Capítulo 1

1683 Words
El ocaso nunca fue tan bello para Cinthia como en ese momento. Los rayos del sol ardían intensamente detrás de la colina verde mientras luchaban por permanecer un segundo más sobre la faz de ese hemisferio del planeta. Poco a poco, la luz del sol desapareció detrás de la colina para sumir el paisaje en una profunda y creciente oscuridad. El aullido del viento adoptó un tono de agónica melancolía, resultaba casi molesto para Cinthia, si no supiera que aquel lamento era provocado por el aire entre los árboles, pensaría que un animal herido suplicaba a la muerte un final piadoso. La temperatura disminuyó considerablemente desde que tomó asiento en aquella saliente cuyo precipicio daba a un conglomerado de rocas unos metros por debajo; olvidó salir de casa con una chamarra y su cuerpo ahora le reclamaba. Decidió darse un minuto para juntar la fuerza de voluntad suficiente para ponerse en pie y caminar de vuelta a casa. Amaba la soledad, estar únicamente con sus pensamientos y reflexiones le daba un ápice de sentido a sus interminables días repletos de gente a la que difícilmente soportaba, sabía que debía ser tolerante, sobre todo por el hecho de que la convivencia era parte de la naturaleza humana. Y ella era humana. No era su culpa, lo sabía. Al menos no del todo. Sus padres, desde su infancia tan ausentes, la acostumbraron a valerse por sí misma y a preocuparse por salir adelante con o sin ayuda: Su papá, un hombre de negocios con una empresa poderosa sin ser un imperio invencible, no tenía tiempo para tratar con una hija, solo fin de semana y cuando era absolutamente necesario. Su madre; una mujer superficial y acostumbrada a los lujos, prefería tomar largas sesiones en el spa y de compras a cambiar pañales, enseñar a hablar o jugar con una preescolar. Al menos sabía que el no tener amigos era una culpa repartida. Su soledad e intolerancia estaban casi justificadas. Aunque no negaba que de vez en cuando fantaseaba con tener uno que otro amigo con el cual desahogarse cuando lo requiriera. Y lo tenía… Hasta que la distancia fue más fuerte que la amistad. Su teléfono móvil vibró en el bolsillo trasero de su pantalón de mezclilla y se sobresaltó. Generalmente, aquel recóndito lugar no contaba con buena señal, si alguien quisiera contactarla tendría que ir en su busca y encontrar un camino en medio de la maleza no era cosa fácil. Incluso ella, quien iba y venía de ahí desde los diez años, le tenía respeto al espesor del imponente bosque. No le daba miedo, no cuando su infancia la vivió ahí, no cuando la melodía del viento la acompañaba a diario y no cuando encontraba consuelo en la tierra firme. Se trataba de un mensaje de texto, una compañera a la que conoció el semestre pasado; Tania, preguntaba si seguía en pie el plan del día siguiente. Cinthia soltó un audible suspiro, aquella chica le agradaba, poco más de seis meses transcurrieron desde que la vida decidió juntarlas y podía decir que estaba desarrollando una especie de aprecio hacia ella, pero la necesidad de esa chica por querer convivir y pertenecer a un grupo era irritante. Cinthia disfrutaba de una buena noche de baile y un par de copas, únicamente si la pasaba con gente de confianza, los cuales, escaseaban. Salir con Tania significaba salir con otros chicos de la universidad y eso apenas lo soportaba. Pero Tania también era alguien a quien no se le podía negar algo y si ella quería ir a beber al bosque para bailar, reír y oír historias de terror, Cinthia no la podría parar. Sinceramente, esperaba que hubiese olvidado aquel trato, pero al parecer no. Decidió no contestar. El crujido de las hojas secas bajo sus pies la acompañó durante el camino de regreso a casa. Al llegar a una pendiente sumamente empinada, una ardilla se cruzó en su camino provocando un sobresalto y un grito. Retrocedió de un brinco y su tobillo golpeó con una roca, el dolor fue intenso pero soportable, sin embargo, la distrajo lo suficiente como para hacerla caer cuesta abajo. Rodó hasta que su espalda golpeó un tronco el cual le cortó la respiración por un instante. Estuvo tirada en el piso durante un par de minutos en lo que se reponía y el dolor en su hombro aminoraba, cuando sintió que las fuerzas regresaban a ella, se puso de pie y recargó su mano en el árbol más cercano. Inmediatamente supo que algo extraño ocurría. El suelo no tenía hojas, estaba liso; carente de marcas de pisadas o irregularidades. Un silencio aplastante cayó sobre aquel lugar y le provocó escalofríos; ni siquiera el viento soplaba. Pronto la invadió una terrible sensación de comezón; en los brazos, en los muslos, en la espalda y en el cuello. Su pulso se disparó y sus respiraciones aumentaron de frecuencia. El calor era excesivo. Corrió, ignoró el dolor en el tobillo y en el hombro, lo único que deseaba era deshacerse de aquel sofocante calor que le arrebataba la respiración. Llegó a una especie de cueva, la roca estaba húmeda, así que pensó que un cuerpo de agua estaría cerca. Entró sin dudarlo y se sumió en la oscuridad. Unos segundos después, la comezón cedió y su piel refrescó; poco a poco recuperó la postura. Se recargó en la piedra helada y dejó que el frío recorriera su cuerpo. Tomó un par de respiraciones profundas antes de adentrarse en la cueva. No recordaba ese lugar, nunca lo vio, menos aún entró. A pesar de ser tétrico, era cautivador, pues su mente le gritaba que lo mejor era salir de ahí y, aun así, no podía dejar de caminar más al interior. Algo duro cayó sobre su hombro sano y gritó. Era un ciempiés y se dirigía hacia su cuello. Con dos golpes de la mano logró tirarlo, pero la sensación de sus patas cosquilleando en la piel de su brazo persistió durante unos segundos más. Dio media vuelta y volvió sobre sus pasos, no sólo era una irresponsable por meterse en una solitaria cueva llena de insectos, si no que al ir sola al bosque se arriesgaba demasiado; podía encontrarse con una banda de ladrones o incluso con asesinos, los violadores no se quedaban atrás, cualquiera podría haberse topado con ella y su vida habría terminado en un parpadeo. Si de algo estaba segura, era que jamás volvería a adentrarse sola a cuevas desconocidas. “Pero lo harás” Cinthia se detuvo en seco, esa no había sido la voz de su pensamiento. Sintió una mano recargarse sobre su hombro y gritó. No volteó hacia atrás y jamás aminoró el paso. Las ramas hicieron algunos rasguños en sus brazos, pero no le importó. Ella corrió y corrió hasta llegar a los límites del bosque…y entonces miró sobre su hombro: Nada. Aún así, no paró hasta llegar a la seguridad de su casa. – ¡Cinthia! –su madre le lanzó una mirada horrorizada al verla llegar –. Mírate, estás toda sucia. ¿A dónde fuiste? – Al jardín botánico por unas plantas para una práctica. Su madre se encogió de hombros y continuó con su tarea de dejar reluciente cada superficie en la casa. Mientras se tratara de la universidad, su madre no la molestaría. Ella era una buena ama de casa, sus metas en la vida fueron casarse y tener hijos, lo logró. Ahora se dedicaba a disfrutar cada lujo. Sabía que deseaba lo mismo para Cinthia, pero Cinthia dudaba poder enamorarse alguna vez. Una vez en su habitación, revisó su teléfono una vez más. Tenía otro mensaje de Tania: “Tomaré eso como un sí”. Cinthia casi gritó de frustración. Se supone que el beber en bosques es tabú. En las películas de terror siempre morían los jóvenes de alguna forma macabra cuando se aventuraban a la naturaleza y aunque esa no fuera una película, Cinthia pensaba que había mejores lugares para emborracharse. A veces se preguntaba realmente por qué seguía siendo amiga de ella. Tal vez por su ingenio y porque al parecer Tania la soportaba bien a ella. Aquella noche fue difícil conciliar el sueño, no sólo estaba inquieta por la tarea de Metodología de la Investigación, la cual no había hecho, sino que también estaba el asunto del ciempiés en su brazo; recordaba aquellas minúsculas patas rozando su piel, aquel cosquilleo pegajoso recorriendo cada centímetro de camino hacia su cuello. En cuanto cerraba los ojos, el ciempiés volvía a su brazo y subía cada vez más hasta llegar a su cuello, se enrollaba en él hasta asfixiarla y mientras, sus cientos de patas hormigueaban en su piel. No iba a poder dormir, no hasta quitarse esa terrible imagen de la cabeza. Se levantó de la cama y se asomó por la ventana, observar el paisaje generalmente la relajaba. La luna en cuarto creciente blanca y brillante pendía en lo alto del cielo oscuro adornado con titilantes estrellas; el viento soplaba sacudiendo las hojas de los árboles… y un rostro blanquecino le sonreía al otro lado de la acera. Retrocedió de un salto y dio un grito ahogado. El rostro no hacía más que verla. Cinthia cerró los ojos por unos segundos, cuando volvió a abrirlos, el rostro había desaparecido. Un segundo después, la sensación de picazón volvió de improviso, esta vez más intensa. El calor subió por su rostro hacia su cabeza, pudo haberse arrancado el cuero cabelludo. Sin pensarlo, abrió la ventana, el chirrido fue agudo y molesto, pero no le importó, lo primordial era que el aire fresco apaciguara el abrumador calor. El miedo y la incertidumbre comenzó a invadirla rápidamente, pero se controló. Cerró la ventana de un tirón, mientras pensaba que estaba actuando inmaduramente. Ya tenía veinte años, no podía asustarse por un rostro que seguramente fue producto de su imaginación. El bosque siempre fue seguro, nunca le pasó algo malo. Nada ni nadie le impediría meterse ahí todas las veces que quisiera y menos el miedo causado por un estúpido ciempiés.
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