CAPITULO I: EL LATIDO DE LA TREGUA
El frio que llegaba de las afueras de Londres, se colaba sutilmente en la gran Hacienda El Edén, el único testigo de la emoción que se le colaba en los huesos a Katrina. Sentada junto a la ventana de la biblioteca, apuraba las últimas líneas de su diario antes de que Arthur regresara de las caballerizas. Ya había anotado sobre Patrick, su pequeño milagro de cabellos castaño oscuro y ojos azules grisáceos como su papá Arthur, y el dulce secreto del nuevo bebé. Solo faltaba una reflexión más sobre la urgencia de su vida. Escribió con la pluma deslizándose sobre el papel: —Hoy veremos a nuestro bebé por ecografía, y estoy contenta de hacer el viaje a la ciudad, pues puedo asistir a la Academia de Arte donde ya estudio Danza. Un latido más que suma a esta vida que estoy construyendo. Siento que el Edén es el único lugar donde mi felicidad puede ser real, aunque Arthur aún dude de sus muros.—
Katrina cerró el diario y lo deslizó bajo la pila de libros justo cuando la puerta de la sala principal se abrió. Arthur entró en la Hacienda, trayendo consigo el aroma potente y limpio de los establos que formaban parte de su propiedad. El aroma a establo, vestigio de su pasión ecuestre, se disipó con la ducha que compartieron; un ritual de conexión rápida que sellaba la transición del mundo exterior a la burbuja de su hogar. En la mesa, el vapor del Estofado Wellington con reducción de Oporto, preparado por la eficiente cocinera Alice, creaba un ambiente íntimo y seguro. —Estaba pensando en la boda, mi amor —dijo Katrina, sirviéndose un poco más de las finas viandas, con una intensidad inusual en sus ojos verdes—. Quiero que Samuel me acompañe del brazo. Fue nuestro ángel y abogado en todo lo de Kevin y Maximiliano. Nadie más tiene el derecho. Arthur asintió, su sonrisa suave pero firme. Su rostro proyectaba una calma que Katrina necesitaba. —Es perfecto, Tesoro. Samuel tiene un lugar de honor. Y sobre los padrinos, sabes que mi madre, Elizabeth, será la madrina. —Claro que sí. Y mis damas de honor serán Brunella, Molly y Marie Josephine. Ah, y el encargado de los anillos será el hombre más guapo de la casa —dijo Katrina, mirando a Patrick, que balbuceaba con entusiasmo. Luego vino el debate crucial: el lugar. —Arthur, quiero que sea en la Hacienda "El Edén" —dijo Katrina, su voz se hizo firme, defendiendo su hogar—. Es nuestro lugar, lo hemos reconstruido. Arthur suspiró, la incomodidad palpable. —Katrina, sé lo que el Edén significa, pero... mi madre insiste en el Hotel Hilton de la ciudad. Dice que el Edén no tiene la infraestructura para una boda social. Sabes cómo es Elizabeth: cincuenta años, cabellos negros, ojos azules penetrantes, porte regio, estricta. —No. Quiero el Edén —replicó Katrina, bajando el tono, pero con un filo de acero—. Y nada de Wedding Planners. Lo haremos con mis amigas. Y... Arthur, tenemos que casarnos antes de que se me noten los tres meses de embarazo. La urgencia era clara. Arthur entendió que la velocidad era ahora su prioridad.
Más tarde, en el consultorio privado en el centro de Londres, la Doctora Melina Melitón les sonrió. Melina, con su belleza fría y afilada, y la vieja llama de atracción que Arthur siempre ignoró, procedió con la ecografía. El sonido amplificado llenó la sala. Un latido. Fuerte, firme. Melina sonrió, aunque con una punzada apenas perceptible en su mirada hacia Arthur. —Felicidades. Es pronto para saber el sexo, pero por los síntomas de Katrina, tal vez sea una niña. Es una teoría, claro —dijo Melina, y luego, con una pausa innecesaria, se dirigió a Arthur—. Tendrás que cuidarlos mucho, Arthur. Es un trabajo duro, ¿no crees? Katrina sintió la tensión. Dejaron atrás el ambiente tenso y recogieron a Patrick. En el centro comercial, la alegría regresó. Pero en medio de la dulzura, Katrina rompió la tregua: —Te enteraste que Lenna Linz regresó a Londres —dijo Katrina, fingiendo desinterés. Arthur detuvo su mano. Su expresión se cerró. —¿De dónde sacas eso, Katrina? ¿Molly te ha estado dando información de nuevo? —No comiences a evadirme. Lenna está aquí. ¿La has visto? —No comiences, Katrina.
En la soledad de la noche, de vuelta en el Edén, Katrina no podía conciliar el sueño. La tensión con Arthur y la mención de Lenna era insoportable. Se levantó y tomó su diario, pero la mente la traicionó. Su mente viajó a la oficina de n***o Maciel, una noche en la que la lealtad se disfrazaba de placer y privilegio. Ella no había sido solo una víctima. Había sido "la favorita". El aire denso por el humo, las luces bajas y el olor a whisky. Él la tenía apretada contra el sofá de cuero, su mano fuerte aferrada a su cintura. Katrina, envuelta en risas alimentadas por el alcohol, movía sus caderas al ritmo de su voz ronca. —Vamos, mi estrella. Eres la única que entiende el negocio... y que entiende lo que me gusta —murmuró Maciel, y la nalgeó con una fuerza que no dolía, sino que sellaba su dominio. Katrina rió, la adrenalina corriendo. Maciel no esperó respuesta. La tenía apretada contra el sofá, él encima de ella, una masa dominante de poder. —Muévete, gatita. Muévete, gatita, —susurró, con la voz gruesa, y la nalgeó con brutalidad rítmica. La risa de Katrina se quebró en un grito, una mezcla de placer e histeria alimentada por el alcohol. Maciel sonrió, satisfecho. Con el pie, subió el volumen de la música tan fuerte que el bajo vibró en el suelo, ahogando cualquier sonido que pudiera escapar de los labios de Katrina. Cuando la tensión se hizo insostenible en el sofá, Maciel, con un movimiento brusco, la levantó y la arrastró al baño contiguo. Allí, contra el frío mármol, la posesión continuó, sus gemidos resonando en el eco de las baldosas. No era suficiente. De nuevo, la llevó al escritorio, donde los documentos y el poder eran profanados por un acto aún más violento. Luego, para asegurar que su "gatita" no decayera, deslizó una fina línea de droga sobre la superficie pulcra. —Toma. Para que sigas con el fuego. Para tu jefe —ordenó, con la mirada ardiente. Katrina, con el cuerpo entumecido y la mente acelerada, se inclinó. La droga hizo efecto rápido, borrando cualquier rastro de inhibición, transformando el miedo en una sumisión voraz. Él le acarició el pelo, y con una orden apenas audible, ella le practicó sexo oral, mecánica, desprovista de alma, un espectáculo de servidumbre en la penumbra de la oficina. Era un acto de poder y sumisión, donde ella gritaba y él controlaba cada movimiento. De repente, la voz grave de Arthur rompió el flashback. —Katrina, ¿qué haces despierta? —dijo con voz grave, acercándose—. Vuelve a la cama. Ella cerró el diario con un golpe seco. Arthur la guió de vuelta al colchón. La abrazó, y el calor de su cuerpo era la única verdad. —Katrina, mírame. Yo soy tu hombre. El que te sacó del infierno de Maciel, no una, sino dos veces. Soy el padre de Patrick y de esta semillita- —Arthur le acarició el vientre sellando la realidad con un beso en su frente.- Quiero casarme en el Edén antes de que se me note la panza. Lo quiero formal, limpio. Ya tengo el anillo. Quiero la boda en dos meses. —Dos meses, entonces. Cásate conmigo en dos meses —aceptó Arthur, su voz resonando con una resignación cariñosa.