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988 Words
Aquella permanente no parecía tener el efecto deseado. Rosa intentaba acomodar su cabello erizado con hebillas invisibles, mientras fruncía los labios color carmín frente al espejo del pasillo de su casa, cuando oyó que su madre le abría la puerta a su amiga. Clara se oía tan alegre como siempre. Podía adivinar que estaba sonriendo incluso sin verla. -Subí que todavía no terminé.- le gritó Rosa continuando con la ardua tarea de controlar aquella mala decisión que había tomado en la peluquería esa misma tarde. Clara subió la escalera con entusiasmo, llevaba su camisa de hombreras nueva y unos pantalones de cuero estrechos. Si bien sus generosas curvas habían sido difíciles de introducir en aquella prenda, el resultado, luego de haberse recostado sobre su cama para terminar de cerrar el cierre, era alentador. -Dale Rosa, que las chicas nos están esperando.- le dijo a su amiga sin perder la sonrisa. -Rose.- le respondió ella soltando su cabello para mirarla con sus hermosos ojos negros delineados. -Les pedí que me llamaran Rose.- agregó con gesto de fastidio. -Dale, Rose.- le respondió Clara divertida, exagerando la pronunciación de su nombre en inglés. -¿Ya terminaste? Estás tan hermosa como siempre, ¿podemos irnos? - agregó ocultando la gracia que le hacían aquellos pedidos de su amiga. Rosa era una buena chica, pero siempre estaba intentando ser algo que no era, como si la verdadera Rosa no fuera suficiente. Era una chica hermosa, apenas tenía 20 años y era la única que había conseguido un trabajo. Era muy talentosa pintando y tenía una belleza elegante que le había permitido ser recepcionista en una pequeña galería de arte de la ciudad. Había enviado sus obras y en pocos días recibiría la respuesta de la escuela de bellas artes. Todas estaban seguras de que sería aceptada. -Ay, Clara, sabes que odio que me apuren.- le dijo mirándola por fin. -¿Esa camisa es nueva?- señaló con una mueca parecida a una sonrisa, al verla. Clara asintió con los labios apretados, al lado de su amiga se sentía mucho menos conforme con aquel atuendo, que en la soledad de su cuarto frente al pequeño espejo de su pared floreada. -Te queda muy linda.- le dijo Rosa luego de una pausa logrando sonreír con los ojos, para demostrarle que hablaba en serio. Las amigas salieron de la casa y caminaron hasta la avenida más cercana para tomar un taxi. Habían sido invitadas a una fiesta en el centro de la ciudad y no había nada que les gustara más que bailar juntas. Llegaron justo cuando María y Ana estacionaban en la calle. María era la única que tenía automóvil. Sus padres se lo habían regalado ni bien había terminado el colegio secundario, incluso había tenido que aprender a manejar antes de poder usarlo, pero sus padres eran así. Siempre la llenaba de regalos y ropas de marca, su madre nunca había trabajado y contaba con una empleada que se ocupaba de su casa, su única ocupación por largo tiempo había sido su pequeña María. Ahora que había crecido e incluso estaba estudiando para convertirse en secretaria ejecutiva, le quedaban pocas excusas para acompañarla. Sin embargo, las cuatro solían juntarse en su casa y la invitaban un rato a la mesa para compartir sus vivencias y pedirle consejo. María siempre le había demostrado su afecto, pero también reconocía en ella mucho de lo no que no quería ser. Su padre era un hombre de negocios, siempre estaba trabajando y casi nunca le pedía ninguna opinión que no tuviera que ver con el color de las cortinas o el menú de alguna cena. María no quería eso para ella. Se esforzaba siempre por demostrar que tenía mucho para decir, aunque muchas veces sentía que sólo era vista como la chica rubia de dinero. -¡Cada vez estacionas mejor, Mary!- le dijo Clara con esa habilidad para resaltar las cosas positivas de cualquier cosa que pasara.. -¡Gracias! Estuve practicando todo el fin de semana en el campo.- le respondió la conductora mientras cerraba la puerta del auto y se colocaba su pequeño bolso en el codo. -¡Pero qué hermosa camisa! ¿Es nueva?- le preguntó al verla. -Sí, me la regaló mi mamá ayer. Aunque creo que debí usar pantalones menos ajustados.- agregó Clara mientras los tomaba de la cintura para darle mejor calce. -¡Me encantan! Estoy segura que hoy Esteban no va poder pasar de vos.- le dijo María, enrollando su brazo en el de su amiga para comenzar a caminar juntas. Esteban era un chico rebelde, había cursado con ellas el colegio secundario y si bien Clara siempre había estado enamorada de él, nunca se había animado a hablarle. Ahora formaba parte de una banda que tocaría en esa misma fiesta y las cuatro estaban realmente emocionadas con la idea de que Clara finalmente se animara a acercarse a él. -No creo, ahora debe tener miles de fanáticas.- dijo Clara concentrada en el camino, para no caerse de aquellos suecos de madera negros. -Tampoco es tan famoso, Clari.- le dijo Ana intentando alentar a su amiga. -Y si se cree que es demasiado importante, en verdad, no vale la pena.- agregó con determinación. Ana era la más práctica de las cuatro, intentaba razonar todo y no perderse en aquello que sentía que no valía la pena. Había comenzado a estudiar periodismo en la Universidad de Buenos Aires y si bien eran pocas mujeres, sabía cómo hacerse oír. Las cuatro se rieron con ganas, estaban felices, eran jóvenes, se sentían en las puertas de la vida y no tenían dudas de cruzarlas con paso firme. Al fin al cabo no es eso lo que da la juventud, la falsa idea de omnipotencia que hace que cualquier sueño sea posible, la inocencia de creer que no existe el mal y, sobre todo, el brío para que nada parezca imposible.
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