Capítulo: La Llama que Nunca se Apaga El cuerpo de Aitana dormía, pero su alma no lo hacía . El cuarto del castillo estaba en silencio, apenas interrumpido por los leves suspiros de sus primas, Catalina y Eugenia, que dormían en camas vecinas. Pero en la mente de Aitana, las paredes ya no eran de piedra ni olían a encierro. Olían a pan recién horneado, a dulce de membrillo tibio y a la risa inolvidable de una mujer que jamás olvidaría: su madre. Estaban en la casa del campo. Aquella cocina de paredes de barro y ventanas amplias por donde el sol entraba a borbotones era un pequeño reino donde reinaba la ternura. Las cortinas blancas con flores bordadas a mano se mecían con el viento. El mantel, gastado por tantas meriendas compartidas, tenía manchas dulces y memorias. El piso crujía cu

