La tensión que se había instalado en el rostro de Sadrac después del episodio de náuseas de Brielle era imposible de disimular. Sus ojos verdes se habían endurecido con esa intensidad que adoptaba cuando evaluaba amenazas potenciales, y cada fibra de su ser parecía estar en alerta máxima. El Rey Lobo no era un hombre acostumbrado a sentirse impotente ante situaciones que no podía controlar, y ver a su esposa en un estado de vulnerabilidad física que no comprendía activaba todos sus instintos protectores de maneras que encontraba perturbadoras.
—Lo más sensato es que regresemos al castillo. Mi mujer no se encuentra bien —declaró Sadrac con una firmeza que no admitía discusión—. Esta expedición puede esperar. Tu salud es más importante que cualquier plan de cacería que yo pueda tener.
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