—¡¿Y qué enemigos, Sadrac?! —gritó Brielle, usando su nombre sin títulos por primera vez desde que lo conoció por lo furiosa que estaba—. ¡¿Qué enemigos ves en mi padre que solo quiere asegurarse de que su hija esté bien?! ¡¿Qué amenaza representa mi hermano que se preocupa por mi bienestar?! ¡No hay ningunos enemigos! La pregunta de Brielle lo golpeó con una fuerza inesperada porque tocaba algo que él no quería examinar: la realización de que su hostilidad hacia la familia de Brielle no tenía nada que ver con amenazas reales y que en realidad todo era por su incapacidad para procesar o tolerar el tipo de intimidad emocional que ellos representaban. —¡Tú no comprendes nada! —replicó, aunque había una nota defensiva en su voz que no había estado ahí momentos antes—. ¡Los soportaré solo tr

