos, sobre todo porque Santiago tenía un primo quien más bien parecía su sombra y ese chico no le agradaba un ápice.
—Entonces, ¿en tu casa saliendo? —preguntó Tania con una radiante sonrisa—. Estoy muy emocionada.
Santiago no lucía muy convencido, y ella, menos aún, pero no podía decirle que no. Por dios, a Tania era imposible decirle que no.
—Claro que sí —decretó con desgano—. Aunque Santiago no se ve muy feliz con la idea. Si les da miedo podemos cambiar de lugar.
—No empieces a poner excusas, Cinthia. Además, ya traje esto. Y se que irán por esto.
De su mochila asomó una botella llena hasta el tope de un líquido amarillento. Alcohol, claro. No es que a ella no le gustara tomar, por supuesto que lo disfrutaba, pero sólo con amigos, no con cualquier zoquete como Santiago.
—¿Irán? Dime que no le dijiste a todo el mundo —tratándose de Tania, seguramente sí.
—Ya te he dicho que tienes que aprender a socializar. Aparte sólo le dije a su primo —señaló a Santiago—, a Fernando, Mónica y Samanta.
—Mi primo no querrá ir.
Suspiró audiblemente, no trató de esconder su molestia, pero a ninguno de los dos pareció importarle. Jugó su última carta.
—Lo malo es que no podrá ser hasta tarde porque tengo una cena importante de mi papá.
—Oh, bueno, no pasa nada, pueden quedarse en mi casa después —ofreció Tania con una sonrisa. Ella vivía con su hermano, así que de haber querido hacer una fiesta, no habría problema. No entendía cómo no es que se la pasaban en ese departamento.
La profesora de Metodología de la Investigación llegó justo a tiempo para dar la clase. Cinthia se despidió sin ánimo de sus compañeros y entró a la tranquilidad de su salón de clase.
Poco a poco, su nube de buen humor se evaporó hasta desaparecer. La clase transcurrió lenta, al final, no supo ni qué estaban viendo.
—Buen fin de semana y no olviden estudiar para el parcial –la profesora les dirigió una gigantesca y tenebrosa sonrisa –. No querrán cursar de nuevo la materia ¿cierto?
Si su intención era parecer graciosa, no lo estaba logrando. Cinthia salió corriendo del salón antes de que recordara de improviso la tarea.
Se encontró con Tania y un séquito en los jardines dónde todos los alumnos iban a descansar. Al verla acercarse, una chica de cabello rubio ondulado y pequeños ojos cafés, le sonrió. Era Samanta y también la conoció en primer semestre. Interactuó con ella varias veces debido a los laboratorios y exposiciones, pensaba en ella como alguien para nada brillante, pero que sabía seguir instrucciones y hacer las cosas bien. A veces eso era más útil que ser un genio al que nada le salía bien en la vida.
No estaba en su lista negra y eso era algo. Sabía que tenía dos hermanos mayores (hombre y mujer) con los que no se llevaba muy bien y tenía el loco objetivo de tener cultivos con hongos comestibles para poner un restaurante de quesadillas cuando salieran de la universidad.
—Mónica no vendrá, pero Fernando sí —dijo Tania mientras rascaba su barbilla distraídamente—. Dijo que lo viéramos en la entrada principal.
Cinthia asintió y caminó hacia la salida. No conocía a la tal Mónica, pero dudaba que fuera agradable.
Llegaron a su casa en punto de las tres de la tarde, una buena hora para adentrarse en el bosque. Una idea iluminó su cabeza, podría llevarlos a la cueva del día anterior, de esa forma le demostraría a su estúpida mente que no había nada que temer, los insectos eran asquerosos, pero no peligrosos. Y era una simple cueva, nada peligroso.
Una impaciencia por adentrarse en el bosque la invadió repentinamente, ahí dentro todo era mejor; más natural, más tranquilo, más irreal. Dio dos pasos al frente y se detuvo en seco. Recordó el rostro blanquecino, su mirada apagada y su cabello tétrico. ¿Y si era alguien que vivía escondido en el bosque? ¿Un asesino o alguien parecido?
—¿Estás bien? –preguntó Samanta –. Te ves rara.
—Todo está bien, me distraje.
Sin detenerse a pensar en algo que posiblemente era irreal, caminó hacia el bosque.
Decidió no llevarlos a la cueva, probablemente no la encontraría y sólo perderían tiempo, así que los llevó a un claro tranquilo y fácil de encontrar. Así no tendrían problemas para regresar.
—¿Trajiste la botella? —sin verlo, reconoció la voz de Fernando, el chico que siempre quería tomar—. Porque sólo por eso vine.
—Obvio, jamás dudes de mí.
Fernando fue la primera persona con la que habló al entrar a la universidad. Por unas semanas se llevaron bien, pero después el chico sacó a relucir su enamoramiento con el alcohol y Cinthia decidió poner distancia. Le caía bien, pero no lo suficiente para querer entablar relación profunda con él.
—Es lindo y perfecto para embriagarnos —dijo Tania con una felicidad que ella estaba lejos de sentir—. Deberíamos venir aquí más seguido.
Cinthia pensó que no deberían volver ahí jamás.
Formaron un círculo en medio del claro y abrieron la botella. Durante un segundo pensó en no beber, pues era la única que conocía el camino de regreso a la civilización, pero incluso dormida, podría regresar sin problemas.
El primer trago le raspó la garganta, no era tequila lo que estaba en la botella, era ron. Estaba menos acostumbrada a eso. Pronto, como cualquier reunión para embriagarse, comenzaron a decir tonterías y a reír por cualquier cosa, incluso ella se relajó y comenzó a sentir mucho más agrado hacia sus compañeros.
—Deberíamos jugar algo —dijo Samanta sonriente, de todos era la que menos había bebido—. No traje cartas.
—No seas tonta, Sam —dijo Tania—. Hemos jugado tantas veces que ya no será divertido.
—Podemos contar historias de terror.
Santiago dio una propuesta mejor, pero a Cinthia ninguna le convencía. Tania expresó sus palabras.
—Estás peor, Santiago, eso es demasiado cliché.
—Bueno, al menos que Cinthia cuente la leyenda de este lugar, me da curiosidad y vine para ver qué tanto miedo daba.
Cinthia puso los ojos en blanco, a los niños como él, siempre les daba curiosidad las típicas historias de bosques embrujados y asesinos enmascarados. Santiago era apenas dos años menor que ella, pero sentía que era mucho más joven. Lastimosamente, la leyenda era de todo menos de miedo.
—No es la gran cosa —dijo restándole importancia con la mano, el alcohol nublando su mente le hacía ser más extrovertida—. Pero si insistes, les contaré. “Hace mucho tiempo, en la época colonial, un soldado español se adentró a este bosque en busca de la cura para su amada. Su amada estaba muy débil y al borde de la muerte, así que la llevó con una curandera quien tenía fama de utilizar métodos poco comunes para sanar a la gente. Dicha curandera le dijo al soldado que la única forma de salvar a su amada era bebiendo una infusión hecha de una extraña y endémica planta del bello bosque en donde estamos. Por supuesto, encontrarla era muy difícil y peligroso, en ese entonces esto no era tan civilizado; había animales peligrosos y era mucho más frondoso, perderse era más que viable. Aun así, el soldado estaba dispuesto a todo por salvarla, así que se adentró en el bosque y a pesar de tener todo en contra, logró hacerse con la planta que salvaría la vida de su amada. Volvió a la choza de la curandera, pero entonces ya era demasiado tarde; su novia estaba muerta. En un arranque de locura tomó un cuchillo y degolló a la curandera y a dos indígenas que estaban con ella. Se dice que antes de tomar la vida de la curandera, ésta lo maldijo prohibiéndole descansar en paz y lo convirtió en un terrible monstruo sediento de sangre condenado a vagar por este bosque hasta el fin de los tiempos.”
El silencio cayó sobre su círculo, era aplastante y tétrico, justo como lo odiaba. No era una leyenda tenebrosa, era más bien romántica, no entendía como les había causado impacto.
—Eso no es de miedo, es de amor —dijo Santiago con una mueca—. Creí que me orinaría encima o algo por el estilo, la historia no me gustó.
—Te dije que no era la gran cosa.
—Hace mucho frío —Samanta se abrazó a sí misma—. Bastante, más bien.
Tenía razón, la temperatura disminuyó considerablemente y el sol comenzaba a despedirse. El familiar aullido del viento hizo acto de presencia al acariciar sus hombros y brazos desnudos, cualquier inquietud que tuviera desapareció. Cinthia dejó entrever una sonrisa, al fin estaba en su elemento.
—Dame la botella –dijo Fernando casi arrebatándosela a Tania –. Su intento de historia de terror me quitó lo ebrio, necesito tomar más.
De un trago, le bajó varios centímetros a la botella. No pudo evitar pensar que ese chico debía tener el hígado algo jodido.
—Dicen que no les da miedo, pero si se encontraran de frente con esa bestia apuesto a que se mearían encima —declaró Samanta con un dejo de superioridad.
Y era la verdad, cualquier vistazo a la supuesta bestia y saldrían gritando. Como siempre, comenzaron a discutir sobre el tema, Cinthia los dejó debatir en paz, a ella le valían sus opiniones, generalmente nunca le aportaban información útil.
Echó un vistazo al cielo, perdía color a cada momento. Escuchó un susurro a sus espaldas que la sacó de su ensoñación, al voltear, se topó con el bosque, solitario e intimidante para cualquier novato. Estaba por centrarse de nuevo en sus acompañantes cuando una figura llamó su atención. El rostro sonriente devolvió su mirada y esa vez estaba segura de que era real, le dedicó una sonrisa ancha y le guiñó un ojo. Entonces desapareció.
—Vámonos de aquí —ordenó sin lugar a excusas—. No olviden nada.
Las voces de sus compañeros callaron y la observaron detenidamente. Bola de inútiles, ordenó que se fueran y sólo la observaban como poseídos. Para meter presión, tomó su mochila, dio media vuelta y dio unos pasos vacilantes hacia el bosque. El rostro sonriente estaba por ahí… A menos que no haya estado nunca.
—No se separen, de noche es difícil encontrar el camino.
Escuchó a Santiago susurrarle algo a Samanta y luego risas, probablemente se estaban burlando de ella, pero no importaba, sentía la necesidad de salir de ahí cuanto antes. Estaban llegando a la cuesta por donde tropezó la noche anterior cuando un pájaro pasó volando muy cerca de su rostro. Esa vez gritó y se sacudió para concentrarse de nuevo.
—¿Qué chingados? —dijo Fernando observándola como si estuviera loca—. ¿Estás bien?
—Sólo fue el pájaro, me distrajo por…
Un jadeo muy fuerte la interrumpió. Santiago estaba hincado con una mano sobre el pecho, sus respiraciones agitadas hacían eco en el bosque. Al menos era mejor que el silencio.
—¿Qué pasa?
—Es el calor, es demasiado, creo que voy a deshidratarme.
Cinthia comenzó a alarmarse. Ella había pasado por lo mismo y si estaba en lo cierto, entonces…
—Tengo comezón.
Santiago comenzó a rascar su nuca, el cuello y ambas muñecas, en medio de todo eso, seguía diciendo que necesitaba agua. Estaba por sacar una botella de su mochila, cuando su compañero se levantó de un brincó y corrió cuesta abajo.
—¡Santiago! ¡Espera!
Pero Santiago no escuchaba, siguió corriendo hasta desaparecer entre los árboles. Cinthia salió corriendo tras él y a juzgar por el sonido de las pisadas, los demás la siguieron. Finalmente se detuvieron a las afueras de un lugar al que según ella, no pensaba regresar jamás; el miedo la invadió al ver a Santiago correr al interior de la cueva.
Tal vez, en otras circunstancias, no habría sentido temor al ver a su compañero desparecer en la oscuridad, pero alcanzó a ver entre los árboles, el ya familiar rostro blanquecino y esa vez no estaba sonriendo.