Sin perder tiempo, las cuatro mujeres se dirigieron con rapidez hacia la puerta oculta que daba con el aposento del rey. Mientras pasaban por el pasadizo, sus corazones latían llenos de miedo imaginándose lo peor.
—Al menos no huele a fuego —dijo Iris caminando con prisa junto con las otras tres detrás de ella.
Si su reina estaba en problemas, era su deber protegerla, sin importar las consecuencias, incluso del mismo rey. Con eso en mente, las jóvenes lobas corrieron por el pasadizo con pasos silenciosos pero apresurados, entre tanto sus mentes ya se estaban imaginando los peores escenarios posibles. Cuando llegaron al aposento real, la vista que las recibió las dejó completamente perplejas.
Ahí estaba la silla de ruedas, intacta, cerca de la habitación del baño, como si hubiera sido
