Aunque Pyrion contaba con otras bestias capaces de soportar o manipular el fuego —los pájaros de fuego, los caballos Flare—, solo el Pyroclastes poseía la magnitud descomunal necesaria para enfrentarse a esas criaturas invasoras. No obstante, la situación se tornaba cada vez más preocupante: por cada bestia que la criatura de fuego lograba destruir, cinco más emergían para ocupar su lugar.
Era una progresión matemática implacable que auguraba complicaciones graves si la batalla se prolongaba.
Y mientras eso ocurría, ya se podía sentir como el aire alrededor del castillo había comenzado a cambiar de temperatura de manera perceptible, y las nubes que se formaban en el cielo eran evidencia de que las bestias invernales estaban implementando estrategias que iban más allá de combate directo.
