—¿Qué... qué está diciendo, su majestad? ¿Qué debo curar? —preguntó Brielle con la voz algo temblorosa, atrapada entre la inocencia y una creciente mezcla de curiosidad y temor que él le provocaba. Sadrac sonrió de una forma que era a la vez depredadora y seductora, como si estuviera saboreando el momento. —Mi... condición, mujer —dijo Sadrac desviando su atención hasta su pene—. Mira lo duro que estoy. Necesito la atención de mi esposa. —Hizo una pausa, dejando que las palabras se asentaran antes de continuar—. No estoy hablando de tu magia de hielo, por cierto. Ese frío letal tuyo no tiene lugar en mis partes íntimas. Pero tu boca... eso sería suficiente para calmarlo… por ahora. Brielle abrió los ojos de par en par, al instante que su rostro se puso tan rojo que hasta sus orejas pun

