Estaba mirando perdido en el horizonte, miraba con sus sueños y sus anhelos puestos al lugar de llegada, lo último que quería era cumplir con el mandato de su padre: un matrimonio forzado que respondía a los intereses familiares; una mueca de dolor y fastidio se le dibujó en el rostro; tenía miedo por cómo sería su futuro, pero era lo suficientemente orgulloso como para reconocerlo frente a alguien, se sentía defraudado porque pensó que al menos esta vez, su madre intentaría ayudarle, en lugar de eso se comportó con la misma sumisión de siempre, mostrándole el cuello a su alfa y acatando las órdenes para luego llorar a escondidas. Viajaba solo, se sentía algo nervioso precisamente por eso, ser un omega de 16 años en un trasatlántico no era la mejor de las situaciones, agotado de discutir con su padre un alfa pura sangre de 60 años, pegado a la antigua norma, donde los omega no valen nada y solo sirven para dar placer, había hablado con Noah explicándole el fabuloso destino que tenía en mente para su hijo, el omega recordaba las palabras como si se las estuviera diciendo en ese instante "Será muy favorable para la familia Noah, piensa en nosotros, la fortuna de la familia Somerhalder se quintuplicará, solo debes comportarte como un buen omega, eres mi único hijo y dada tu condición necesitas un alfa que se ocupe de ti, te proteja y te haga sentir seguro frente a los demás; es que hijo ya sabes los negocios no son cosas de omegas, lo tuyo es parir cachorros y mantener feliz a tu alfa". Junto a las palabras recordaba como su corazón se aceleró ante la noticia y como sintió su temperatura bajar de golpe.
Suspiró sacudiendo la cabeza como si con eso pudiera sacar de su mente los recuerdos y alejarse de la realidad. Tuvo suerte de que su abuela le diera la oportunidad de pasar ese año en Inglaterra, esperando que su primer celo llegue, pues según las palabras de su padre “Cuando el celo llegue sabremos que ya estas listo para casarte y yo tendré una preocupación menos” el viento empezó a golpear su blanca piel, entrecerró sus ojos verdes y su cabello castaño oscuro empezó a moverse en compás del viento, lo usaba largo, hasta los hombros, decidió sujetarlo con una coleta como era su costumbre, ya que le molestaba que el viento los alborotara y los trajera a su cara, el aire frio agitaba la parte baja de su abrigo que delineaba delicadamente sus formas, Noah era un omega guapo de facciones delicadas, no muy alto y de contextura delgada. Se mantuvo en su lugar hasta que un aroma llegó a su olfato, se sorprendió, identificó claramente que se trataba de un alfa, pero más se sorprendió al darse cuenta que ese aroma lo hacía sentir calma “tierra mojada y pasto recién cortado” pensó identificando el olor, buscó con la mirada de donde provenía tal aroma y quiso embriagarse de él, al verlo empezó a observarlo el alfa portador del aroma, no había notado su presencia y Noah se sintió aliviado por eso.
El joven alto de figura fuerte también miraba el mar, parecía perdido en sus pensamientos "Parece triste" pensó el omega y se retorció de curiosidad por dentro, inconscientemente liberó su aroma, dulce, que combina el olor de canela con lirios, de manera imprevista el alfa volteó, pillando a Noah desprevenido.
− ¿Qué? −dijo con bronca voz, Noah se sintió pequeño, en realidad no solo se sentía pequeño, si no qué también lo era, se volteó nervioso, fingió que no se daba cuenta de que hablaba con él. Sus mejillas enrojecieron de forma automática y hasta maldijo bajito por haber sido descubierto. Se concentró en el mar para calmar su nerviosismo, pero en un instante sintió la respiración del alfa detrás suyo− ¿Qué pasa pequeño? ¿Te gusto?
Noah sintió sus orejas enrojecer, bajó la mirada, y su corazón se aceleró, no sabía si por la rabia o porque realmente le parecía atractivo; intentó escapar por el lado izquierdo y el brazo del Alfa ya estaba bloqueándole el paso apoyándose en el barandal.
−¿Eres mudo? −volvió a hablar el alfa, Noah se mantuvo en silencio y liberó más de su aroma, sintió rabia consigo mismo porque sabía que sus reacciones estaban fuera de control por el nerviosismo del momento, el alfa volvió a sentir su aroma− "Responde" −dijo de nuevo usando su voz de mando.
−¿Qué es lo que quieres? −dijo, incómodo Noah, plantándose frente a él con una falsa indiferencia, bastante bien actuada− No soy mudo y no me gustas. Ahora ¿me permites pasar? −lo miraba desafiante directo a los ojos del contrario, unos bellos ojos color miel que en ese momento no apreció, en medio de la noche no se vislumbraba el tono bronceado de su piel, pero si se notaba su porte alto, fornido, manos fuertes. En un segundo ataque de valor quitó el brazo del alfa y se fue acelerando el paso y rogando porque no se le ocurriera seguirlo. Silas se quedó quieto dejándolo pasar, posiblemente ambos tenían la misma edad, empezó a deducir, siguió sintiendo su aroma, le agradaba, le pareció extraño, se le dibujó una sonrisa ladina al verlo marcharse, sabía lo que solía producir su presencia en los omegas.
Decidió permanecer en el lugar, todos los años hacía ese mismo viaje en barco, ya para ese momento debía conocer la ruta, siempre el mismo trasatlántico, siempre el mismo lujo, pero ahora había algo diferente: una especie de melancolía lo había atrapado y no lo dejaba tranquilo, dejó de lado los recientes acontecimientos y se perdió nuevamente en su tristeza, su móvil vibró y lo sacó de su mundo.
−¡Silas, hermano! ¿Cómo estás? −saludó Leónidas, a quien sus amigos solían llamar Leo, ellos eran mejores amigos desde hace varios años, compartían varias aficiones como la música y los deportes de contacto, además que ambos eran Los Reyes.
−Aburrido, con muchas ganas de simplemente lanzarme al mar −contestó Silas completamente sincero y disfrutando de la brisa del mar.
−No sé por qué demonios no eres normal y tomas un avión −respondió Leo “Les tengo fobia” pensó Silas guardando silencio− Ya faltan unos días para volver a la prisión −continuó− ¿qué de nuevo nos traerá? Espero que un par de omegas con buen trasero −continuó y ambos empezaron a carcajear. Al otro lado de la línea se escuchaba una risita y una voz chillona "yo también quiero saludarle, por favor" −Mi hermano quiere hablarte− Leo blanqueaba los ojos.
−Silas querido ¿Cuándo llegas? −preguntó Paúl, el hermano mellizo de Leo, el omega más popular del internado Saint Francis Royal en Inglaterra.
−Parece que en tres días −respondió Silas empezando a caminar rumbo a su camarote.
− Este año va a ser más divertido, hemos organizado algunas fiestas con el comité de alumnos, ¿tu padre te ha comentado algo? − cuestionó, Silas guardó silencio, recordar a su padre no era una de las cosas que quería hacer, en ese instante volvió a sentir el aroma a canela y lirios que sintió hace un instante.
−Maldito omega −dijo visiblemente incómodo.
− ¡Qué! −Chilló Paúl.
−Lo siento, aquí hay un omega que tiene un olor horrible − dijo Silas arrugando la nariz− Mi padre no ha dicho nada del tema, pero estoy seguro de que aceptará, tranquilo.
−Ok amigo, nos vemos pronto mil besos − Se despidió el omega, colgó el teléfono y quedó mirando a su hermano −Leo, Silas está raro− afirmó.
−La verdad es que si, en vacaciones casi no hablamos− respondió el mayor tumbándose en la cama.
−Lo prefiero fastidioso que triste −sostuvo Paul, mientras hacía un puchero.
−Tú lo prefieres de cualquier forma −respondió Leo riéndose de los gestos de su hermano que podía llegar a ser muy tierno; era un secreto a voces los sentimientos de Paul para con Silas, siempre intentó gustarle, pero Silas lo veía como un hermano, siempre le había tenido mucho cariño y le ayudaba a Leo a protegerlo. Silas había tenido muchos omegas compañeros en sus celos, Paul era él era el único omega al que nunca había tocado.
Los hermanos ya habían ido llenando sus pertenencias en las maletas para su viaje a Londres, dos maletas eran de Leo y cinco de Paul, donde incluía trajes para el día, la noche, la última tendencia otoño − invierno, zapatos para todas las ocasiones y sus perfumes favoritos.
− ¡Guapísimos! − dijo su madre entrando en la habitación común de sus hijos − ¿Cómo van con eso? – se sentó junto a Leo en su cama y le revolvió el cabello.
− Ya casi termino − respondió Leo, retomando la tarea abandonada.
− ¡Mamá necesitaré otra maleta! − exclamó Paúl con rostro de preocupación.
−Ay mi niño −Le acarició el cabello también a Paúl− Chicos parten mañana temprano, su madre y yo iremos a ver unos asuntos diplomáticos de su trabajo, por eso hemos adelantado su viaje y llegarán al internado antes de lo que habíamos planeado− hizo una mueca muy parecida a las que suele hacer Paul ambos se parecían mucho, las madres de Leo y Paul se habían conocido estando en la época escolar, se dieron cuenta de que eran una para la otra y los confirmaron el alfa de una y el omega de la otra.
−Ok mamá no te preocupes, todo estará bien −dijo Leo.
−Cuida bien a Paúl, es posible que este año si tenga su primer celo y eso me preocupa, muchos alfas van a estar pendientes de él y no quiero que en medio del calor del celo sucedan cosas que en realidad él no quiera −dijo ella, mientras Paul se iba poniendo verde.
− ¡Mamá! −protestó, mientras su Leo se moría de risa.
− Los amo guapísimos −dijo ella mientras les daba un beso para luego salir de la habitación con una amplia sonrisa, Paul bajó la mirada, se sentía a veces mal de saber que a todos los omegas que conocía ya habían estado en celo y que él aún no.
−Te preocupas demasiado por eso −dijo su hermano cómo leyendo su pensamiento. Paúl se encogió de hombros, fingiendo que era un tema que no le era importante.
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Al otro lado de la ciudad caminaba Ezra en una calle que no era precisamente la más segura ni la más bonita, miraba a su alrededor porque tenía la sensación de estar siendo seguido por alguien. Él, un alfa de 17 años, estaba preocupado y con muchas expectativas, había conseguido una beca en el internado más caro de todo Londres y no tenía ni idea de cómo serían esos chiquillos ricos, su alfa se puso en alerta nuevamente al percibir un aroma de café y clavo de olor, que ya conocía, se incomodó.
− Hijo −dijo el alfa de unos 50 años acercándose a su lado queriendo hablar con él.
− No soy su hijo ya se lo he dicho −respondió Ezra manteniendo su lobo tranquilo, a pesar de sentirlo gruñir en su interior, le tenía un profundo desprecio a ese hombre.
− ¿Cómo está tu madre y tu hermana? − dijo el mayor, él volteó lo miró a los ojos con fiereza.
−Usted se empeña en decir que soy su hijo, y no sabe nada de mí, ni de mi hermana, ni de mi madre −Ezra le dio la espalda y solo volteó para decirle lo siguiente− Para mí usted no es nadie.
Alzó su capucha y se cubrió parte del rostro, u siguió caminando, aceleró un poco el paso, pero deducía que nuevamente sucedería lo de siempre: su padre se acobardaba y no era capaz de seguirlo hasta su casa, en el fondo de sí esperaba que se armara de valor, fuera a ver a su madre y hable con su hermanita, pero en tantas veces había entendido que su padre era un cobarde. Al llegar a su casa, su madre lo observaba, se le veía más ausente que nunca, ella sospechaba que algo sucedía y también sospechaba de que se trataba, conocía bien a su hijo y quería lo mejor para él, que estuviera fuera de esas calles tan peligrosas, decidió no preguntar que sucedía, decidió más bien darle algo de paz.
− Hijo llegó ese paquete para tí −le comentó, señalando la caja inmensa en el sillón, el joven lo tomó y lo puso en la mesa mientras su hermanita corría a su alrededor, con la firme teoría de que en la caja lo que había era un dinosaurio para ella, se sentó para empezar a abrirlo y revelar el contenido, era el uniforme del colegio al que empezaría a asistir, cala caja contenía: dos pares de pantalones color caqui, cuatro camisas blancas y dos sacos de color azul noche, un par de corbatas color vino, también le enviaron los libros y los uniformes de deportes− Es muy elegante todo ¿No? − cuestionó su madre y él estaba de acuerdo con ella− ¿Te sirvo de cenar? − le pregunto.
− Si mamá, gracias− guardó el uniforme en su maleta.
− Hijo, estoy muy contenta de lo que has conseguido con tu propio esfuerzo, eres mi orgullo− le dijo con los ojos llenos de lágrimas- Solo quiero que todo te vaya bien hijito.
− Todo estará genial mamá − respondió Ezra, su pequeña hermana corrió y se acurrucó en sus brazos, la cargó y la mimó por un rato, la madre sonrió al verlos.
Luego de cenar se tumbó en su cama, miraba el techo y se puso a meditar todo lo vivido en esos escasos 17 años, en eso se puso de pie y se miró al espejo, empezó a observarse, contempló su cabello castaño ensortijado sus ojos grises, su nariz perfilada, sus ojeras marcadas, su cuerpo delgado, la cicatriz de su vientre... Pasó su mano por aquella cicatriz, los recuerdos de aquel día llegaron y sacudió su cabeza de golpe.
Mañana su vida empezaría de nuevo, esa ilusión lo hizo sonreír, sacó la foto que tenía guardada y al verla se le dibujó una sonrisa, volvió a tumbarse a la cama y se quedó dormido.
*****
Al llegar al puerto Noah empezó a buscar el auto que venía a recogerlo, al dar algunos pasos sintió ese aroma: tierra mojada y pasto recién cortado, volteó y vio al alfa de hace un par de noches a algunos metros de él, en ese instante se detuvo a verlo y llegó a la conclusión de que era guapo, rascó su cabeza ante esos pensamientos incómodos.
−Joven Noah −saludo Charles chófer de su abuela sacándolo de su distracción.
− ¡Hola Charles! − le alegró verlo, él lo recordaba con afecto, siempre fue muy cariñoso− ¿Cómo está tu hijo? − preguntó mientras ayudaba al chófer con las maletas, a Noah no se le daba bien eso de "las distancias con la servidumbre"
− Está tan grande como usted, también se alegró de saber que venía, Sebastián lo recuerda con cariño −respondió Charles cordial− Suba joven.
Noah se sentó en el asiento de atrás y cuando el auto se puso en marcha pasó al lado del alfa que se encontró en el barco, sin darse cuenta los dos liberaron su aroma, estando dentro del auto, aún con las ventanillas subidas, Noah sintió claramente el aroma del otro, guardo silencio de forma repentina para animarse nuevamente y seguir conversando con Charles.
Al llegar a la mansión sintió una inmensa alegría, el inmenso jardín de la entrada le dio la bienvenida, el aire se sentía distinto, él pensó que se debía a que estaba lo suficientemente lejos de la orden de su padre. Sintió todo con naturalidad, había pasado las mejores vacaciones aquí y parecía ayer la última vez que se había quedado ahí, Mirtha la dama de compañía de su abuela lo tomó de las mejillas.
− Noah ¡Qué guapo que estás, que ojos! −Noah se ruborizó− ¿Tienes hambre?
− No Mirtha, no deseo comer, aún tengo el estómago revuelto por el viaje, solo quiero dormir un poco− respondió, haciendo un gesto de cansancio.
− Antes de que duermas necesitamos hablar −intervino la abuela de Noah ella era la madre de su padre, una Alfa de presencia imponente, con voz de mando, elegante, fina, distinguida y hoy con el semblante muy serio.
− Abuela, buenas tardes yo...− la abuela lo interrumpió.
− Acompáñame al salón− dijo la abuela caminando delante de él, marcando la ruta, Noah miró a Mirtha, preguntándole que sucedía con los ojos, ella respondió con otro gesto nervioso diciendo que no sabía nada− siéntate ahí− señaló un asiento y Noah obedeció− Hablé con tus padres, mi hijo me contó sobre tu actitud, esa actitud rebelde que has empezado a tener, me sorprendió demasiado − dijo la mujer.
− Abuela yo...−intentó contestar Noah.
− No me interrumpas no he terminado −dijo la mujer frunciendo el ceño− yo les pedí que te envíen aquí hasta que llegue el momento, hijo tienes que aceptar tu condición de omega, no vas a ir en contra de toda una sociedad, al menos tus padres han buscado una pareja idónea para ti.
− Abuela... −dijo Noah en casi un susurro y empezó a llorar −Yo tengo miedo...
− Yo te entiendo... −apareció su abuelo, parecía invocado para rescatarlo, él era un omega de rostro dulce y mirada tierna− yo también tuve miedo− se acercó y acarició el cabello del muchacho− pero sospecho que tendrás suerte al igual que la tuve yo −le regaló una sonrisa y se acercó a su Alfa, quien lo miro con contemplación.
− Hijo, mañana en la mañana sales rumbo a tu internado− respondió la abuela.
− Pero...− intentó replicar y la dama alfa lo miró con severidad.
− Hijo, todo irá bien− dijo el abuelo liberando su aroma a cereza con vainilla serenando el ambiente.
“¿Internado?” pensó el omega camino a su habitación, pensó que sería un año sabático pero su abuela ya lo había inscrito, pensó que pasaría tiempo con ellos y lo habían recluido a un internado, llegó a su habitación, se tumbó a la cama y hundió su cabeza a la almohada quedándose profundamente dormido.
A la mañana Mirtha lo levanto, con pereza tomó un baño y decidió enfrentar su suerte con una mejor actitud, se sujetó el cabello con una coleta se vistió con ropa deportiva para llegar cómodo a instalarse, se vio en el espejo y salió de su rostro una sonrisa. En eso su puerta sonó.
− ¿Puedo pasar? −preguntaron fuera, y giraron el pomo, se puso tan feliz que corrió a abrazarlo y estallando en risas.
− ¡Sebastián! − dijo lo apretaba con fuerza al omega.
− ¿Cómo estás Noah? −dijo Sebastián, correspondiendo al abrazo cariñoso de su amigo.
− Triste amigo mío − dijo− lo peor es que me voy y no podremos conversar, mi vida ha dado un terrible giro y ahora que em voy a ese internado.
− Nos vamos −dijo Sebastián con una sonrisa− Noah lo miró incrédulo, él sonrió − tu abuelo convenció a tu abuela y a mí mamá, iré contigo a estudiar para cuidarte− le hizo un guiño cómplice.
Noah tomó su bolso y bajó las escaleras a toda velocidad feliz por la noticia, abrazó a sus abuelos, les dio las gracias y subió al auto junto a Sebastián, luego de 30 minutos de camino, llegaron a las puertas del prestigioso internado inglés Saint Francis Royal. Al bajar del auto sintió otra vez el fuerte aroma que olió aquella noche en el barco.
Volteó y vio en una esquina a dos alfas uno de ellos le era familiar y el otro desconocido, lo miró fijamente, el alfa volteó y frunció el ceño. A Noah, sin querer se le dibujó una sonrisa.