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Antología

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Blurb

Dos almas enamoradas jamás verán fronteras. Un libro donde el amor verdadero, el honesto, el entregado, no siempre tiene su eterno final feliz. Sin embargo, la aventura del amor y el poder de la muerte se verán reflejados en estas historias.

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Historia 1: Sídney y Kodi
―¿Cuál es el menú de hoy? ―preguntó Kodi, al acercarse la joven hasta su mesa aledaña a la ventana. La chica de unos veintiún años extrajo una libreta y bolígrafo del bolsillo frontal del delantal, ojeó algunas páginas llenas y llegó al lugar donde estaba escrito el menú del día. Aclaró su borrosa visión y corroboró lo que su mente olvidó. ―Hamburguesa de queso cheddar con tomate y lechuga, acompañada de una soda de frambuesa. Como postre: tarta de queso con sirope de arequipe. Kodi se encontraba indeciso sobre asistir a la cena en casa de su tía o quedarse a disfrutar una deliciosa hamburguesa en alguna parte de Oklahoma, esa calurosa tarde de abril. La indecisión provocaba caos en su vida, sacándolo de confort. Sin buscarlo, el tic nervioso en su dedo derecho comenzó a propagarse por su cuerpo, provocando que sujetara su mano para evitar que la mesera lo notara. A veces culpaba al abrasador calor o al frío invernal, cuando en realidad era culpa del estrés. En ese momento, la culpa de todos sus males llevaba un solo nombre: Denisse. ―¿Quieres algunos minutos para pensarlo? ―preguntó la joven. Kodi elevó la mirada del salero que reposaba en el centro de la mesa y visualizó el nombre de la chica: Sídney, marcaba el gafete en grandes letras doradas. La chica era bastante bonita, pero debido al desordenado cabello y las manchas de salsa en su ropa, la convertían en un extraño espécimen para alguien como él, teniendo una novia tan bella como Denisse. ―No. Quiero eso. La joven asintió y se retiró a dejar la orden en la cocina, colgándola de un girador en la barra principal. Posteriormente Kodi la atisbó atendiendo otra mesa, con la idéntica mirada perdida y la misma lectura del menú. Él pensó: ¿cómo era posible que no recordara el menú si tantas personas le decían que lo recitara varias veces al día? Era algo improbable e imposible de asimilar. Dejando eso de lado, Kodi extrajo el celular del bolsillo del pantalón, y tras desbloquearlo, pulsó algunos números. Su mandíbula temblaba en espera de la voz al otro lado del auricular, clamando para que Denisse calmara sus nervios. ―Hola. ―Hola ―saludó Kodi, forzando sus palabras. El silencio se cernió sobre ellos, en los que eternos segundos le recordaron el calvario que estaba pagando por cometer un bizarro error. Un único error que le costaba la relación por la que tanto luchó y de la que se sentía orgulloso. ―¿Por qué llamas, Kodi? ―inquirió ella. ―Yo... lo siento mucho. Kodi esperaba que ella respondiera. Largos segundos rompieron sus tímpanos. ―¿Es todo lo que dirás? ―indagó de nuevo. Kodi apretó su mano libre, arrugando la servilleta que en ella reposaba, deseando rasgarla y volverla añicos, pasándole un poco de la ira que albergaba. ―Quiero verte, Denisse ―le suplicó Kodi―. Déjame arreglar las cosas, cariño. ―¿Realmente crees que lo nuestro tiene solución, Kodi? ¡Me lastimaste! ―Lo sé ―admitió, golpeando su frente con algunos dedos. ―Estoy ocupada, Kodi. No me busques... Por favor, no me llames. ―Quiero explicarte. Las cosas no sucedieron como crees... ―¡Basta! ―exclamó―. Nada de lo que digas me hará cambiar de opinión. Kodi sabía que había cometido un error garrafal al dejarse besar por la mejor amiga de su novia... ahora ex novia. Fue un momento de debilidad, algo efímero que rasgó la felicidad que tanto le costó construir. Él estaba borracho y su amiga era alguien... resbaladiza, provocando que el alcohol hiciera estragos y la imaginara como Denisse, equivocándose de labios, rostro y corazón que lastimar. Denisse era lo mejor que le había pasado en años, era el motivo de su sonrisa y, en ese momento, el de sus lágrimas. Denisse se estaba marchitando por dentro y todo por su jodida culpa. ―No me odies, Denisse ―susurró con dolor en las palabras. Podía escuchar su dolor a través de la bocina, como sollozaba a la ligera y evitaba respirar para no romper en llanto. Él era el causante de las lágrimas en sus párpados, del dolor en su pecho y del engaño que deambulaba de boca en boca. ―Perdóname ―suplicó Kodi una vez más. ―No, Kodi... que te perdone Dios ―añadió antes de colgar. Dejó que las palabras de Denisse rompieran la poca esperanza que aún albergaba en lo profundo de su ser. Kodi era prisionero de su propio destino; uno incierto, estipulado en la rueda de la fortuna. Desconocía lo que el mundo tenía preparado para él, pero por los recientes acontecimientos, sabía que el karma estaba sobre él. Bajó la mirada y apretó el celular hasta sentir el metal crujir, más este permaneció intacto entre sus manos. Unos pasos se acercaron hasta su mesa y dejaron un plato con una soda, elevando el vapor e impregnando su nariz del delicioso aroma a queso fundido. ―Su pedido ―espetó la joven, con una leve sonrisa. ―Gracias ―articuló Kodi, desanimado. _____________________ Sídney observó al joven desde el instante que entró a la cafetería y se sentó en su mesa favorita. Su aura interna irradiaba devastación y tristeza, tal vez por alguna pérdida familiar o económica. Y aunque intentó alejar sus ojos de él, algo la atraía a esa mesa junto a la ventana. Haciendo caso omiso a las ganas de mirarlo, Sídney revisó sus otras mesas y llevó un batido de chocolate al pequeño Sami. Ese adorable niño llegaba cada día a la misma hora después de clase, se sentaba en su mesa y ordenaba el batido. Algunos minutos después el pedido del joven estuvo listo: una hamburguesa de queso fundido. Su abuela le pasó el caliente plato y Sídney se acercó hasta su mesa, considerando que estaba algo devastado por la llamada que recién terminaba. Al Kodi elevar la mirada, Sídney profundizó sus grandes ojos negros, tan oscuros como una noche sin luna, observándola, cuando en realidad no lo hacían. Ella le sonrió pero él no la devolvió, quedándose con su hermosa sonrisa. ―¿Cuánto es? ―preguntó Kodi, extrayendo la billetera. ―La casa invita. ―¿Por qué? ―indagó, entrecerrando los ojos. ―Porque una deliciosa hamburguesa puede sanar un corazón herido y presiento que el tuyo lo esta. Además, es la primera vez que vienes por aquí y la primera hamburguesa o cualquier pedido, es completamente gratis. Así que disfrútalo. Kodi deslizó una sonrisa forzada, evitando quedar como un amargado. ―Para arreglar el mío necesitaría comprar media cafetería. ―Si aseguras mi trabajo, podría conseguirte un descuento con la dueña. Esa vez no fingió. La audacia y chispa que poseía la joven le provocó una sonrisa auténtica. Kodi quiso reír en una profunda carcajada, pero guardando la compostura soltó una ligera sonrisa estruendosa, causada por la personalidad de la mesera. No esperaba que alguien ajeno a su círculo lo hiciera reír. ―Trato hecho ―pronunció Kodi. ―Genial. ¡Buen provecho! ―Gracias. Sídney sonrió y se alejó, encaminándose a otra mesa donde una pareja acababa de sentarse. Los atendió y recitó lo mismo que le decía a cada uno de los clientes en cuanto llegaban. La joven pareja pidió lo mismo que el muchacho, el cual, sin pudor, devoraba la hamburguesa en la mesa junto a la ventana. De camino a la barra, Sídney sentía como su corazón palpitaba a una estrepitosa velocidad, lo cual era irracional. No sabía ni el nombre del joven, menos por qué la alteraba de esa manera, evocándole cosquillas en el estómago. _____________________ Kodi degustó la deliciosa hamburguesa mientras observaba a la joven deslizarse como una bailarina por toda la cafetería. Llevaba años visitando diferentes partes de Oklahoma, pero era la primera vez que entraba en esa cafetería, captando su atención después que un compañero de clase la recomendara. A pesar de la sonrisa que la joven le extrajo de lo profundo de su ser, no podía olvidar el profundo dolor que le provocaba Denisse, cada segundo que recordaba sus ásperas palabras y la manera poco ortodoxa de terminar la relación. Él entendía porque estaba tan molesta, pero debía darle la oportunidad de explicarle cómo sucedieron las cosas. No podía irse a las primeras y dejarse llevar por simples chismes de pueblo. Sabía que después de explicarle le daría la razón y estaba seguro que volverían a ser la pareja feliz que fueron durante tres años, no los enemigos que ella pensaba levantar en medio de ellos, por culpa de un alcohólico beso. _____________________ Sídney trabajó hasta altas horas de la noche. Cuando las campanas de las diez treinta resonaron a través del pequeño lugar, se quitó el delantal y subió a su habitación, quitándose un gran peso de la espalda al terminar un día de trabajo en total normalidad. La cafetería pertenecía a su familia desde que tenía uso de razón, solo que desde un par de meses atrás trabajaba en ella. De niña, era el lugar más asombroso existente, con los pisos de cerámicas de colores, los taburetes rojos, la rocola... Era toda una experiencia pasar las tardes en ese lugar. En ese entonces, cuando tenía veintidós años, iba a la universidad y debía pagar el costo de sus estudios, ya el lugar no era tan espectacular como lo recordaba. Era solo un lugar más, lleno de grasa, suciedad y olores encontrados. Sídney soltó su alta coleta y buscó la toalla en la silla junto a su cama, conduciéndose hasta el baño. Tras darse una larga y relajante ducha, se acostó en la suave cama, respirando profundo y sintiendo como su pie comenzaba el tic habitual que la acompañaba todas las noches desde un par de años atrás. Sídney sentía como sus nervios se contraían, volviéndose rígidos como rocas. A medida que pasaba el tiempo sus dedos temblaban con una frecuencia más alarmante, palpitando más de lo normal. Durante las noches rememoraba todo lo sucedido en el día, sintiendo como órdenes sencillas de un vaso de agua o un café n***o se perdían en su mente, anotando cada minúsculo detalle en la libreta que mantenía en los bolsillos del delantal, porque si no lo hacía, antes de llegar a la cocina lo había olvidado por completo. La enfermedad la degeneraba a una velocidad palpitante, tan rápida como el correr de un felino o las gotas de lluvia en una sorpresiva tormenta. Sídney sabía que no tenía mucho tiempo antes de postrarse en una cama, una silla de ruedas o perder todas sus facultades por completo, cercenándose a una desgarradora y pronta edad. Fijó la mirada en el techo de su habitación, repleto de estrellas fluorescentes... esas que se recargaban con luz artificial y en la oscuridad brillaban con intensidad. Sídney quería ser como una estrella. Deseaba creer que cuando el mundo la golpeara seguiría brillando y no perdería la única cosa que la volvía única y diferente al resto de las jóvenes que conocía. Pero esa noche, lo que Sídney más deseaba, era no morir.

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