El sonido del cuello rompiéndose fue como el chasquido de un árbol masivo quebrándose durante una tormenta, seguido por un silencio súbito conforme la bestia más letal de las montañas superiores, el rey definitivo, se desplomó en la nieve, con su vida extinguida de manera tan rápida que apenas tuvo tiempo de registrar lo que había sucedido.
Sadrac se incorporó con una fluidez que contrastaba demasiado con las heridas que había sufrido. Su mejilla seguía sangrando, con las tres líneas paralelas que las garras del león habían creado ahora muy visibles contra su piel bronceada. Su brazo izquierdo tenía múltiples heridas de punción y desgarro donde los colmillos habían penetrado la carne. Pero lo más perturbador era que ninguna de las heridas mostraba signos de la curación automática que pose
